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Mujer y Arte Segunda Parte

La Manzana Flechada

En pleno siglo XX las vanguardias permitieron a las y los artistas un mayor equilibrio, aunque en muchos casos fuera aparente, ya que el arte en todo el mundo seguía estando presidido por los hombres, lo cual traía como consecuencia que fueran más valorados tanto social como económicamente. De igual forma, pasaba con los críticos más afamados eran hombres y conformaban los jurados más importantes.

Hay que subrayar de manera muy importantes que no fue hasta la década de los sesentas cuando los movimientos feministas tuvieron una fuerza real y fue cuando iniciaron a defender el rol de la mujer en el campo artístico y en muchos otros. Pero hablando de las etapas más próximas a nosotros en el tiempo, están los ejemplos de varias ameritadas pintoras: Mary Cassat, Marie Laurencin, Rosalba Carrieta, Marie Blanchard y Leonor Finí. Finalmente, de nuestro propio medio, sólo citaremos a Frida Kahlo, Remedios Varo y a María Izquierdo, entre las muchas mujeres que a diario cumplieron el compromiso de crear, sobre todo en la época posrevolucionaria.

Artistas que pocas veces asistieron a la Universidad o a casas de estudio y que lo mismo destacaron, tanto en Salermo, Padua, Montpellier, París u Oxford. Sin embargo, todavía a principios del siglo XX se rechazaba la presencia femenina en el arte, como lo atestigua Virginia Woolf en Una habitación propia. En efecto, esta tan distinguida autora, al reflexionar sobre la muy limitada participación de la mujer como creadora de arte en Occidente, consideraba que ello se debía a que la mujer ha carecido de un espacio propio, autónomo, respetable, donde instalar el mundo de su realidad y su imaginación. Ni la estructura económica, ni la familiar, ni la política, permitían que se respetara o que surgiera este exclusivo espacio

realmente femenino. Aún hoy la habitación de la mujer, en muchos lugares del mundo, sigue siendo ámbito transgredible para casi cualquier voluntad masculina.

En estas circunstancias, confinada al papel de mujer objeto, mujer negada, mujer olvidada, ¿qué hay de extraño en el hecho de que sean tan poco conocidas, y en muchas ocasiones ignoradas, las aportaciones femeninas a la creación artística? No era posible que en tales condiciones la mujer se desarrollara ampliamente como sujeto artístico; si acaso, se le concedía el dudoso privilegio de figurar como objeto del artista masculino. Nosotras, en el México del 2019, ¿Qué podemos decir? ¿Cuántas mujeres en nuestro país poseen una habitación verdaderamente propia? ¿Cuántas pueden aspirar, ya no digamos a ser sujetos del arte, sino simplemente al privilegio pasivo de ser consideradas objetos artísticos? Las respuestas a estas preguntas son dolorosamente obvias y, por lo mismo, tiene sentido abordar este tema y comunicar estas reflexiones a quienes, además de afrontar la responsabilidad de atender un hogar, deben ejercer su educación universitaria; a aquellas mujeres que han podido (o las circunstancias les han permitido) reservarse o construir en el centro de su hogar una habitación exclusiva desde la cual puedan aproximarse al arte. No al arte mercancía ni al arte objeto de consumo clasista, sino a ese otro que, en una sociedad como la nuestra, de vínculos político y sociales tan precarios, tiene que considerarse por fuerza como la gran labor de mediación y solidaridad social, el que promueve la belleza como único y secreto tesoro de un pueblo tan desposeído y en tanto otros terrenos tan desencantado.

Y por fortuna ahora hay más creadoras en el mundo y en México, muchas de ellas espléndidas, si bien falta mucho por hacer para que realmente alcancemos esa meta esencial de una equidad plena e integral en la cultura y las artes.

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