La salud es un factor fundamental para la sociedad. Una sociedad sana es capaz de tolerar las peores ignominias, de ahí que sea un aspecto de gobierno tan importante y que sea muy cuidado por los políticos.
Extraña que López Obrador le haya entregado la cara del gobierno con los empleados y empleadores del país a un político que no pertenece a su corriente política y que no contaba de forma segura de su lealtad, con eso descuidaba dos aspectos centrales: que la relación con empleados y empresarios estuviera en manos de un contrincante ideológico, que la falla, deliberada o involuntaria en la gestión se le volteara contra el gobierno, señalándolo como un gran fracasado.
Como mucho de lo que sucede en el país, también el sector salud funcionaba con gran corrupción y mucha ineficiencia. Las quejas contra el Seguro Social son legendarias, mucha gente, no obstante pagar cuotas no lo usaba y prefería pagar el costo extra con médicos privados, de ahí que se debía atender con elevada prioridad política y no por medio de un político que ya había traicionado a sus correligionarios.
Dos elementos brincan con fuerza en esta coyuntura. El manejo de la corrupción en la compra de medicamentos y el recorte presupuestal.
Es un error cerrar de tajo la corrupción sin haber resuelto de antemano el problema del desabasto. Las farmacéuticas no deben estar muy contentas con el cierre del chorro de dinero y posiblemente estén detrás de algunos problemas. Es un error ser neoliberal en el manejo de las finanzas públicas y en nombre del cero déficit fiscal ahorcar a una buena parte de la administración pública incluidos los servicios sociales.
Dentro del torbellino del cambio de gobierno, el presidente debe escoger que tipo de riesgo prefiere correr para consolidar su gestión, sabiendo muy bien que parte del ruido existente consiste en la protesta de aquellos que perdieron el privilegio y los beneficios de la corrupción.