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¿El fin de la Guerra Cristera?

En 1929 se generaron los Acuerdos que pusieron paz al conflicto entre la Iglesia Católica y México mediante la intervención de los Estados Unidos de Norteamérica y algunos de los principales agentes anticomunistas mundiales de la Santa Sede como Edmund Walsh. Los conflictos, lamentablemente, continuaron. Todavía en 1937, México, la República Española y la Unión Soviética se vieron asediados por el nacionalismo católico que la Santa Sede implementó en varias regiones. El integralismo intransigente religioso se transformó en confrontación con la Revolución Mexicana, los movimientos sociales, indígenas y campesinos.

Hace algunos años, historiadores como Paolo Valvo y Fernando M. González, llegaron a la conclusión de que ciertos obispos engañaron a la Santa Sede para involucrarla en el conflicto y adquirir la presión internacional para que el gobierno mexicano no sólo cediera ante las demandas de los grupos conservadores sino, sobre todo, detuviera las acciones de justicia social que se habían sustentado en las demandas revolucionarias. El objetivo fue exitoso a corto, mediano y largo plazo. A partir de los Acuerdos, luego en 1941, durante la Guerra Fría y, sobre todo, en la época neoliberal, se ha ido pasando de una negociación diplomática a un franco concordato donde se subordina la república a un imperialismo.

No obstante la interpretación que hacen de las evidencias los historiadores, cabe enriquecer el análisis con otras fuentes y estudios. Es cierto que grupos locales pueden manipular las cosas y falsear la información para una institución tan grande como es la Iglesia Católica. No obstante, el poder geopolítico, histórico, económico, social e informativo que tiene el catolicismo; para nada se presta a una manipulación. Es increíble que, por una parte, se considere a la Iglesia Católica como uno de los pilares contra la lucha frente al comunismo mundial y, por otro, se diga engañada por unos obispillos localizados en nuestro país.

La República Española fue destruida por la intervención de la Santa Sede en apoyo del fascismo, una trama semejante se desarrollaría en la URSS al paso del siglo XX. El régimen de la Revolución Mexicana salvó el pellejo, pero tuvo que hacer múltiples concesiones y sólo guardó el adjetivo frente a las demandas contrarrevolucionarias de las que fue objeto.

La Guerra Cristera fue un lamentable suceso que no debió ocurrir y que fue provocado por la jerarquía eclesiástica adjunta a la Santa Sede. Una perpetuación de la guerra civil que parece interminable e impide construir un proyecto nacional y desarrollar un andamiaje institucional para impulsar el bienestar y bien ser entre los mexicanos. La remembranza de los Acuerdos con la Santa Sede debe ser indicativo de que México está sujeto a dos imperialismos y que, frente a una situación así, las cosas resultan complicadas.

Edmund Walsh fue uno de los artífices jesuitas que infiltró la URSS y configuró el anticomunismo de la Guerra Fría. Frente a personajes así, ¿se puede creer que los mexicanos engañen al Estado Vaticano?

El anticlericalismo de la primera mitad del Siglo XX en México y Latinoamérica es justificado. Los grupos políticos que trataban de modernizar y cambiar la estructura social de sus países, no se imaginaron que el Antiguo Régimen contara con aliados tan fuertes y poderosos como la Santa Sede. El propio gobierno del General Porfirio Díaz tuvo que tornarse en una dictadura clerical frente a la imposibilidad de ejercer un gobierno sin los pactos con la institución religiosa.

El General Plutarco Elías Calles y el Licenciado Benito Juárez son patriotas que nos demuestran la forma en que un gobierno tiene que emanciparse para combatir esta forma de intervencionismo que no cesa ni cambia al paso de los años. En el caso de México, los acuerdos de 1929 son la señal de un pacto entre instituciones que, al paso de los años, terminaría por sujetar a México y a los mexicanos al control de los católicos integrales intransigentes. Los militares, agraristas y ciudadanos que decidieron confrontar a la Santa Sede en aquellos difíciles años, también deben ser admirados como héroes.

El espacio de México siempre fue ambicionado por varias potencias y la Guerra Cristera fue el conflicto donde Estados Unidos fue también sometido a esta tutoría del Catolicismo Político Imperialista. La importancia de recordar la imposición de estos Acuerdos para el Estado Mexicano, también pasa por entender una de las herencias ideológicas de dicha convivencia con la Santa Sede: el anticomunismo.

Esta forma de pensamiento político autorizó la supervivencia de las formas más retrógradas y anti modernas de la estructura social mexicana y latinoamericana. El anticomunismo, la herencia de dichos acuerdos, se mantiene hoy en día con unas maneras tan radicales como si apenas ayer Lenin hubiera llegado al poder. Muchos grupos del catolicismo integral intransigente olvidan que co-gobernaron con el PRI mucho más de los treinta años neoliberales. Los noventa años que cumplen los acuerdos de 1929 son el periodo de entendimiento entre Norteamérica, la Familia revolucionaria y la Santa Sede para adueñarse del país. En todos estos años sólo los mexicanos han perdido, han dispuesto tiempo, sudor, sangre, lágrimas y recursos para la disputa de estos poderes hegemónicos que nunca van a dedicarles unos minutos de su misericordia.

Andrés Manuel López Obrador es tratado por los grupos de la ultraderecha mexicana como si fuera Tomás Garrido Canabal. A veces debiera responderles como si lo fuera. No es así, AMLO se define como un hombre temeroso de Dios y no ha quedado duda del cristianismo ecuménico que practica, ese sí, en detrimento de los grupos progresistas liberales ecológicos del país.

Con todo, el pensamiento agnóstico-nihilista-secular, resulta mal interpretado por todas partes. Los dioses no se van al mar ni al espacio, retornan de muchas formas y siguen nutriendo la vida de la gente.

A pesar de que los representantes religiosos sean evidenciados como responsables de graves infamias, la sociedad necesita elementos metafísicos para seguir viviendo y procurar, en la medida de lo posible, su existencia. Por más irracionales que sean las religiones, se manifiestan como instituciones de control que favorecen el orden social. Y el orden, como instinto de conservación, es necesario para la supervivencia humana.

Ojalá que la ultraderecha también entendiera que el Estado de Bienestar y la distribución de la riqueza son elementos que favorecen la conservación de la humanidad.

El anticomunismo fue la bandera que utilizaron en los últimos noventa años quienes se dedicaron a saquear el país y someterlo a los imperialismos de occidente. Siempre ha sido del poder y el dinero la meta de su estrategia. Nunca les importó el joven de los Evangelios ni la Tonantzin del doce de diciembre.

Los acuerdos y la reforma al artículo 130 deben ser vistos como producto del imperialismo que somete a México y que es responsable de las graves condiciones sociales que guardamos.

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