No obstante que los esquemas de izquierda y derecha resultan obsoletos para el desarrollo actual de la teoría política, todavía sus añejas formas pueden ayudar a quien busca una brújula en estos tiempos de catastrófica realidad. Es necesario observar el espectro de las ideologías para comprender a fenómenos como Donald Trump que, de pronto, se aparecen desconcertantes en el futuro de México con todo y la claridad de los mensajes que ha enviado.
¿Qué es Trump? Diversos personajes de los medios noticiosos y políticos han insistido, hasta la saciedad, en identificarlo con la raíz populista de Andrés Manuel López Obrador; empero, el populismo en América Latina está próximo con el justicialismo de izquierdas. Se puede vincular a Trump con un tipo de populismo, pero el nombre adecuado es Fascismo y resulta de Derecha. Los Estados Unidos de Norteamérica siempre han sido una plutocracia; pero, esta ocasión, el monstruo perdió el lado amable.
¿Qué tipo de Derecha representa Donald Trump? Aún es temprano para distinguirlo. La coalición política que lo llevó al poder integra una amalgama de derechas que tratarán de cohesionarse en función del tiempo y las circunstancias. Para estudiosos como Roger Eatwell y Noel O´Sullivan (1989) no hay derecha sino derechas. Mantienen un núcleo de valores comunes; pero, también, matices que hacen diferencias significativas. Las derechas se clasifican –cuando menos- en las categorías de reaccionaria, moderada, radical, ultra y nueva. Ni qué decir de la pluralidad de derechas que nos ofrece la sociología franquista de Alonso de Miguel (1975). Donald Trump incluye diferentes derechas en mayor o menor proporción. Quizá, a ello se debe la lentitud y expectativa en los impactos verdaderos de sus decisiones.
Un elemento debe destacarse en el nuevo grupo gobernante de Estados Unidos: la influencia significativa de Israel y la comunidad judía en Donald Trump. ¿Implicará esta coyuntura una disminución en la xenofobia y discriminación que los WASP están irradiando en forma estrambótica? La evolución global del fundamentalismo islámico requiere un nuevo diseño geopolítico, explicativo de las alianzas ruso
estadounidenses, que las derechas no terminan de comprender. El escenario provocado por la globalización neoliberal desbocada no puede terminar en el régimen del Sol Negro o Alianza Nacional. Si las teorías ariosóficas y metacristianas empiezan a imponerse, el mundo entero -urgente y necesariamente- tiene derecho a defenderse como pueda. En contextos tan confusos de supervivencia, incluso el acercamiento entre grupos de derecha y miembros de la comunidad judía no es extraño. Donald Trump mantiene vínculos significativos con la derecha israelí y algunos miembros ortodoxos de la comunidad judía que observan en el mandatario republicano una vía indispensable para inhibir el terrorismo y el fundamentalismo musulmán. La mayor parte de las ocasiones, sin embargo, esta aproximación se vuelve desafortunada. Ha sucedido en la Italia de Mussolinni, Argentina en la dictadura militar y Francia contemporánea. Al salir de Estados Unidos; afortunadamente, se funde el fusible de la conexión entre Benjamín Netanyahu y Trump. Una gran parte de la comunidad judía internacional no apoya al Partido Republicano ni las políticas del Partido Likud.
La inmigración y sus consecuencias son un efecto de la globalización y desarrollo del capitalismo salvaje. La globalización, el capitalismo desbocado, es uno de los retos más grandes de la ciencias sociales. Este fenómeno nos demuestra que aún los propios tecnócratas de los países hegemónicos no saben que hacer. El fundamentalismo islámico es una externalidad que malinterpretó Barack Obama y Hillary Clinton. El partido demócrata es responsable del desarrollo que ha tomado el terrorismo islámico y el empoderamiento de los estados centrales que forman parte de esta civilización. No se puede decir lo mismo de la emigración mexicana. El presidente Barack Obama es el norteamericano que expulsó más mexicanos en toda la historia bilateral. Las últimas medidas en contra de los inmigrantes cubanos también son inexplicables. Sin decirlo, ni aparentarlo, Obama quiso ser más WASP que Trump.
Si bien es cierto qué México, aparentemente, se ha convertido en el chivo expiatorio preferido de los WASP, uno de los elementos a destacar en el discurso inicial del nuevo presidente norteamericano es la confrontación frontal con el Islam. El reloj histórico se regresó a los noventas, no a los cuarentas del siglo XX.
Donald Trump puede editar nuevamente el gobierno de los Bush más que el de FD Roosvelt. En el primer caso, Donald Trump se parece más a Vicente Fox Quezada.
Incluso tiene un gusto semejante por la ambigüedad en las decisiones. Las esperanzas y anhelos que guardaban la derecha reaccionaria y ultra, se cumplieron a medias. Cedieron frente al PRI y, como resultado, perdieron la candidatura panista a la presidencia de la república frente a la derecha moderada y neoliberal donde el PRI también tenía buenos asientos. Vicente Fox conoce, en sentido amplio, el concepto de impotencia en cuanto al arte de gobernar se refiere. Quizá, basados en dicha experiencia, se puede pronosticar lo que va a ocurrir en el gobierno de Donald Trump. En las primeras horas, el tren de carga trumpista ya no espanta tanto a la clase política mexicana. El ferrocarril trumpista incluye vagones que representan diferentes derechas. Emite un sonido aterrador y parece que nos aplastará; empero, las amenazas mayores estás suspendiéndose.
Cuando José López Portillo se reunió con Jimmy Carter pensó que las cosas serían sencillas, consideró ventajas dada la condición humana del personaje. No fue así, las cosas fueron todo lo contrario. Si la élite política del país piensa como José López Portillo, la situación de México se complicará. Los nexos de Luis Videgaray están generando estas expectativas en el gobierno mexicano que piensa en atemperar la situación. El problema no es Donald Trump sino la corrupción, incoherencia, irresponsabilidad y condición delincuencial de nuestros políticos y empresarios. México tiene que hacer las cosas que son su obligación. Con todo, tiene razón Trump cuando califica a nuestro país como un Estado Fallido que puede contagiar sus males. La anomia y patología social en nuestro país, son responsabilidad de los políticos de todos los partidos.
El gobierno mexicano y la clase político empresarial en nuestro país, tienen que dar un golpe de timón al curso de su comportamiento. Mientras no entiendan, no inspiren, no fortalezcan el Estado de bienestar en todas partes, personajes populistas, de derecha e izquierda, van a seguir apareciendo. O se le pone control al capitalismo o personajes como estos se volverán una epidemia.