Se ha elevado un debate interesante sobre el llamado presidencial a la unidad nacional.
Nadie pone en tela de juicio la tesis fundamental: hay que estar unidos. Las preguntas por supuesto son por qué estamos desunidos y por qué el llamado no recibe respuestas positivas.
En parte las diferencias ideológicas y políticas están enraizadas a tal grado que dificultan el diálogo nacional. Es difícil dialogar con los dogmáticos (de todos los terrenos), las disputas muchas veces se manejan en el terreno electoral o simplemente en el distanciamiento en lo cotidiano. Carecemos de un motivo superior que nos lleve a abrazarnos olvidando nuestras diferencias y la élite política parece ser la menos calificada para convocarnos a lograr un gran frente nacional, entre otras cosas porque carecen de un buen motivo u objetivo. Esto es lo que Peña Nieto trata de encontrar al llamarnos a cerrar filas en contra de Trump, aunque no estamos convencidos que esa es la gran amenaza para México.
El presidente carece de capacidad de interlocución con la ciudadanía. Si el nivel de apoyo o rechazo a su gestión dice algo, es que la mayoría de los mexicanos no lo considera merecedor de la confianza nacional y menos que marchemos tras de él en la lucha por la dignidad nacional. En el camino se interponen serias acusaciones de corrupción y los nombres que ejemplifican la impunidad.
Los mexicanos se sienten profundamente agraviados y lo expresan de muchas maneras. En redes sociales, haciéndose justicia por propia mano, en marchas, motines, saqueos, artículos de periódico o simplemente insultándolo sin necesidad de provocación.
Ni Peña Nieto ni cualquier miembro de su gabinete son líderes nacionales. Su poder de convocatoria es escaso, su llamado a la solidaridad nacional se responde bajo coacción, pero la sociedad se fue, le pasa la factura electoralmente y con el desprecio a su llamado. En contra se convocan manifestaciones que muestran que se queda sólo.
El gran problema para México son los dos años que faltan hasta que se vaya a gozar lo mal habido; mientras enfrentaremos retos internos que amenazan descarrillar a la economía, y externos para los que el gobierno no está preparado.