Ya no tenemos libros sobre la fatiga; están agotados.
LA PUÑALADA DEL METROBÚS
Un querido lector: “En toda Europa circulan camiones de ese tamaño entre los automóviles sin necesidad de carriles confinados, sin estaciones elevadas y sin pavimento especial, pero no los sobrecargan como en México. Pasan a su hora y minuto y se paran sólo donde deben. Rompieron un pavimento de concreto casi nuevo para poner otro que seguramente no será mejor al que rompieron. ¿Por qué no podemos hacer bien lo que otros sí pueden?”. Otro: “Vamos juntando leña (si es medio verde, mejor, por aquello de que hará llorar a los que serán quemados vivos) para quemar al o a los enemigos de ¡NUESTRA CIUDAD DE MÉXICO!”. Otro: “A mediados de 1976, el entonces secretario de Comunicaciones y Transportes, Eugenio Méndez Docurro (qepd) hizo la presentación del mejor estudio conocido sobre transporte urbano y la problemática inherente. Advirtió de los riesgos y peligros de seguir estimulando el transporte individual, que –profetizó con una precisión que apenas ahora podría considerarse en todo lo que valía: la saturación de automóviles en la capital, las consecuencias de eso en cuanto a la salud física y psicológica de los ciudadanos. Dijo que no podían posponerse proyectos de transporte colectivo y disminuir, o cancelar y de ser posible, eliminar, el exceso de vías para el transporte individual. Que un transporte colectivo moderno, eficiente, ahorrador de energía, debía ser el futuro de la ciudad. Pero el problema es que la ciudad no tuvo gobierno real hasta 1997. El primero, Cárdenas, no se ocupó del transporte ni de ninguna otra necesidad urgente. AMLO hizo un poco y Marcelo Ebrard echó los kilos con el Metrobús y el Metro, aunque los errores y otros detalles de miles de millones de pesos, le convirtieron en un apestado político. El clasemediero chilango padece del complejo del automóvil. Ciertamente, desde, por lo menos los años 40, fue impelido de hacerse de un carro por la ausencia de transporte colectivo ni decente ni indecente. Tampoco se podía obligar a los políticos a emprender esa tarea, porque eran burócratas a las órdenes del presidente y éste siempre estuvo en contra de mejoras citadinas porque potenciarían la personalidad de los ‘regentes’. Éramos rehenes de la paranoia presidencial. Yo me congratulo por los esfuerzos en materia de transporte colectivo. Esperamos mucho tiempo. Y sí, se reduce el espacio para el transporte individual. Ésa es la idea: ya era hora”.
COINCIDO, PERO DISCREPO
Reitero mi opinión: por supuesto que la mejor opción para la movilidad en una megalópolis es el transporte colectivo, pero no agravando el problema básico (que es lo que este proyecto-parche haría, como tantos otros negocios de los políticos: los ejes viales, el No Circula y los segundos pisos… sólo que peor).
LOS EJES VILES
Como regente, en 1978 Carlos Gengis Hank (mente irremediablemente atada al viejo paradigma Siglo XX del automóvil individual) aplicó a la movilidad chilanga un parche que muchos aplaudieron, le dio un respiro al atorón vial, pero hoy queda claro que nada más agravó el problema. Destruyó parques y camellones, taló miles de árboles, sepultó kilómetros de vías de tranvías. A un costo brutal. ¿Y para qué? Para aportar un parche que hoy, a 40 años de distancia, es evidente que no resolvió el problema (como puede comprobar cualquiera que ose hoy transitar con su auto por este tumor canceroso disfrazado de ciudad). Políticamente hablando, a la postre tampoco Hank, como ninguno de su centenar y medio de predecesores en la regencia o jefatura de gobierno de esta Corruptitlán de mis Pecados) escaló a la presidencia (salvo Valentín Canalizo en 1843, el único presidente nacido en Nuevo León). Por cierto, a mí me platicó don Gilberto Valenzuela, secretario de Obras Públicas de Hank, a cargo de realizar este proyecto, que acabó renunciando porque don Carlos le exigía aportaciones dinerarias imposibles bajo la mesa (moches, pues), que supuestamente él debía desviar del presupuesto asignado. Atlacomulco style en acción.