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La publicación de ideas

Frecuentemente, durante los últimos meses, quizá un par de años, me asalta la duda acerca de si las publicaciones de libros y revistas son necesarias. Me he respondido que la mayoría de ellas no tiene razón de ser. Sin embargo, continúo creyendo que algunas, muy pocas, son esenciales en el mundo, en particular en nuestro país, y más específicamente aun en nuestra ciudad; son precisos los periódicos y alguna que otra revista, pero no cómo los que conocemos en la actualidad.

Una buena publicación, y con ello me refiero a que contenga varias características, tanto de forma como de fondo, ayudaría en la búsqueda humana de otra forma de vida, más amable, más solidaria, mejor para la mayoría de los individuos. El fondo es lo que más me apena del maremágnum de textos que, ya sin disimulo, terminan en bodegas o rodando de mano en mano entre lectores inexpertos que no saben qué hacer con ellos, por lo que terminan también arrumbándolos, o que ingenuamente creen que deben recomendarlos, regalarlos o donarlos a las bibliotecas.

El fondo -en otras palabras, el contenido- es lo que se dice. ¿Qué asuntos merecen ser dilucidados de una u otra forma?, ¿cuáles temas deben ser tratados con nuestros congéneres?, ¿hay algo que valga la pena ser registrado para la posteridad? Esta última pregunta se contesta simplemente con asomarnos a uno de los medios de ‘comunicación social’ más difundido: el Facebook. Por supuesto, para las primeras dos preguntas tenemos ya discusiones antiguas, y constantes, empezando con Platón y Aristóteles hasta llegar a Chomsky y Saramago, sólo por mencionar cuatro nombres bastante conocidos.

Nuestra ciudad no debe estar intentando imitar ni a los vecinos del norte, ni a cualquier hijo de vecino; no puede desligarse de un mundo tan entretejido, es cierto, pero es momento de que escrutemos por medio de la discusión esa que dicen es nuestra identidad, que busquemos un nuevo camino para conducirnos (que abarque tanto lo físico –urbanización– como lo espiritual –cultura–), que mueva a la reflexión que intente algo diferente que hasta lo que ahora se ha hecho.

Esos rasgos tienen que ver, además del contenido –que ya traté antes–, con cuestiones de forma. No es lo mismo leer a Quevedo que a Coelho, ni al irlandés Óscar Wilde que a la británica E. L. James. Y eso tiene qué ver con la forma, una es más depurada, más exigente, estética; la otra, común y corriente. La forma de lo expresado ayuda al desarrollo intelectual de una comunidad, o a su decadencia. Medite como ejemplo de lo último, en tantos conductores de televisión, que más que locutores parecen merolicos.

El diseño, el papel y la tipografía también tienen que ver en el asunto, en concreto con el respeto al lector. Quien lee debe sentirse atraído con el objeto que tiene entre sus manos,

debe estar cómodo, no tiene por qué estar luchando contra una letra pequeñita, o con un nulo interlineado. Incluso tiene qué ver con el autor de un texto, pues de esos rasgos se desprende su imagen y su visión del mundo.

No se puede querer suplir lo anterior con un papel caro y lleno de imágenes a todo color, que encarecen, por supuesto, la impresión. Ni con temas de moda, o banalidades. Además de todo lo anterior, tenemos un problema serio con la producción de papel, que representa, como bien sabemos todos, cortar árboles para su elaboración. Cierto que dicen por ahí que los libros, revistas y periódicos digitales reducen ese derroche de papel y de tinta para la impresión; sin embargo, eso es sólo una cara del asunto. El dorso de tal argumento quizá sea peor, porque para leer en digital, nos es necesario –a estas alturas– el internet, y que por esa vía circulen las ideas.

Muy sabido es el abuso de recursos para mantener un sistema económico boyante y para satisfacer la demanda de un mercado (por cierto, un mercado integrado por los seres humanos) que exige cada vez con mayor frecuencia, objetos que subutiliza y que muy pronto manda a la basura. Pienso en la cantidad de aparatos electrónicos con los que las nuevas generaciones están creciendo y con los que se están educando, y que a duras penas dominan y entienden. Esas máquinas que, para que permitan la publicación digital, requieren del trabajo de innumerables y anónimas personas que arrancan de la tierra los componentes para armarlas y que funcionen. Sí, efectivamente, es menos papel, pero son más de 80 elementos químicos, más de 200 minerales y más de 300 aleaciones y variedades de plástico los que se necesitan para tan comunes aparatos. Automóviles, trenes, barcos y aeronaves van por el mismo estilo, amén de todo lo que dejo de nombrar.

Todas estas cuestiones quizá resultan al lector de este discursillo, verdades de Perogrullo. Efectivamente, no estoy descubriendo ni el hilo negro ni el agua tibia; estoy expresando mis ideas respecto a un asunto que cada vez me parece más preocupante, tanto por lo que somos por cómo nos comportamos.

Además, estoy aprovechando este espacio en El Reto que ha significado tanto para mi propio pensamiento; que me alegra una vez a la semana porque me ha obligado a intentar, una y otra vez, ordenar mis ideas. El Reto ha sido un espacio libre, una publicación independiente (con esto me refiero a que no ha estado sujeta a ninguna institución ni a ningún partido político, o a algún organismo de cualquier otra clase). Difícil situación en tiempos como los nuestros.

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