Diario de un reportero
Entonces salieron todos: algunos cientos, a lo mejor miles, se subieron a sus carros y se fueron a las calles a exigir que renuncie el presidente. Tal vez eran muchos – no cientos de miles ni millones – los que quieren que se caiga un gobierno por el que votaron millones.
La opinión pública se reduce – inevitablemente – a las opiniones de quienes piensan como nosotros y se expresan en las redes sociales o en las cadenas de mensajes y a veces en las conversaciones, pero no va mucho más allá de esa burbuja. Todo México se limita a quienes conocemos...
Pero la repetición de los mensajes sin sustento – fotos retocadas, declaraciones editadas fuera de contexto, datos sin base y sin fuente, rumores de mala leche, ocurrencias más y menos chistosas – sustituye a las ideas. Y como ya no se piensa, quien opina diferente es el enemigo, y la discusión se reduce entonces a la descalificación y al insulto.
Sin embargo, no hay que confundirse. Hay malestar, hay inconformidad, hay confusión, y hay muchas cosas que preocupan a mucha gente, aunque no todas las cosas preocupan a todos de igual manera. Mucha gente no es toda la gente, ni siquiera es la mayorÃa de los mexicanos. Y cada encuesta dice cosas diferentes y hasta contradictorias.
Y ahà nos vemos. Ese es el paÃs que tenemos en las manos por ahora, que es de todos porque no es de nadie. Pero no es el paÃs que queremos.
No han pensado bien
Queda claro que quienes exigen que se vaya el presidente no han pensado bien lo que piden. Que se vaya, dicen. Y quién se queda, pregunta uno. El que sea, dicen. Y cómo le hacemos, pregunta uno. Como sea, dicen. Lo principal es que el presidente se vaya.
No es tan sencillo. La República no puede entrar en una crisis polÃtica sin precedentes sólo porque hay personas o grupos que no piensan en las consecuencias de sus actos. México es todavÃa – y ojalá siga siendo durante mucho tiempo – un paÃs de leyes. Y las leyes son claras.
Primero, para revocar el mandato, los opositores del presidente tendrÃan que empezar a recoger firmas en noviembre del año que viene, y conseguir que al menos cuarenta millones de personas apoyen la idea de remover al jefe del Poder Ejecutivo, luego que voten para que se vaya.
Durante el tiempo entre la recolección de firmas y la votación, ninguna persona fÃsica o moral – a tÃtulo propio o a cuenta de terceros – puede contratar propaganda en radio y televisión (la ley olvidó la prensa escrita y los portales de internet) dirigida a influir en la opinión ciudadana.
En caso de que la oposición (que no ha logrado reunir cientos de miles, mucho menos millones) gane el proceso de revocación del mandato, quedan pendientes los problemas constitucionales que representarÃa una presidencia acéfala.
Como las leyes no contemplan qué hacer en caso que el voto popular revoque el mandato presidencial, se tendrÃan que aplicar la letra y el espÃritu del artÃculo ochenta y cuatro de la Constitución: en lo que el Congreso (con mayorÃa de Morena y sus aliados) nombra a un presidente interino o substituto, el secretario – en este caso la secretaria – de Gobernación asumirÃa el poder
(Según el Instituto de Investigaciones JurÃdicas de la UNAM – en un trabajo encomendado por el Senado en 2009 –, el orden de sustitución irÃa del secretario de Gobernación al de Relaciones Exteriores, y de ahà al de Hacienda, y de ahà al de EconomÃa.)
Mientras tanto, y en un corto plazo, el Congreso de la Unión designarÃa al presidente substituto para que concluya el perÃodo para el que fue electo el presidente que se fue.
Pero como la revocación de mandato se puede presentar solamente una vez, todos los mexicanos tendrÃamos que conformarnos con quien asumiera el puesto hasta 2024, sea quien sea. SerÃa bueno saber qué van a hacer entonces quienes exigen a gritos o a claxonazos que se vaya el presidente.
Confusión y desgaste Si vamos más allá, resulta interesante leer el trabajo de Tere Mora e Irma Ortiz, quienes a principios del siglo entrevistaron para la revista Siempre! a varios juristas, entre ellos a Ricardo GarcÃa Cervantes (PAN), quien pronosticó que la renuncia o la ausencia total del presidente provocarÃan "una gran confusión" y "el peligro de que se convirtiera no sólo en un herradero sino en un episodio de desgaste nacional".
Mora y Ortiz también hablaron con el perredista David Augusto Sotelo, quien advirtió que uno de los mayores problemas a la hora de elegir a un nuevo presidente en el Congreso serÃa la falta de madurez de los partidos polÃticos, que – entonces como ahora – se han dedicado "a la reyerta de las ideologÃas y no a puntear una agenda moderna de la democracia".
Alguien más, cuyo nombre olvidó la historia, señaló que hay el riesgo extremo de que la mayorÃa calificada de dos terceras partes que manda la Constitución para que el Congreso elija al nuevo presidente "no se lograra nunca, y nunca tendrÃamos presidente, o que se lograra al precio de una negociación que llegara a los inconvenientes escenarios de la debilidad, de inconfesabilidad o de la vergüenza". El riesgo es que, según el jurista Miguel Carbonell, "es justamente en tiempos de incertidumbre cuando las posiciones polÃticas suelen polarizarse y cuando más se mira por los propios intereses", y en caso de una crisis polÃtica los partidos polÃticos – al menos los nuestros – perderÃan todavÃa más credibilidad.
Seguramente los que salen a dar claxonazos y a gritar que nos estamos convirtiendo en Venezuela y a confundir socialismo y comunismo, y a exigir que se vaya el presidente ya pensaron en eso.
Y si no han pensado en eso, peor tantito. Y qué paÃs vamos a tener, pregunta uno. Uno que no sea socialista, dicen. Qué queremos ser entonces, insiste uno. No sé, otro paÃs, dicen. La cosa es no cambiar pero a la vez no seguir siendo como éramos. O algo muy parecido, como veremos la próxima vez.