Sarcasmos
Es más fácil matar cientos de millones de seres humanos, que controlarlos.
BANCOS: UN DOLOR DE HUEVOS
El teléfono de mi micro mansión sonó a eso de las 10:00 de la mañana. Me despertó, claro (nos acostamos muy tarde y Marián pasa malísimas noches por la zozobra de los sismos). Era un robot que me advirtió en voz grave que mi saldo del crédito personal equis que en pésima hora tuve que contratar hace casi cinco años (que por cierto contraté con otro banco que le vendió su cartera de créditos a este oooootro especialmente truculento) tenía un atraso. Me extrañó, porque yo nunca me atraso en mis pagos institucionales. Por lo mismo había acudido a la sucursal el viernes anterior (dos días antes de la fecha de vencimiento, que era domingo) para depositar la cantidad que la cajera me había informado, según constaba en su pantalla. El robot me dijo que tenía dos opciones. Una, consultar “atencionrecuperaciones@banco.com.mx. Dos, ser atendido por un ejecutivo marcando 1. Tomé el recibo del banco y marqué 1. Otro robot me tuvo algunos minutos en la línea con el clásico mensaje de que “Su llamada es muy importante para nosotros. Por el momento nuestros ejecutivos están ocupados. Espere en la línea, por favor”. Eventualmente pude hablar con un ser humano (bueno, tan humano como puede ser una operadora de esas). Me pidió varios datos los cuales ya tenía yo a la mano. Uno de esos datos era el número de mi teléfono de casa (al que ELLOS me estaban llamando). Me informó de mi tremendo pecado financiero. ¿Sabes cuánto tiempo tenía el “atraso”? Un día. ¿Y sabes de cuánto era? Un centavo. No, no un peso: un centésimo de peso que ignoro por qué la cajera me había cobrado de menos. En ese instante salí corriendo a la sucursal y liquidé el “atraso”. Pagué de inmediato el centavote, sin sombrero, de rodillas y flagelándome con alambre de púas, cual corresponde a mi vergonzosa falta (que en otros tiempos me habría condenado a galeras y comprometido a varias generaciones después de mí). Me pregunto cuánto le costó al banco el tiempo de la cajera, el papel del nueeeeeevo recibo por ese centavito, la electricidad que consumieron la computadora y la impresora, etc, y el tiempo, la bilis y la desmañanada que esa mega estupidez nos había costado a Marián y a mí, etc. Pero ya conozco a estos jijos del máiz: un centavito puede parecer un piojo despreciable, pero estos demonios computarizados lo pueden convertir en un tronar de dedos en la momia azteca. Si dejo ese centavito pendiente, no tardan los intereses compuestos, las multas, las comisiones, los gastos de cobranza y de juicio, el IVA de todo eso, etc, en convertir ese centavito en la deuda de Coahuila dejada por los hermanitos Moreira. Aparte de que, por supuesto, mi teléfono zumbaría a todas horas con sus reclamos. ¿Ya arreglé el desaguisado? No me confío. A ver con qué nueva me salen ahora estos %=&+”@. Porque son más tenaces que esposas celosas escarbando en vidas pasadas (o peor, con la clave de tu celular).
TRUMP
La nota: “Una alarma en el convoy terrestre del presidente Trump motivó la inmediata sustitución de todos los choferes de las vans destinadas a transportar reporteros. Eso ocurrió cuando en la propiedad Mar-a-Lago del Presidente se descubrió una pistola en una bolsa de uno de los choferes, quien alegó haber olvidado dejar el arma en su propio vehículo antes de montar en la van oficial. El chofer fue detenido por el Servicio Secreto”. Y desde el lunes está siendo interrogado, supongo. No le arriendo las ganancias. El nivel de paranoia en las filas trumpetianas subió oooootro grado más (lo mismo que el furor reivindicativo, me temo). ¿Y todavía dicen los ingenuos que esto NO es una guerra civil y que Trump es tan fácil de matar como Kennedy o Colosio?