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Rajoy perdiendo la batalla

Rajoy está perdiendo la batalla internacional de imagen, y su jubilación comienza a entreverse.

Una semana más de tensión creciente y todavía falta otra para llegar al 1 de octubre. Con las espadas en alto, el desafío de los independentistas catalanes continúa generando ciertas simpatías –dentro y especialmente fuera de España- por la respuesta policial que el gobierno de Madrid está dando y por su carencia de propuestas que reduzcan la tensión. Se dice que Rajoy está obsesionado con no volver a hacer el ridículo que vivió el 9N, y también que los halcones de la extrema derecha de su partido quieren que sea todavía más duro y que en ningún caso admita el diálogo con los sediciosos excepto para aceptar su rendición incondicional. Sin embargo, las cosas no les están funcionando bien y parece que el tiro les pudiera salir por la culata.

No se puede negar que los dirigentes soberanistas –que han quemado sus barcos y se la juegan al todo o nada- han conseguido darle un perfil internacional a su causa. Un perfil creciente que ha obligado al mismísimo ministro de exteriores, el inefable Dastis, a intentar explicarse en la mismísima ONU. Las señales que llegan de la Unión Europea –pese a que el discurso oficial apenas ha cambiado en Bruselas- comienzan a sembrar el nerviosismo entre los actores alineados con Rajoy, y los grandes medios de prensa internacionales están siendo muy críticos con la respuesta tan desmedida como ineficaz de éste. ¿A cuánta gente querrá multar, detener y, en su caso, encarcelar Rajoy? ¿Decenas, centenares, miles?

Da la impresión que el Gobierno solo piensa en el 1-O, como si impidiendo que ese día se produzca algo que se parezca a un referéndum ya estuviera el problema resuelto. No pueden ser tan obtusos; ni siquiera su rancio nacionalismo soberbio puede cegarlos tanto. ¿Dónde van, pues? ¿Cuál es el Plan de don Mariano?

Parece indiscutible que el Estado ha de actuar ante los desafiantes que no ceden un ápice en sus exigencias, pero no se puede aceptar que esa actuación vulnere –en ningún lugar de España, ni tampoco en Cataluña- los propios derechos fundamentales que la Constitución consagra. Y eso es lo que está ocurriendo con la apuesta autoritaria, judicial y policial, auspiciada por el Gobierno. Engrosen o no las filas del independentismo, el volumen de gente desafecta al gobierno de Madrid es creciente en Cataluña. Incluso los que allí están dando la batalla a los independentistas, a riesgo de muchas cosas, no pueden aceptar de ninguna manera lo que parece ser una intención doble de Rajoy: humillar a las instituciones catalanas y meter el miedo en el cuerpo de los ciudadanos que las reconocen y respetan. De momento no parece que la estrategia esté resultando exitosa y la zanja que rompe los afectos entre aquella tierra y el resto de España se ensancha cada día que pasa un poco más. ¿Dónde va Rajoy, el supuesto estadista qué, según los suyos, vence porque domina los tiempos de las batallas políticas?

Las voces que se comienzan a oír desde Europa transmiten algo que, se reconozca o no desde Madrid, es una evidencia creciente: por la mala gestión de Rajoy, el mal llamado problema catalán se ha convertido en un asunto europeo. Se sigue hablando de él como de una cuestión interna de los españoles, pero ahora se añade que la preocupación es creciente y que todos están atentos a la evolución del conflicto. Hemos pasado, pues, a otra pantalla del juego. Comienza una nueva temporada de la serie.

Dicen los analistas que Rajoy, en un hipotético escenario electoral, podría ganar muchos votos en España, aunque su partido corriera el riesgo de desaparecer en Cataluña. Eso explicaría sus movimientos, en la perspectiva de que los vascos del PNV se alejen de él como de un apestado y se vea obligado a convocar elecciones. Puede ser. Quizá en esa polarización entre españolismo y separatismo Rajoy obtenga réditos electorales a corto plazo, que es a lo que él juega siempre: hacer lo que le conviene hoy sin pensar en mañana, porque entonces será capaz de hacer sin rubor lo que vuelva a convenirle.

¿Pretendería ganar tiempo? Puede, pero ¿para qué? La desafección catalana es, hoy por hoy, imparable y, además, es más evidente entre los más jóvenes que no tienen los referentes, por ejemplo, de la vanguardia antifranquista que Cataluña desempeñó para España entera. Como diversos analistas han expresado últimamente, contra un 60 por ciento de independentistas no habrá barreras que oponer desde Madrid y la independencia será un hecho. Este es un escenario todavía lejano, pero inexorable si no se produce un golpe drástico de timón. Y Rajoy, eso está claro, no es un marino solvente se mire por donde se mire.

Aún en plena borrasca, es incapaz de ofrecer ni afecto ni una salida razonable a la situación que fracture el bloque independentista, y se refugia tras los jueces y la policía. Quizá ese cortoplacismo le dé votos en la España castellana, pero sus socios europeos comienzan a verlo más como parte del problema que de la solución. Con los quebraderos de cabeza que la Unión Europea tiene en la agenda, desde Polonia y Hungría al Brexit, pasando por Trump y los problemas migratorios, una crisis como la que se anuncia en España es lo último que desean sus dirigentes. Se dice que en cenáculos políticos muy principales hay gente que está pensando que Mariano, tan dócil siempre ante sus superiores, debiera pasar más temprano que tarde a la situación de jubilado. A los preocupados dirigentes europeos no les va a resultar fácil seguir apoyando a un colega que no solo no es capaz de arreglar el desaguisado interno, sino que además lo empeora cada día que pasa.

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