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A quienes tienen el poder se les juzga dos veces

Diario de un reportero

Cada vez que hay cambios de gobierno me acuerdo de los versos que Jorge Luis Borges le dedicó a Elvira de Alvear: Todas las cosas tuvo y lentamente/ todas la abandonaron.

También recuerdo que John Major, quien fue Primer Ministro británico en la última década del siglo pasado, advirtió que un ex de lo que sea – pero sobre todo si tuvo poder – es un animal raro, o sigue siendo el mismo animal pero en un ambiente que ya es ajeno, un pez fuera del agua.

Si uno reflexiona sobre las palabras de Borges y de Major se dará cuenta de que lo peor debe ser despertar al momento de confusión que vive quien se acostumbró a edecanes y sirvientes y ayudantes que cumplían sus deseos aun antes de que los tuviera.

Y con los auxiliares desaparecen también las líneas confidenciales (aunque ya no hay muchos secretos sueltos en el mundo de la internet), y otros poderosos ya no responden las llamadas, y no hay carpetas de información confidencial ni caravana de vehículos oficiales para la que no había semáforos, ni hay protocolo ni acuerdos ni otras cosas que quien tenía el poder consideraba suyas.

Y entonces sobra tiempo para todo. Hasta para pensar en lo que uno hizo y dejó de hacer, y esperar el juicio de la historia o de Dios, según. Pero el juicio de Dios y el juicio de la historia lo escriben manos distintas en cuadernos distintos. Sobre todo, sin prisa.

A quienes tienen el poder se les juzga dos veces. La primera vez es más fácil porque se descubren los errores inmediatos, los abusos, las corrupciones pequeñas y grandes, propias y ajenas, y se ve con claridad el trecho que hay entre el dicho y el hecho.

La segunda vez es otro asunto: se ve a los ex ya limpios de detalle, a grandes rasgos, y se les mide por las consecuencias de lo que hicieron o lo que dejaron que hacer, porque quienes tienen – o tuvieron – el poder no sólo mandan para ahora sino para después.

Eso escribí – palabras más, palabras menos – hace más de diez años, refiriéndome a los actores políticos del momento en otra parte del mundo. Poco ha cambiado desde entonces.

Esperanza y odio y miedo y desconfianza

Si todo sigue como va, más o menos dentro de quince días caerá en Veracruz la cabeza del todavía Fiscal General del Estado, Jorge Winckler. Pero no caerá por venganzas partidistas sino por acusaciones serias de presuntos abusos y claras omisiones y deficiencias en el cargo que ocupa.

La presión política es insoportable: la Legislatura local estudia (aunque no se hayan integrado las comisiones que deben evaluar el caso) una demanda de juicio político al funcionario, y la Cámara de Diputados del Congreso fue unánime en la demanda de que lo destituyan y lo investiguen.

No podrá hacer mucho el gobernador Miguel Ángel Yunes Linares para salvar a su fiel asistente. Y después de Winckler vienen otros. Tal vez ahora no haya espacio para el perdón ni para el rembolso ni para el olvido, como sucedió con varios cómplices del delincuente confeso Javier Duarte de Ochoa.

Pero no hay que pensar que los problemas de Veracruz van a terminar en el momento en que se abran las puertas de la cárcel para recibir a los nuevos y tal vez para dejar salir a los que estaban. Todavía hay muchos pendientes, sobre todo el de la seguridad, que no se resolvió en seis meses ni en dos años ni en los boletines de prensa.

Ese asunto sigue siendo materia de preocupación, y más ahora que la Suprema Corte de Justicia debate la constitucionalidad de la Ley de Seguridad Interior, que abrió las puertas a la intervención de las Fuerzas Armadas en la vida civil – de algún modo hay llamarle – del país en la fallida guerra contra el narcotráfico.

Hay tres escenarios posibles. El primero es que ocho de los once ministros de la Suprema Corte declaren inconstitucional la ley, y la presencia militar desaparezca, poco a poco o de golpe. El segundo es que los seis que han encontrado en la ley elementos que contradicen el espíritu y la letra de la Constitución sigan siendo seis, en cuyo caso tendría que revisarse artículo por artículo. Y el tercero es que la ley siga siendo ley y se siga recurriendo a los amparos para frenar sus efectos.

Lo que ya no tiene remedio es que miles y miles de personas fueron asesinadas o desaparecieron durante los años violentos que han vivido Veracruz y México. Las instituciones no logran (porque no pueden o porque no quieren o porque no saben) hacer justicia. Y en el aire político hay esperanza pero también hay odio y hay miedo y desconfianza. Qué vaina.

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