Tengo el privilegio inesperado de asomarme por una hendidura al trabajo actoral y en especial a la comedia. Dos de nuestros hijos se desenvuelven en ese medio, también como recién llegados y en una charla informal, comiendo unos burros, nos comentan lo mucho que valoran el trabajo de actores y comediantes que llevan años en la brega.
Nuestros hijos resienten o al menos eso es lo que percibo, que la crítica hacia los actores y comediantes es cruel y exagerada al menospreciar a los comediantes que por cualquier circunstancia no se encuentran en los terrenos de la fama.
Por un lado los críticos, improvisados algunos, no toman en cuenta el trabajo tras bambalinas y toda la preparación que da lugar a la actuación. Desconozco la cantidad de horas previas para una hora de espectáculo pero debe ser una relación grande.
También parece responder a una dominación histórica y perniciosa de las compañías televisoras que en su enfrentamiento comercial arrastran, envuelven y estigmatizan a los artistas coartando sus posibilidades o por lo menos poniéndolos en situación tensa ante oportunidades. Además, las televisoras tienen la capacidad de lanzar al estrellato a comediantes y con ello colocar a los que quedan a una capa inferior poco apreciada.
Confieso que para mi siempre fue un mundo lejano y por supuesto visto con cierto menosprecio. Lo lamento. Estoy seguro que en nuestra sociedad, bastante dividida en estamentos socioculturales y generacionales, hay artistas y manifestaciones despreciadas y desperdiciadas por desconocidas. Nuestra herencia teatral y de comedia ha sido comercializada y se ha tornada banal por la monopolización de la cultura. Es una especie de alienación artística y creativa que solo hace atractivo lo que “triunfa” que en ocasiones solo depende de la cantidad que se invierta en promoción. En otros países la comedia goza de aceptación y aliento y no requiere del patrocinio televisivo que la doblegue o condicione. Es un patrimonio nacional.
Nuestros hijos comparten su trabajo con actores y comediantes con trayectorias de treinta y hasta cuarenta años. Estos artistas, reconocidos o no, trabajan afanosamente, acumulando destrezas para cumplir con sus compromisos. Se han lanzado a empresas propias, a la adquisición de materiales y muchas de sus obras han sido verdaderos retos y riesgos. Cuentan con una experiencia que personajes actuales por el momento en eminencia, lejos de anhelarla la desprecian confiados en ellos mismos.
Celebro que Juárez reciba con entusiasmo estos espectáculos para una amplia gama de la población. Hace falta mucho por hacer pero no podemos esperar tanto y mientras
necesitamos caminar y trabajar en beneficio de la cultura que no es todavía, como se necesita, un bien de primera necesidad. Como parte de un relanzamiento educativo México, en todos los planos: federal, estatal y municipal, público y privado necesita alentar el teatro, la actuación, el guionismo, la producción cinematográfica y teatral y otras disciplinas colaterales.
Imagino que en los momentos previos se prepara la obra, se viaja, se da vida a los personajes, se improvisa y se le advierte al público expectante la inminencia del inicio y de pronto, se apagan las luces, mientras llegan los retrasados que no faltan y una voz, seria o chistosa grita: ¡Tercera llamada! y comenzamos.
Antonio Canchola Castro canchol@prodigy.net.mx