El imperialismo ruso es para tomarse en serio, porque saben muy bien arrebatar sin muchas consideraciones morales, o sea la política en su versión más cruda y brutal. Lo hicieron desde que el zarismo se tragó los países que pudo, después los soviéticos crearon una gran potencia mundial y ahora Putin recompone el imperio. Ya sea que incorpore Crimea o que maneje una presencia decisiva en el Medio Oriente, apoyando la masacre del presidente Sirio.
Habiendo terminado el orden bi-polar, no hay nada que les cierre el paso para intervenir en distintas regiones, ya sea para desequilibrar o para establecer una presencia decisiva. Para ellos no parece haber nada que impida sus acciones.
Todo indica que intervinieron en la elección de Estados Unidos, en parte porque les duelen las sanciones y una ley que permite encarcelar a los oligarcas rusos tan pronto pisen territorio estadounidense o evitar que entren.
Dado el poder de la oligarquía rusa derivado en gran medida por su cercanía al poder político, nada los frena para usar la enorme fortuna que manejan para penetrar países y desestabilizar sistemas políticos. Y lo hacen con precisión y buscando ganancias económicas. No en balde se habla de la mafia rusa y su gran capacidad de causar daño, o cómo influyeron en las elecciones en Estados Unidos.
Sin sonar paranoico, debemos considerar que nadie esta a salvo, pero también tomemos en cuenta que empezaron los tiempos de los procesos políticos dónde intervienen múltiples factores de varios países. Las elecciones ya no son decisiones estrictamente locales.