El Estado
Una buena parte de la teoría del Estado marxista se resume en el concepto de Engels sobre la Autonomía Relativa del Estado.
El Estado se autonomiza de la sociedad relativamente, porque no se puede hablar de absolutos.
La autonomización implica afectar algunos intereses inmediatos de la clase dominante, especialmente de esa parte (fracción) que impone su propio proyecto y por eso se le considera hegemónica. El gobierno cuya temporalidad la determina el tipo de sistema político-electoral, impone los cursos de acción política que someten a las otras fracciones asegurando que las clases oprimidas no generen conflictos que pongan en peligro al sistema.
El modelo descansa en elementos políticos e ideológicos.
Políticamente el Estado controla el dinero, los impuestos y posee una fuerza represora para acallar los conflictos cuya legitimidad deriva de estar monopolizada por el Estado para garantizar la continuidad del sistema; el factor ideológico consiste en convencer a la sociedad en general que ese sistema es lo que todos quieren o deben querer. Llega al extremo de convencer a la sociedad que ese sistema de opresión es bueno y deseable. Con razón Marx considera a la ideología como una distorsión de la realidad, y para eso está conformada por mitos, que son según Eliade una serie de creencias sobre las que se congrega la sociedad para creer en ellas. La creencia implica que no se requiere de confirmación alguna.
Este sistema se sustenta en un sistema de representación, que ideológicamente le hace pensar a la gente que funciona para el bien de todos. No en vano existe la noción romántica de que la política existe para hacer feliz a la sociedad. Y aquí es dónde la marrana torció el rabo.
Resulta que no solamente el Estado se autonomiza de la sociedad, sino que también las instancias de representación, especialmente los partidos políticos se autonomizan, igual que lo hacen instancias como sindicatos y otras agrupaciones sociales que al autonomizarse de sus bases, las obligan a tener que luchar contra la representación para poder promover sus intereses.
Mientras más aumenta la relativización de la autonomía se generan anomalías que llegan a ser riesgosas. Una de las principales consiste en que llega un momento que la representación y por lo tanto el gobierno, empieza a representarse a sí misma dejando de lado a la sociedad. Surgen entonces prácticas perversas como la corrupción, el autoritarismo y aquellas que ayudan a someter a la sociedad: clientelismo y asistencialismo.
Dice Antonio Hermosa que Inglaterra alumbró al asistencialismo, esa doctrina y prácticas sociales que confiere al pobre un derecho a que la sociedad provea sus necesidades. Citando a Tocqueville considera que el asistencialismo “se debe a su poder para abrogar la libertad de circulación del pobre... ya que para reclamar el derecho a ser asistido es crucificarse de manera voluntaria a un determinado trozo de tierra... Toda medida que funde la asistencia legal sobre una base permanente y le dé una forma administrativa crea, pues, una clase ociosa y perezosa que vive a expensas de la clase industrial y trabajadora. El derecho que tiene el pobre a obtener los auxilios de su comunidad tiene esto de particular: que en lugar de elevar el corazón del hombre, lo rebaja... el resultado inevitable de la asistencia legal consistía en mantener en la ociosidad al mayor número de pobres... si esa ociosidad, digo, ha sido la madre de tantos vicios.”
La representación convierte así al individuo en objeto moviéndolo de acuerdo a las necesidades de dominio y opresión que garanticen la reproducción de un sistema dónde se benefician los representantes y por supuesto, sus amos, que son parte de la fracción hegemónica de la clase dominante.
No sorprende que la derecha estadounidense trabaje para los bancos y grupos oligárquicos (farmacéuticas, aseguradoras), o que en México se impongan las condiciones para beneficiar a una fracción ligada a la oligarquía internacional, cómo bien lo muestra la reforma energética y las decisiones de los políticos con las cuales se benefician directamente en virtud de su conexión con las empresas internacionales.
Mientras la sociedad se ve despojada de posibilidades de influir o cambiar las condiciones injustas, porque de hacerlo se enfrentan a los garrotes de la violencia “legitima” (tesis autoritaria de Weber), como lo vemos dónde la sociedad protesta contra los gobiernos que someten a las grandes mayorías del mundo a la voluntad de la clase dominante. Así sugiero ver el enfrentamiento de globalifóbicos con los gobiernos libre comercistas y el garrote utilizado contra ellos.
Puede generarse entonces un círculo vicioso entre autonomización y resistencia social que estira la liga hasta que se rompe. Cuándo lo hace, depende de circunstancias históricas y políticas.