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Tiembla el susanismo.

La semana ha sido horrible para el equipo de dirección del PSOE, tanto para la Gestora de Ferraz como para los dirigentes regionales afines: en cosa de días el PP ha conseguido salvar los presupuestos, lo que desmiente la necesidad de la abstención socialista para que Rajoy fuera presidente; y el resultado de las primarias, ha sido un batacazo en toda regla para quienes habían propagado a los cuatro vientos que la lideresa andaluza se iba a dar un paseo militar.

El PP ha conseguido el voto de nacionalistas canarios y vascos para salvar las enmiendas a la totalidad a los presupuestos, los ha comprado, lisa y llanamente. Unos cientos de millones para los insulares y unos miles para los del PNV. No es la primera vez que algo así ocurre, pero nunca antes de ahora se había padecido un gobierno central sumergido en sus propias aguas fecales hasta la barbilla, y han sido los nacionalistas vascos los que han dado a Rajoy un par de botellas de oxígeno para que continue como si nada pasara, como si tener a la policía y a los jueces trabajando horas extra para desentrañar la trama criminal que el partido sostiene -o que sostiene al partido- fuera lo más normal del mundo.

Han hecho un buen negocio los de Ajuria Enea, sin duda. Otra cosa es la más que discutible decisión de obviar el deterioro institucional y la pérdida de credibilidad democrática que genera su servicial asistencia como bomberos a un Rajoy sitiado por el fuego de la corrupción. El PNV ha hecho lo que le convenía, simplemente; a ellos como partido y a su administración en Euskadi.

Al margen de cualquier ética mínima, también ha salido ganando el PP: saca adelante los presupuestos, se asegura la perdurabilidad de la legislatura –si así lo desea Rajoy- y, además, hace evidente que no necesita [ni necesitaba] al PSOE para nada. Alguien debería dimitir de aquellos que aseguraron que montar la que montaron en el comité Federal era poco menos que imprescindible por razones de Estado. En cualquier caso, el resultado de la dinámica parlamentaria es que el PSOE, hoy por hoy, es prácticamente irrelevante en la política española.

El resultado de las primarias ha sido demoledor para los que han apadrinado, impulsado, protegido, aplaudido y ensalzado a la señora Susana Díaz. Tras recontar los avales conseguidos por Pedro Sánchez, éste se ha quedado apenas a cinco mil de la superwoman de Triana, y la ha vencido en diez comunidades autónomas. Además, casi dos tercios de los avales presentados por la presidenta andaluza los ha recogido en su región. El resultado global demuestra que Díaz sólo tiene predicamento en la España meridional y quizá en Aragón. Nadie sabe qué puede pasar en el Congreso próximo, y ahora el susanismo tiembla por si Pedro el podemita, el amigo de los que no aman a España, pudiera arrebatarle a Susana el triunfo que ella y sus valedores daban por hecho. La militancia ha salido rebelde, incluso en territorios -como el País Valenciano o Asturias- donde sus líderes están a las órdenes de la baronesa.

Es difícil entender cómo han podido equivocarse tanto; que tuvieran tamaño desenfoque de la realidad. Que la candidata bendecida por la nomenklatura felipista sea un fiasco al norte de Despeñaperros es algo que solo puede sorprender a aquellos que han vivido en la endogamia de su propia burbuja partidaria, tan soberbios como ajenos a lo que ocurre fuera de ella. Gentes que han confundido la realidad con sus deseos y que, por si ello fuera poco, vienen creyéndose sus propias mentiras desde hace años. Que la lideresa de la federación más poderosa del PSOE sea aceptada como la lideresa natural del partido solo por esa razón y, posteriormente, sea refrendada por los electores, solo puede parecer un razonamiento lógico a personas afectadas de extrema miopía política y partidaria.

El PSOE es uno más de los partidos socialdemócratas europeos que hace años intentan ignorar su declive. Forma parte del grupo de homólogos que o bien se debaten buscando su pura supervivencia o, directamente, amenazan ruina. Otros desaparecieron prácticamente ya. Los holandeses y más recientemente los franceses, los británicos, los alemanes o los austriacos; los italianos o los griegos, todos ellos formaciones que otrora fueron partidos poderosos, ahora sufren por su incapacidad para adaptarse a unas realidades sociales y políticas en las que no han sabido encontrar su espacio, ni mantener sus vínculos ni su capacidad de representación. La socialdemocracia europea, la que fuera poderosa fuerza política, la que pilotó buena parte de los treinta [años] gloriosos tras la Segunda Guerra Mundial, hace mucho que dejó de ser relevante. Algo va mal, decía Toni Judt hace unos años, y desde entonces la cosa no ha hecho sino empeorar. En los últimos años, la socialdemocracia no ha sabido reinventarse. Pero no solo han errado los partidos de la izquierda reformista, tampoco buena parte de sus seguidores destacan por su lucidez. Ya lo decía el propio historiador británico “Hay algo profundamente erróneo en la forma en que vivimos hoy”.

No nos metamos en honduras, no obstante.

Ahora el establishment socialista ha descubierto que Susana Díaz, la que decían que posee el gen de la victoria, la que aseguraban que permitiría reverdecer los laureles de González y Zapatero, ha quedado retratada por la propia militancia de su partido. Excepto en la España meridional, la mujer no parece generar ni simpatía ni credibilidad, con su discurso que tiende a ser tan hueco como pomposo. Es una lideresa que muchos empiezan a ver de cartón piedra; una supuesta ganadora que ahora tiembla como tiemblan muchos de aquellos que la apoyaron, buena parte de los cuales tienen su militancia directamente conectada a un trabajo remunerado proporcionado por el partido. Veremos qué pasa en el congreso, cuando el voto sea secreto, cuando no se teman represalias de los dirigentes locales o regionales adscritos al susanismo.

No obstante, si aun así la señora venciera en el congreso, luego –en su momento- vendrían las elecciones generales donde debería validar su liderazgo ante los ciudadanos, no ya ante sus compañeros de partido. El resultado de las primarias arroja luz sobre el muy escaso respaldo que la presidenta andaluza podría cosechar en toda la España atlántica, cantábrica y mediterránea, y las dificultades en Madrid e, incluso, en la Castilla septentrional. Es una candidata que previsiblemente no solo no sumaría votos a la marca socialista, sino que le restaría. En conclusión: sería una pésima candidata.

Este es el resultado de tantos años confundiendo muchas cosas en el espacio partidario, tantos años acallando voces críticas, tantos años apartando de la foto a quienes se movían, tantos años de espaldas a las grandes preocupaciones de la mayoría de la ciudadanía y ausentes de sus movilizaciones reivindicativas; tantos años obviando la calle y creyendo que la política es cosa de notables que se reúnen en cenáculos a los que solo acceden los elegidos; tantos años desconectados de los jóvenes y de sus penurias y lamentos; tantos años dedicados a sus mezquindades partidarias que, finalmente, parece que solo a esa dirigencia desconectada de la realidad le podría sorprender que la “trianera tocada por los dioses del socialismo y de la política” -que dijera el barón aragonés Lambán- hiciera buenos los pésimos resultados obtenidos por Pedro Sánchez en las elecciones de 2016.

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