La variable externa que más influye en el sistema político mexicano se llama Estados Unidos. Dimensionar adecuadamente su importancia es algo que sólo se sabe, pero que poco se implementa en los análisis académicos y prácticas gubernamentales. Más allá de considerar si la izquierda que llegó al gobierno es izquierda de verdad, competente o ilusa; evangélica, católica o pricomunista guadalupana (Schmidt); retrograda o progresista; moderada o populista; etc., es cada vez más urgente tomar con realismo la situación de México en relación a Estados Unidos.
Andrés Manuel López Obrador llegó al poder con el apoyo de 30 millones de electores y la venia del reino anglosajón. La tarea del neoliberalismo sobrepasó la explotación de recursos y los resultados no fueron óptimos, el diseño del saqueo para México generó efectos colaterales que complican la gobernabilidad en ambas naciones. Norteamérica apostó por un nuevo controlador del patio trasero.
La llegada de Donald Trump finalmente obligó a que la sociedad estadounidense y su gobierno, tuvieran que observar a México. No de la mejor forma, pero, ahora; resulta innegable que tenemos la atención de Estados Unidos. Es importante recordar que durante la presidencia de Barack Obama, la relación entre los dos países llegó al descuido total. Los republicanos siempre toman decisiones que afectan notablemente a nuestra nación.
El péndulo se ha movido al newdealismo y, aunque el salinismo constituyó una época excepcional en las relaciones mexicoamericana –quizá de menor importancia a aquella cuando los presidentes eran agentes de la CIA–; la época neoliberal se distinguió por las contradicciones en las minorías excelentes conservadoras modernas. Los neoliberales terminaron siendo mirreyes, jugando al gorrón en un contexto donde la condición geográfica exige gobernabilidad en México. La gran carencia de la élite tecnocrática nacional fue la ética, un hallazgo que Gabriel Zaid descubrió a tiempo y la derecha prianista encubrió para sobrevivir.
Vicente Fox sobreactuó las cartas que le ofreció George Bush y Calderón optó por acelerar la militarización de la seguridad pública creyendo que con apoyar la economía de guerra se granjearía la benevolencia estadounidense. El resultado fue lo opuesto porque Acción Nacional también terminó involucrado en el crimen organizado.
Como en el salinato, Estados Unidos sabe que México requiere de un proyecto transexenal de, por lo menos, veinte años. La tarea de remediar, deconstruir e institucionalizar al país implica una larga duración. El problema no son los dinosaurios nacionalistas sino evitar la subordinación gubernamental a una oligarquía criolla hispanista católica que admira a Pinochet pero termina siendo Somoza o Noriega.
El modelo neoliberal impuesto a Chile requirió una enorme extensión y violencia para evitar el socialismo y construir uno de los países más estables de Sudamérica. En México, la dimensión y violencia del neoliberalismo superó por mucho las medidas del pinochetismo; pero, el país se puso peor que una dictadura del proletariado.
¿Qué vecino quiere Estados Unidos? Una nación estable o un Narcoestado que cada vez contagia más su ingobernabilidad. Monetarismo, estructuralismo, desarrollismo, neoliberalismo, narcoeconomía y neoextractivismo han sido las consignas que desde Washington se imponen a los gobiernos mexicanos. El acuerdo gasero reciente evidencia que el neoliberalismo tropical continúa. La derecha festinó el hecho como la subordinación de AMLO a la Iniciativa Privada, sólo faltaron en la reunión con el presidente, Marcial Maciel, Norberto Rivera y Onésimo Cepeda. ¿Qué diferencia implica la continuidad del saqueo dirigido desde Galicia y el Vaticano?
Mientras la desigualdad y corrupción no se contengan, delincuencia e informalidad serán las reglas de la supervivencia en México. Es tal la magnitud del problema, que incluso López Obrador habla de abandonar MORENA y su activismo político vacío.
La elección norteamericana que se aproxima es una coyuntura para delimitar la autonomía de México a la adecuada asistencia estadounidense. Si la relación entre México y Norteamérica no se optimiza, el resultado será terrible para ambos.
Aún cuando el enfoque del imperialismo parezca simple o infantil, es un hecho contundente de las relaciones internacionales. Y así como parece supino negar la existencia del Yunque, esta verdad de Perogrullo debe ser analizada seriamente.
La geopolítica estadounidense tiene una profunda necesidad de control y México no puede escapar de ello. Washington controla al país afuera y adentro. Poco se puede esperar de los gobiernos nacionales sean de izquierda o derecha. Lo saben los políticos, empresarios y el pueblo que, en gran parte, decide emigrar al país de las barras y estrellas.
El nacionalismo en la clase política mexicana está impedido por el imperialismo y transfuguismo que dictan los intereses económicos. ¿Dónde está el secreto para gobernar México? En la adecuada relación con Estados Unidos, en la percepción que la sociedad estadounidense se haga sobre nuestro país. La mayor parte de los presidentes se subordinaron al imperialismo yanqui, pero hubo otros que rescataron autonomía haciendo ver al imperio que el patio trasero también es parte de la casa.
Es verdad que mirar hacia Europa traería elementos positivos para nuestro país, ojalá que México se pudiera parecer a Canadá; pero, Francia está en Francia y Estados Unidos aún sigue siendo una de las principales potencias globales. El newdealismo pasa por convertir a México en una garita migratoria, ya el General Lázaro Cárdenas encontró ahí una brecha de oportunidad para incrementar la riqueza académica, religiosa, cultural, social, económica e incluso racial del país. Si el presidente de México ha reconocido la importancia de las remesas económicas de los mexicanos en el exterior debe reconstruir la política 3 x 1 y estimular una mayor vinculación entre el sur de Estados Unidos y el norte de México. A nuestro país lo ha salvado la emigración y tenemos la obligación de salvar a los migrantes.
Daniel Cosío Villegas señalaba desde hace muchos años que necesitamos conocer más y mejor a Estados Unidos. El teatro ideológico debe ser superado por el realismo político y la conciencia de la vecindad que la geografía nos impuso.