La segunda guerra mundial resultó en la polarización del mundo con dos potencias repartiendose el mundo. Una primera fase en la disputa ideológica-política-militar entre el socialismo y el capitalismo consistió en una carrera armamentista que amenazaba con destruir al mundo. Posteriormente un entendimiento “enfrió” las posibilidades de destrucción masiva. aunque las potencias usaron a otros países para medir sus fuerzas: Cuba, Corea, Medio Oriente.
En sus áreas de influencia usaron medios que brutalizaron a las distintas sociedades, esto incluyó la creación de gorilas en la Escuela de las Américas y la promoción de golpes de Estado o el envío de tanques a Praga y la creación de sistemas policíacos. La política perdió la moralidad, si es que alguna vez la tuvo. En nombre de sus “democracias” ambas potencias aplastaron a la sociedad y a la libertad.
Con el tiempo los aplastados y derrotados crecieron. Japón se convirtió en potencia económica, Europa se recuperó y unificó adquiriéndo poder económico, aunque permitió la presencia militar de Estados Unidos en el continente y en muchas partes del mundo, al grado de sentirse policía mundial; los Chinos crecieron hasta convertirse en potencia económica y militar. Otros países que salían de debajo de la bota colonial, como Israel, India, Paquistán o Irán, crecieron económica, tecnológica y militarmente. Hoy el club de las bombas atómicas tiene varios miembros.
La economía rompió también la hegemonía de las potencias. Alemania y China tienen invertido en bonos del tesoro de Estados Unidos una cantidad de dinero que puede derrumbar al dólar en cualquier momento, lo que obliga al gobierno estadounidense a negociar con ellos con cuidado, tal vez ante ese poder Trump ofendió a la Sra. Merkel, y bajó el tono belicoso con los chinos.
Estados Unidos creó una narrativa nacionalista y patriótica alrededor del anti-comunismo, este discurso penetró el imaginario social y político, generando posturas políticas extremas, que van desde los supremacistas blancos hasta las posturas racistas y misóginas de Trump. Con la caída del llamado socialismo real encontraron nuevos enemigos en los musulmanes y los inmigrantes, pero prevalece el fantasma del comunismo.
La desconfianza no desapareció y los países continuán espiandose, intervienen en los asuntos políticos de los otros y reaccionan con energía cuándo descubren que alguien intervinó en su país.
Estados Unidos ha permitido la intervención en su sistema político por medio de agentes extranjeros registrados, así saben que intereses se representan. Saben sobre las intervenciones en sus elecciones, pero ahora la intervención rusa sale a la luz, creando oportunidades de golpeteo político.
La influencia rusa en el mundo sigue siéndo una cuestión mayor, en parte por la recomposición de la vieja Unión Soviética y por la disposición de petróleo, que ha ayudado a crear una oligarquía corrupta y sedienta de riqueza y poder junto con una mafia globalizada.
Se supone que la posición rusa se redujo con la caída del socialismo, pero en Estados Unidos se le sigue considerando como amenaza. ¿Acaso el descubrimiento del apoyo a Trump cambió el paradigma del odio?
El Rusiagate provoca varias preguntas: ¿Estamos ante una amenaza real o ante fuegos fatuos? ¿Por qué a Trump no le molestó acercarse a los rusos como empresario ni su ayuda para ganar la elección? ¿A los democratas los molesta la cercanía, o la utilizan para acorralar a Trump y si es posible tirarlo?
Los republicanos han manipulado el sistema electoral, pero tal vez no esperaron que fuera vulnerable, al grado de poderse manipular desde el exterior.
¿Estamos al borde de una nueva era en la política estadounidense?
Tal vez estemos frente al despertar de una nueva era política dónde los factores ideológicos del lejano siglo XX perdieron vigencia y ahora el capital demuestra abiertamente no tener nacionalidad, ni ética, ni solidaridad. Es el mundo de la ganancia a toda costa y mientras mayor y más rápido mejor. La ética cómo guía de gobierno se entierra para dar paso a la necesidad de los negocios. ¿Es la agonía de un sistema que suponía privilegiar el nacionalismo y la soberanía?
¿Estamos frente al fin del fin de la ideología como instrumento ideológico, y solamente queda una sola sopa: el dominio del dinero por encima de las libertades y los derechos políticos?
¿Veremos la descomposición de la idea de países blindados ante la intervención foránea indeseada y descontrolada, que da lugar a intervenciones abiertas que arrasan con la soberanía?
Trump, coincide con Putin en que el dinero se impone sobre la narrativa ideológica, cuestión que puede romper con las prácticas que le dieron estabilidad a la política de ese país, que se reputa cómo el modelo de la democracia.
Como todos los rompimientos, este es doloroso y problemático, especialmente porque le abre las puertas a una incertidumbre que en Estados Unidos no saben manejar.