En una ocasión un empresario muy cercano a un gobernador me dijo que le habían encargado buscar al diputado ideal, le desee suerte porque le iría como a Diógenes. Por cierto de Diógenes se dice que estando en Atenas se le acercó Alejandro Magno quién después de presentarse le preguntó si podía hacer algo por él, y el filósofo respondió: Muévete, que me tapas el sol.
El empresario me dijo que había encontrado al diputado y que era yo. Cuestión a la que me rehusé por razones espurias para no ofenderlo, pero la verdadera era que solamente querían un curriculum y una cara sin mancha de corrupción. Ser escogido diputado por el PRI implicaba entrar a ese espacio de privilegio careciendo de la menor posibilidad de aportar política de calidad o inclusive ideas novedosas, porque los espacios de la influencia estaban reservados para los políticos de siempre que seguían instrucciones. Bajo un partido menor en ese entonces, el resultado hubiera sido más desolador.
Muchos hemos escuchado que cuando le preguntan a alguien destacado porque no entra a la política, este responde que no lo hace porque es un juego sucio, y tienen razón. Es evidente que la calidad de los gobernantes está, tal vez en su nivel más bajo, causando un deterioro evidente en la calidad de la gobernación, ya sea en las decisiones que se toman, como en el manejo de los problemas sociales, económicos y políticos y en las relaciones conflictivas propias a todos los sistemas. De hecho, esas decisiones se convierten con frecuencia en problemas de distinta índole.
Fernando Savater defiende al egoísmo y sugiere que la política sirve para equilibrar los egoísmos individuales; pero ahora la política es inefectiva para balancear egoísmos porque éstos son la regla que mueve las decisiones de gobierno. Es por eso que la corrupción se impone globalmente, hasta generar reacciones en diversas partes del mundo en contra de los políticos corruptos: en un país los tiran a la basura y en países con trazas de democracia, la justicia les ajusta cuentas. En Guatemala han encarcelado a un ex presidente y su pandilla (miembros del gabinete); en Israel la policía acusa al primer ministro por corrupción, además de haber encarcelado a otro primer ministro. La apuesta que domina es por el egoísmo individual no por el futuro nacional. Señales abundan sobre la calidad de muchos gobernantes. Funcionan con paradigmas obsoletos que implican poco riesgo para su futuro personal, aunque afectan el bienestar nacional. Es incompatible el acto de gobernar con los negocios personales. Encontramos una pobre formulación de alternativas de decisión, porque independientemente de su nivel de estudios, los motiva beneficiar intereses sectarios a los que se asocian. Un ejemplo ha sido la reforma energética en México con la que se han beneficiado diversos ex funcionarios. Generan decisiones políticas pobres e insuficientes para el avance societario. Yehezkel Dror crítica los enfoques tribales que consisten en promover los intereses de la tribu antes que los de la humanidad, entre éstos encontramos el aislamiento nacional y la promoción de intereses facciosos, como por ejemplo la industria armamentista en Estados Unidos. En el mejor de los casos, algunos aunque son irresponsables, dejan que el que viene atrás limpie el desorden, otros buscan el desorden para beneficiar a su facción, como lo ha documentado Klein. Aunque las leyes se llenan de castigos para los violadores de normas supremas, los códigos de ética son violentados como práctica común facilitando evadir esas mismas leyes que ellos aprobaron. Simulación legislativa e ineficiencia gubernamental como norma.
La pobreza ética, moral y de educación política de los políticos se acompaña con posturas protagónicas y circos bien montados cuya finalidad es disfrazar las verdaderas intenciones. Han convertido a la política en un juego de simulaciones, mentiras y engaños. Una degradación generalizada.
Un componente son las negociaciones secretas, acuerdos vergonzantes que aportan ganancias personales. El interés del Estado se ha reemplazado por la búsqueda mezquina de satisfactores personales y auto gratificación.
Esos políticos exigen lealtad, no a los principios, sino a sus intereses, y para satisfacer su ambición se comportan como pandilla que desarrolla una contra-ética al estilo mafioso, como guardar silencio y sacrificarse momentáneamente, ya que eso garantiza el goce del privilegio. Es el caso de un político que va a la cárcel para tapar un delito del presidente.
Estos políticos cancelaron su patriotismo aunque se lo reclaman a la sociedad, finalmente necesitan votos y carne de cañón.
El gran desprecio mostrado por Diógenes al político indica la forma como veía a los gobernantes y que no se rendía ante ellos. La pleitesía debe ser un bien escaso y entregado con mucha selectividad, de otra manera se degrada.