Quien iba pensar que ese movimiento que surgió con valentía, voluntad de cambio y compromiso con la democracia, trastocara con los años en una dictadura cruel e impasible. Cómo no recordar aquellos años en donde la sociedad nicaragüense levantó su voz con firmeza para inconformarse contra las monstruosidades del tirano Somoza. Movimiento que se sustentó en una fuerza armada comandada por el entonces ameritado guerrillero Daniel Ortega Saavedra, conciliando simpatías y apoyos diversos dentro y fuera de las fronteras de su propio país. Y que se impuso bajo la identidad del Frente Sandinista de Liberación Nacional, para derrocar al régimen somocista: autoritario, criminal y mafioso. Luego, ocuparía la presidencia y daría paso en su momento a Violeta Chamorro, una distinguida mujer que había sufrido el asesinato de su esposo, el insigne periodista Pedro Joaquín Chamorro Cardenal. Hasta ahí, el cambio se había instaurado adecuadamente, aunque ya existían ciertas denuncias de corrupción contra el propio Ortega y su equipo de gobierno. Al concluir Chamorro su periodo presidencial, de nueva cuenta se inscribió Ortega como candidato y se impuso en esas elecciones, pero manteniéndose indebidamente en momentos sucesivos para conformar terminalmente una gestión dictatorial, que lleva una veintena de años. Hoy, justamente estamos atestiguando las consecuencias de tan nefasto mandato y nos indigna la cerrazón, insensibilidad y asesinatos cometidos contra la sociedad civil, que ya registra la espeluznante cifra de más de 400 muertos y miles de heridos, muchos de ellos Jóvenes universitarios. Llamados al diálogo han proliferado sin que Ortega y la vicepresidenta Rosario Murillo, su esposa, los hayan ni siquiera considerado, incluso a la posición conciliadora de la iglesia nicaragüense, que apoyara al movimiento sandinista de los años 80. La propia comunidad internacional se ha pronunciado en contra de la situación que prevalece allá y exigen un diálogo nacional y una pacificación urgente, así como adelantar dos años las elecciones del 2021. Es hora entonces de que la necesaria transición, se instrumente sin dilación ni violencia y se restablezcan en paralelo los cauces democráticos, que parecían haberse abierto años atrás. Desde luego, la participación de la ONU y de otros organismos internacionales deberían ser decisivos para detener la debacle y el horror en Nicaragua, lo cual de ninguna manera debe dar cabida a una política intervencionista, como lo hiciera indebidamente Estados Unidos en décadas anteriores, a lo largo y ancho de Latinoamérica, que afortunadamente parecen tiempos superados. En cambio, todos esperamos que la razón supere a las armas que sostienen por el momento a un gobierno demencial, antidemocrático y criminal.
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