Múltiples voces han llamado en todos los tonos posibles por la salida de los militares de las calles y su regreso a los cuarteles. AMLO lo ofreció como una de sus principales ofertas de campaña. La razón es muy sencilla: los militares tienen las manos manchadas de sangre de inocentes y son responsables de la represión y múltiples matanzas, destaca el conflicto estudiantil de 1968 y la enorme cantidad de desaparecidos durante la guerra de Calderón que fueron vistos por última vez en manos de los militares.
Los militares han sido socios de la corrupción que ha anclado a México en el subdesarrollo, desde que para lograr su “lealtad” les permitieron manejar aduanas y enriquecerse con lo que por ahí pasaba, desde su involucramiento con los criminales, y por supuesto, desde que se les permitió que su presupuesto se manejara como secreto militar.
Tenemos un ejército con una fuerza aérea y una marina cuyo armamento no corresponde a un país sin guerras y con filosofía pacifista, aunque parte de esa aviación se uso para aventar disidentes vivos al mar en el contexto de la guerra sucia. Mientras que la información sobre las compras de ese enorme aparato belicista destaca por su opacidad.
Tenemos un ejército que concentra una enorme capacidad económica porque se ha vuelto constructor y se le conceden las ganancias producidas por obras públicas, se ha creado una extraña figura de corporación pública con intereses privados.
Ahora de nuevo se les manda a las calles a cumplir funciones policiacas, lo que no solamente no saben hacer, sino que tradicionalmente han usado para abusar de una sociedad inerme ante sus armas, además de que las han usado al servicio de narcotraficantes, ahí está el caso dramático de los Zetas.
Hoy más que nunca hay que enviar a los militares a los cuarteles y hay que quitarles la función económica que no les compete, sobran empresas constructoras que podrían generar una dinámica económica mucho más sana para el país.
Urge desmilitarizar al sistema, es una condición del avance democrático.