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Semper fidelis

Mientras unos lloran sin consuelo y otros festejan despiadadamente, a la mayoría de los habitantes del planeta Tierra les conmueve igual que si no hubiese sucedido. Quizá nunca se enteraron de su existencia… y si se enteraron, sus preocupaciones inmediatas les impidieron ponerse al día sobre el acontecer cubano. Murió Fidel…

La gente se muere, pues. Noticia habría sido su inmortalidad. Pero una persona de noventa años, por mucho avance científico que haya, lo más probable es que no tenga una larga expectativa de vida por delante. Se murió.

De entre quienes lloraron, hicieron fiesta, les valió o no se enteraron (ni se darán cuenta jamás), la mayoría no había nacido cuando el grupo de guerrilleros del Movimiento 26 de Julio encabezó la entrada triunfal a La Habana en 1959. Marcaba el inicio de una época en la historia de Nuestra América, pero sobre todo para los habitantes de la isla antillana.

De entonces a hoy, en Cuba vivieron situaciones inéditas para el resto del continente y los resultados están a la vista, aunque quienes más deben valorarlos, son quienes los han estado viviendo.

Podemos opinar sobre esos resultados desde la comodidad de nuestro féisbuc, desde nuestro celular y echar madres para uno y para otro lado. Hablar resulta mucho más fácil para quienes no hemos palpado lo que viven los cubanos desde 1959 y lo que les ha costado. Y aclaro que no es lo mismo vivir en Cuba que irse a turistear quemándose el cuero un par de días en Varadero o ponerse hasta las manitas en La Bodeguita del Medio y comprar tabaco en el mercado negro habanero.

Allí están los resultados educativos, de salud, de la investigación científica, de desarrollo corporal, de vivienda, alimentación, transporte, acceso a los medios, representatividad política, toma de decisiones, libertades y derechos individuales y colectivos, formas de diversión, utilización de sustancias adictivas, prostitución, intercambio de bienes, hasta los deportivos, entre muchísimos otros aspectos que deben tomarse en cuenta para valorar lo más objetivamente a la sociedad cubana de nuestro tiempo.

Poca gente se abstendrá de opinar a partir de lo que dijeron y han dicho los detractores y los apologistas de la revolución cubana. Comienza la discusión, se mientan madres, se dan manotazos sobre la mesa, se escupe la figura de Fidel, la de Camilo, la del Che o la de Raúl mientras que por el otro lado se encienden veladoras a sus efigies. Corre la tinta en tanto los ánimos se calientan.

Entre los cubanos, cada quien habla de acuerdo a cómo le ha ido en la feria revolucionaria. Los que perdieron todo o algo; los que no tenían qué perder; quienes se atrevieron a quedarse y a construir otra Cuba; quienes se atrevieron a abandonar el barco y no quisieron participar en la otra Cuba. Desde adentro hay un conjunto de percepciones, desde afuera, otro grupo. Convergencias y divergencias siempre habrá porque hubo ganadores y hubo perdedores, difícilmente hubo quienes se quedaron a medios chiles. De ahí el encontronazo de opiniones.

Estoy consciente de que no estoy diciendo nada extraordinario ni nada nuevo. Sin embargo, las valoraciones, los juicios deben empezar por el sentido común, por lo tangible en primera instancia. Difícil, sin duda lo es.

Desde hace décadas hemos tildado al régimen cubano como un régimen autoritario completamente alejado de cualquier tradición democrática. Mi posición sigue no muy alejada de esa afirmación. Claro, soy de los que piensan que para valorar algo, siempre lo hemos de hacer a partir de lo que uno sabe, piensa, supone y asume. El mundo se ve desde la mirada propia, no se puede pedir prestada una diferente. Y hemos calificado al régimen castrista desde el punto de vista del American way of life and democracy in god we trust and bullshit like that.

No tengo la menor duda en que la mayor aportación de la revolución cubana a la vida de los cubanos es la oportunidad que se dieron para prescindir de los modelos estadounidenses de existencia. Ya entre 1898 y 1959 tuvieron los cubanos un hartazgo de lo yankee. Años antes de morir, José Martí puso en alerta a sus lectores sobre un futuro envuelto en una bandera de barras blancas y rojas con un rectangulito azul pletórico de estrellas. Parecía que de nada sirvió a Rubén Darío replicar y ahondar en estas ideas preventivas.

El canto de las sirenas mercadotécnicas, comerciales, políticas, religiosas, industriales, consumistas, no dejó de escucharse. Desde los cuatro vientos llegaron a todos los pobladores de la tierra –donde, por cierto, se ubica la isla de Cuba– los discursos que tratan de convencer que la máxima aspiración del ser humano está contenida en el sistema capitalista.

Sea cual fuere el resultado de nuestras opiniones, siempre fuera de Cuba, debemos dejar constancia que los cubanos, para bien o para mal, vivieron sin los gringos desde que se decretó el embargo y luego el bloqueo. ¿Nosotros nos podríamos atrever a tanto? Debe haber ventajas, pero eso no lo sabremos jamás, sobre todo cuando preferimos creer, antes de reflexionar con profundidad.

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