top of page

El muro

Estamos en la época de los muros, cualquiera que sea su material o dimensión. Estos tienen varios propósitos y significados: Separan física y simbólicamente, y destruyen.

En el caso de dos vecinos que deciden erigir una separación, lo hacen para demarcar su posesión pero también para evitar la intrusión indeseada.

Cuándo los vecinos son países la delimitación puede a ser simbólica, o con muros. El problema de construir muros es su permanencia, porque aleja los impactos positivos de la vecindad creando condiciones de separación de largo alcance.

En el mundo globalizado aparentemente la necesidad de dividir dejaba de ser válida. Nos acercábamos a ese mundo sin fronteras que los idealistas pregonaban. Europa se lanzo a la aventura. Por un lado al ser uno europeo adquiría el derecho a ser tratado como igual en los países de la Unión, y esto en principio debía desaparecer las desigualdades, pero no sucedió con la velocidad esperada.

Europa reconoció que igualmente libres eran las mercancías y los individuos, las condiciones de trabajo debían ser iguales, pero también los servicios, como por ejemplo la salud. Se une, como debía ser en una democracia, la libertad y la igualdad. Las sociedades tenían que moverse hacia la igualdad, porque al rezagarse ésta, como sucedió, se generarían flujos migratorios internos que se aprovechaban de las oportunidades en un país que escaseaban en otro. El proceso camina no obstante el Brexit. Aunque para generarse igualdad tendrá que limitarse el capitalismo salvaje. Los bancos alemanes por ejemplo no pueden repetir el avasallamiento que generaron en Grecia.

En Europa la eliminación de las fronteras internas se acompañó de una gran frontera externa, para que los no miembros de la Unión, se aprovecharan del esfuerzo de los unificados. Esa fue la intención del Tratado de Schengen.

El mundo globalizado no generó las ventajas anunciadas para la mayoría, sino que de una forma salvaje, creo las oportunidades para unos cuantos, que despojaron a las grandes mayorías. Una de las respuestas contra el despojo fue la migración, pero los expulsados se encontraron con los muros (consideremos al Mediterráneo como muro de agua para frenar a los africanos) y con fuerzas armadas que crearon rutas de la muerte, como en Estados Unidos.

Los muros crean efectos desastrosos para aquella parte de la naturaleza que no se guía por principios políticos. Hay grupos nativos que han visto destruido su hábitat, ya que sus costumbres contienen la migración, y los animales sufren al ver que no pueden aprovechar su hábitat porque hay una barrera que no existía ni debería existir. El poder depredador del ser humano avanza sin límite.

Estados Unidos ha construido un gran muro para distanciarse de un vecino indeseado, poco estimado aunque bien explotado. Conforme pasa el tiempo se moderniza y refuerza.

El capital estadounidense actúa como ave de rapiña en México y se regresa a su nido protegido con un muro reforzado militarmente. Se debe frenar a los expulsados por la rapiña, facilitar que pasen las mercancías y dejar que se cuele la droga, porque cumple con su función.

Trump quiere agrandar el muro aunque es innecesario para frenar mercancías o personas, luego entonces la construcción es simbólica.

Todos los Estados requieren de un referente externo para representar al mal y unificar a su sociedad para luchar contra él. Desde hace tiempo la morenización es el mal, así que para destruirla hay que inducirlos a las drogas, criminalizarlos, expulsarlos y frenar que sigan llegando. Para demostrar que se trabaja en esa dirección hay que crear elementos visibles que convenzan a la sociedad que sus odios son atendidos.

Llenar las cárceles de negros e hispanos sirve para sacarlos de las calles pero no cumple con la función visual. Propiciar que los barrios se llenen de droga sirve para que la televisión haga series que demuestran que el bien gana, pero es el mundo de la realidad irreal.

Construir un muro, sólido, elevado, da la imagen visual requerida que inundará los noticieros y le recordará a la gente que la promesa se cumplió.

Trump no solamente inoculó el discurso del odio en su campaña sino que lo vuelve materia de gobierno. Muestra que aísla a su sociedad del mal, y en el colmo de la injuria hará que el mal pague por la lucha contra él. Si sólo eso fuera su gran ganancia, le permitirá ganar credibilidad para su reelección. De cualquier manera, será un distractor ideal que le permitirá ocultar los efectos perversos y perniciosos del daño posible que provocará su agenda destructiva y avasallante en terrenos como educación, salud y derechos laborales. Mientras la oligarquía brinca de contenta. Cuatro años más de rapiña.

bottom of page