Blas Pascal dijo: Cuanto sucede de malo a los hombres procede de una única cosa, a saber, no ser capaces de quedarse quietos en una habitación. Y es que según el sabio del siglo XVII todos vivimos, de alguna manera, atormentados por el momento presente. El poeta portugués de fino espíritu, Fernando Pessoa, agregó sobre un sentimiento relacionado que es el desasosiego, la presión constante que hay dentro y fuera de nosotros en contra de la capacidad de serenarnos.
Ambos personajes, en épocas muy distintas, apuntaron a una condición que, siendo una constante del ser humano, al parecer se ha ido agravando en buena parte por el carácter de la vida moderna, junto con los avances tecnológicos, las recurrentes crisis económicas y ahora una situación social y política cada vez más exacerbada.
Hay mucho ruido por todas partes, en torno a demasiadas cosas al mismo tiempo. Mucha palabrería y vociferación que suele impedir que reflexionemos y ponderemos los asuntos que nos atañen como individuos y como colectividad.
Esa sensación se acrecienta en la época de elecciones, cuando las campañas políticas están ya echadas a andar y se dice de todo sin que exista necesariamente una consistencia en el pensamiento que se expresa, en las propuestas que se hacen y los compromisos que se establecen con aquellos de quienes se quiere recibir el voto.
En ocasiones tanto ruido atenta contra la misma identificación de lo que es importante y que exige seleccionar entre los hechos, ordenarlos y jerarquizarlos para armar un razonamiento ponderado, consistente y de mayor utilidad.
Esta campaña política tan polarizada era claramente esperable, nadie puede negarlo. Es producto de las condiciones en las que se encuentra el país, del modo en que se ejerce el poder en todas sus vertientes, de la inseguridad reinante, de delincuencia desbordada, de la fragilidad económica en la que está mucha gente, junto con el gran deterioro de los servicios que debe recibir, como ocurre con la salud, educación y vivienda.
Como advirtió Pascal, estamos atorados en un presente que nos absorbe, sin concentrar de modo suficiente nuestra atención en pensar, planear y organizar cómo reforzar a esta sociedad y configurar un mayor bienestar.
Nos podremos seguir preguntando por qué no crecen de forma suficiente la producción, el empleo y los ingresos de los hogares. O bien, por qué se concentra la actividad en algunos sectores o localidades que participan del espacio de los mercados globales, mientras otras, las más, son desplazadas al margen de los circuitos de la generación de la riqueza. Todo eso tiene explicación y no cabe seguir eludiendo la cuestión con discursos cuyo contenido se ha ido vaciando hasta hacerse inaudibles.
Que ese sea un proceso general en el capitalismo de los llamados países de economías emergentes, como siguen siendo clasificados de manera ya insostenible y con demasiada complacencia (y complicidad) por organismos como la OCDE, el FMI o el Banco Mundial es un hecho. Que se sostenga tal proceso en el interior de esos países, como sucede en México, es un asunto de creciente confrontación que tiene que ser tratado de modo más decisivo.
Hay tantos aspectos de esta sociedad que tienen que tratarse sin casi dilación posible. En ambos polos de la pirámide demográfica hay situaciones de riesgo. Entre los jóvenes que necesitan mejor educación y capacitación para el trabajo, lo que exige que haya empleos y con buena remuneración. Véase la cantidad de individuos que pueden votar por primera vez en esta elección. Entre los adultos de mayor edad, en el otro extremo, cuyos ingresos derivados de las pensiones no alcanzan ahora y alcanzarán menos para los que se jubilen después. Y en ambos casos debe haber servicios suficientes y de calidad que soporten la existencia de las familias.
En cuanto al uso de los recursos es imprescindible no seguir considerando al proceso de crecimiento del producto como si fuera ajeno a las provisiones de energía y materiales diversos que en todos los casos implican costos que tienden a aumentar. El crecimiento no es constante por definición y exige una visión clara de lo que se quiere hacer: cómo, cuándo, con qué y para qué.
Los candidatos se refugian en generalidades, es una especialidad de esa ocupación; discuten sus personalidades como si fuera este un concurso de popularidad, se acusan de sus respectivos pasados como si esa fuera la noticia relevante, como si no se supieran.
Ni Mexico será una potencia económica como ofrece alguno, ni puede empezarse todo de nuevo como otro propone. Entre ambas posturas hay un mar de palabras, descalificaciones y quimeras que aturden. Quien gobierne deberá tomar decisiones de gran relevancia que no pueden significar seguir haciendo lo mismo ni romper con todo, si no es que por mero sentido práctico e imprescindible.
Centremos la atención en los asuntos relevantes que nos afectan, cuando menos en estos tres meses de campaña política y preparémonos para una etapa difícil que representa una carrera contra el tiempo. Es ese sentido de urgencia el que tal vez marque esta temporada política.
Tomado de La Jornada