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Sarcasmos

Yo te puedo asegurar que es cierto lo que veo, pero no puedo garantizar que lo que veo sea cierto.

POLÍTICOS

Decíamos ayer que “un científico es alguien que hace posible lo imposible; un político logra lo contrario”. Me comenta el Ramón: “Efectivamente, un político logra lo contrario”. Lo malo es que de eso ellos, los políticos, viven y medran. ¡Y lo peor es que les pagamos por ello, los celebramos, los homenajeamos, los encumbramos, los veneramos y despreciamos a la vez! Pero no nos equivoquemos: la culpa no es de ellos; es de nosotros por rijosos, envidiosos, abusivos, avaros, chismosos, perezosos, rencorosos, metiches, prejuiciosos, iracundos, tramposos, codiciosos, belicosos, etc. La triste verdad es que somos una especie muy poco recomendable. Los políticos, siendo la especie rastrera que son, son “menos piores” que el resto de nosotros los humanos, porque a pesar de todas nuestra infinitas fallas y defectos, los políticos nos obligan a las masas a convivir unos con otros de una forma no demasiado salvaje.

SARTRE Y EL CHÉ

A propósito de los desastres a los que lleva el noble anhelo por la justicia y la poco noble glorificación de la envidia, me dice mi queridopaisano el Manuel: “A mí también me provoca náuseas Sartre, quien en su conocida polémica con Albert Camus (Les Temps Modernes, 1952) le decía a Camus: ‘La única manera de ayudar a los esclavos de allí es tomando partido por los de aquí’, frase con la que se limpiaba las manos para no señalar los crímenes del comunismo soviético. ¡Por favor, entre 1920 y 1974 se publicaron en Francia 60 libros sobre los campos de concentración soviéticos! Le debo una mentada de madre a Sartre porque, gracias a su pluma, en Francia se celebraba mucho al Ché. Recuerdo que en 1971, de viaje con mis padres en Biarritz, Francia, veía las camisetas del Ché en venta por todos lados. Sí, a sólo cuatro años de que lo liquidaran, ya era un ‘héroe’. Y yo, a mis 15 años, no me quería quedar atrás y compré la que fue mi camiseta favorita. Una camiseta sin mangas verde olivo con la imagen del Ché, greñudo y con boina. Algo que era para mí más que una camiseta. Era mi nueva identidad, un pasaporte que probaba que yo era parte de esa nueva conciencia que cambiaría al mundo. Iba a las fiestas, en aquel Mazatlán conservador, con mi camiseta y me sentía más vanguardista que mis amigos que sólo llegaban a camisas gringas marca Towncraft. Aquí notabas la huella de un imperio y otro. Nada sabía entonces del Caso Padilla y otros atropellos de Fidel y sus mafiosos. 30 años después visité Cuba, y en 1986 visité media docena de países comunistas (nunca pensé que tres años más tarde cayera el Muro) y me decepcionó profundamente el comunismo. Lo mismo pasó con la figura del Ché que, como aquella camiseta, terminó en el cesto de basura. Nadie como Sartre es responsable de haber actuado como portavoz de aquel sistema totalitario. Aunque Sartre no fue el único”.

CAMISETAS Y BANDERAS

Me llama la atención cómo la Chica y el Jegro (los papás del Manuel, tan conservadores como los míos, por algo eran amigos) le permitieron lucir en público ese símbolo de rebeldía naíf (símbolo que al paso de las décadas ha pasado de ser naíf a secas a volverse naíf reumático). Y no, Sartre no fue, ni es, el único idiota útil. Son legiones los frenéticos que no ven la justicia (que confunden con igualdad) como un salto cuántico de la especie, sino en la espada violenta de un justiciero. No como el cambio interno del alma de cada quien, sino como el cambio impuesto desde afuera, en las estructuras y en los sistemas. Estos desbocados no entienden que la revolución no es la evolución revolucionada, sino la evolución revertida. Toda revolución no es un avance (aunque lo parezca) sino un retroceso; no un adelanto, sino una regresión.

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