¿Qué dignidad puede tener una clase política que obliga a la población de su país a entonar el Himno Nacional de rodillas? ¿Qué respeto merece una burocracia gubernamental que ha tomado el patrimonialismo y la corrupción por ética pública? ¿Se considera legítimo un gobierno que endeuda irresponsablemente a su pueblo y sacrifica el bienestar social? ¿Debe obedecerse a un régimen que traiciona identidad, historia y esperanza? ¿Se debe apoyar a un gobierno que equivoca, a propósito, todas sus decisiones y no defiende al país en ningún momento?
El pueblo mexicano ha decidido manifestar su rechazo al gobierno y ha tomado las calles para manifestar su dolor. Esta situación representa una oportunidad singular, en la época contemporánea, para tratar de reconducir el destino nacional. En todas las ciudades de la nación se ha generado una reacción de protesta, de enviar el mensaje de indignación e inconformidad a las autoridades de todos los niveles. El régimen se mantiene indiferente a la petición de los mexicanos, la respuesta ha sido equivocada y evidencia la incapacidad. Los políticos han decidido emplear a los grupos de bandidos, porros, sicarios, ladrones y golpeadores que generalmente son sus operadores políticos para desvirtuar las demandas de los movimientos sociales. A las manifestaciones de descontento social le han acompañado saqueos, violencia y destrucción que han sido provocadas por quienes deberían gobernar y procurar el orden; es una paradoja, o una estupidez, que se haga uso de la ingobernabilidad para tratar de mantener la gobernabilidad. Con todo, la sociedad continúa las manifestaciones contra el gasolinazo y la agresión a los ciudadanos. Al pueblo no lo han intimidado las prácticas de guerra sucia que, a estas alturas, evidencian la necedad malsana de los dirigentes gubernamentales.
La guerra sucia fue una estrategia diseñada para combatir el comunismo en América Latina. El gobierno norteamericano dispuso recursos, estrategias y supervisión a los dirigentes latinoamericanos para repudiar la influencia de los movimientos campesinos, obreros y universitarios. ¿Por qué no funciona la estrategia de la guerra sucia ahora? ¿Por qué el gobierno no puede colapsar al movimiento cívico nacional
que pide su destitución? Porque, incluso Norteamérica, no soporta más el hedor de la corrupción que destila la clase político empresarial de México. Donald Trump tiene odio y resentimiento hacia nuestro país, no respetará ninguna ley u ordenamiento que busque favorecer a nuestro país. El fracaso del Tratado de Libre Comercio es responsabilidad de una clase política corrupta, tramposa, ineficaz y maleducada, cuyo comportamiento mirrey financian los dólares de los emigrantes y ciudadanos estadounidenses. La relación comercial con Estados Unidos ha llegado a su fin, así como otro tipo de procesos políticos, económicos y sociales gracias a la actitud miserable del régimen mexicano.
Las marchas y manifestaciones de la población en contra del gasolinazo, así como de otras políticas y comportamientos de la élite mexicana, van a continuar. El gobierno debe preocuparse más por la solicitud de renuncia que hace la gente y dejar los intentos por desvirtuar un movimiento espontáneo, legítimo y generador de conciencia social. El desempleo, la pobreza, la violencia e inseguridad también están siendo provocadas por las decisiones del futuro presidente norteamericano, y esto se agravará cuando los intereses geopolíticos muestren sus partidas. Las demandas de la gente que pide el abandono del poder por parte del Poder Ejecutivo, pronto se extenderán a todos los niveles institucionales del país.
La clase política mexicana debe renunciar a sus privilegios y comprender las demandas de los movimientos inconformes que protestan en este momento. La insistencia en afectar y esquilmar a la población sólo va a generar que los movimientos se radicalicen. El gobierno debe plantearse seriamente el abandono del poder.