El fenómeno del nacionalismo es un hecho firmemente anclado en el largo proceso histórico de la constitución política de los Estados. En el siglo XX las contradicciones y los conflictos generados en torno a la cuestión nacional fueron de una gran relevancia y su costo humano fue enorme. Sus consecuencias todavía marcan lo que ocurre en el mundo.
En el siglo XXI, en medio de un acelerado movimiento hacia la globalización de los mercados y su significado para la recomposición de las relaciones entre el capital y el trabajo; en un entorno en el que se generalizan las pautas de comportamiento humano; en el escenario de fuertes impulsos a la unificación regional, como ha ocurrido en Europa, el repunte del nacionalismo en distintas formas es un asunto vigente.
En esa parte del mundo, lo que apuntaba a una dinámica de fortalecimiento regional, con la creación de un gobierno comunitario, de un espacio de libre movilidad de personas, mercancías y capitales, de la creación de una moneda única en buena parte del territorio, las fuerzas que alientan el nacionalismo han resurgido con vigor.
Las causas a las que se apunta para apreciar este proceso son diversas también; las hay de carácter económico con las recurrentes crisis desde principio de siglo y, especialmente, al colapso financiero de 2008. Otras son de índole política, como las que se podrían aglutinar en las repercusiones en el Este del continente de la desaparición de la Unión Soviética.
El objetivo no es desglosar un fenómeno de naturaleza muy compleja. Hay, no obstante, un conjunto de experiencias que confluyen en esa amplia región y que, aun con sus propias características, podrían tener elementos comunes que apuntan a la reaparición de los movimientos nacionalistas.
Tres, de distinta naturaleza, pueden ser mencionadas a guisa de ejemplo, sólo como una referencia: el Brexit, la radicalización de la política en Hungría con el gobierno de Orbán y el independentismo catalán.
Las consideraciones al respecto pueden orientarse desde distintas perspectivas. Propongo aquí tratar una de ellas. Se trata de la formulación de este tipo de fenómenos políticos que fueron tratadas por el jurista alemán Carl Schmitt. Se conocen bien las particularidades de este personaje, sobre todo su gran influencia en los estudios legales de su país e igualmente su afiliación nazi. Las nociones que propone al respecto del Estado son relevantes.
Adam Smith hizo un supuesto antropológico soportado en la noción de la simpatía mutua entre los miembros de una sociedad, que cimienta el edificio de su Teoría de los sentimientos morales y, luego la propuesta de que la consecución del interés individual lleva al beneficio colectivo como fuente de la riqueza de las naciones.
Hobbes supone que el hombre es un lobo para el hombre y, por ello, además de la moral y la justicia se necesita una suerte de pacto social que provea de seguridad y protección ante los conflictos provocados por los intereses individuales. Es así que, el Estado ha de establecer la paz y la estabilidad en la sociedad.
Para Schmitt lo que es específicamente político es la distinción entre las acciones y los motivos reducida a la relación entre el amigo y el enemigo. En este caso se trata del sentido público y no privado de la amistad o la enemistad; para él, una colectividad es un ente político en la medida en que tiene enemigos.
La enemistad, entonces, la define como una relación que surge cuando se reconoce a ciertas personas o grupos como existencialmente diferentes o ajenas. La definición del enemigo es en esta concepción el primer paso para definirse a uno mismo: Distinguo ergo sum, como él dijo.
En la distinción del grupo frente a sus enemigos está la esencia de la política y ésta, a su vez, entraña la posibilidad del conflicto y, en última instancia, de la guerra.
Aquí bien una derivación relevante para los movimientos nacionalistas. Si se admite el supuesto de Schmitt se sigue que ese grupo necesita de un soberano que decida y empuje en los casos excepcionales de confrontación.
La decisión soberana del Estado es precisamente eso y no se sostiene en ningún principio universal y no reconoce ningún límite.
Aunado a las consecuencias políticas que se desprenden de esta concepción de lo social, constituye también una crítica del liberalismo. Se cuestiona de manera esencial su atención en el individualismo, los derechos humanos y hasta el mismo imperio de la ley.
Estas cuestiones se tienden a convertir en ficciones y, en cambio, el verdadero fundamento de una política nacional esta constituido por la unidad, el liderazgo, la autoridad y, también, las decisiones de tipo arbitrario. Estas serían incluso la fuerzas reales que guían las decisiones políticas, si no en todo momento, sí en aquellos que son clave en un momento político determinado.
Cada una de las situaciones que enmarcan los procesos nacionalistas señalados más arriba tiene especificidades históricas y culturales de naturaleza particular y, sin embargo, caen de una u otra manera en el supuesto antropológico plasmado por Schmitt y del que se derivan las formas específicas del fenómeno nacional, antiguo y contemporáneo.
En el caso catalán hay demasiado énfasis en las banderas en la del nacionalismo propio y, cada vez más, en el español, esa no es nunca una buena señal.
Tomado de La Jornada