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¡Arriba Juárez!

Me siento triste. No quiero ocultarlo. Escribo esto apenas a unos minutos de enterarme de la muerte de Juan Gabriel, un artista extraordinario, formado en Juárez, ciudad a la que cantó y amó siempre. Desde niño vivió en esta frontera y logró desafiar todo tipo de adversidades que lejos de apagar o achatar su sensibilidad pareciera que la hicieron crecer de una manera prodigiosa. Pudo haber sucumbido y floreció siempre.

En la presentación de su concierto en Bellas Artes con motivo de sus 40 años de carrera, se dice respecto de su público que la amplia aceptación de sus muchas canciones se manifiesta en que éstas son escuchadas a lo largo del día sin distinción de clases sociales por las amas de casa por las mañanas, por los jóvenes por las tardes, por los conductores de camiones en las madrugadas, en todo el territorio nacional y seguramente en muchos otros lugares del mundo desde hace ya varias generaciones en multitud de ritmos entre los que se incluye el mariachi no como una adaptación forzada sino como expresión genuina.

Lamento mucho su muerte, muerte temprana sin duda. Su gran talento y su personalidad, que desafió el machismo y el miedo, pudieron ser todavía más celebrados en vida sin que los organizadores quisieran apropiarse del homenaje como un lauro político. Leo ahora los tuits acartonados que los políticos del mayor nivel le dirigen horas después de su muerte: son planos y formalistas. No dejan ver ninguna tristeza ninguna emoción. México seguramente llora.

El legado de Juan Gabriel relacionado con Juárez es grande, es muy grande. Una gran parte de su creación tuvo lugar aquí y hay canciones emblemáticas como Juárez es el no. 1, el Noa-Noa, Recuerdos que han trascendido los límites municipales para derramarse por los poros del país. Antes de que México supiera de Juárez por la violencia y el crimen, lamentable tarjeta de presentación explotada vilmente por los medios de confusión masiva, Juan Gabriel exaltó los valores de la ciudad y de su gente. Será discutible si esos valores son una sublimación estética o licencia creativa pero el artista cantó con gratitud a su entorno y esto lo apreciamos quienes amamos a Juárez. Agradeció a las amigas de su madre, a sus vecinos, a sus maestros, a Juan, a Micaela. Gente común con la que creció. ¿Agradecemos nosotros así a nuestros maestros o nos sentimos merecedores de toda bienaventuranza? ¿Amamos así?

Hace muchos años que mi esposa y dos de nuestros hijos viajábamos a Juárez en auto desde Ciudad México en el camino no nos faltaba “¿Pero qué necesidad?” a todo volumen (y confieso avergonzado que también a toda velocidad) . Desde entonces esta canción,

junto con Me vale de Maná, me ahorraron una fuerte cantidad de dinero ya que luego de ellas no tuve necesidad de pagar en el psicoanálisis. ¿Para qué tanto problema?

Un apreciado regalo que recibí de mi cuñado Juan fue el disco Recuerdos I, lo que significó para mí hace ya casi quince años una especie de carta de naturalización y bienvenida de esta bella ciudad fronteriza golpeada por mucho dolor pero fuerte y erguida sin petulancia y sin oropel. Si deseamos ahora rendir un homenaje a Juan Gabriel lo mejor que podemos hacer es amar a nuestra ciudades y su gente.

Antonio Canchola Castro

canchol@prodigy.net.mx

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