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EU ¿Adiós a la Muñeca Rusa?

La gobernabilidad en México depende en sobremanera de Estados Unidos. A lo largo del siglo XIX y XX se generó un proceso de subordinación, acoplamiento e integración, donde nuestro país vinculó la estructura contrarreformista de castas con el colonialismo anglosajón. Norteamérica utilizó a México como experimento de su imperialismo y, así como España, tuvo que hacerse cargo del vencido.

A decir de otros imperios, a decir de Heinz Dieterich, Estados Unidos encontró una forma adecuada de ejercer su hegemonía: Consumismo en lugar de Comunismo y Nacionalismo. Esa ha sido la clave del gran poder estadounidense; pero, también, la pieza que está generando su esclerosis.

En comparación con otros imperialismos, el norteamericano fomentó el capitalismo y libre mercado para que los países de su esfera vital asimilaran la modernidad occidental. Como todos los imperios, fue efectivo en los apoyos a sus súbditos y, mejor aún, en hallar las fórmulas para mantener la cohesión y generar sinergias que, en la prospectiva económica, generaron la riqueza occidental e hicieron de la metrópoli un edén de la democracia liberal capitalista.

Nada es para siempre y, por ello, el agotamiento de EU generó la crisis que llevó a la elección de Donald Trump como representante del poder ejecutivo. Las dificultades para que el presidente Trump alcance a reelegirse se hacen cada vez mayores y, al parecer, los movimientos sociales y la crisis sanitaria, inhiben en forma determinante, el futuro de su trayectoria política. Por esta razón, la salida de Trump obliga a reconsideraciones respecto de los cambios geopolíticos que se advierten.

A pesar de que se consideraba a Donald Trump una reedición de Ronald Reagan o George W. Bush, el periodo de uno de los más polémicos gobernantes norteamericanos evidencia un agotamiento singular de la Superpotencia. La corrupción homologó al partido demócrata y republicano, es probable que la indignación social ocasione transformaciones singulares en el sistema electoral estadounidense, de lo contrario, la hegemonía WASP deberá tomar medidas radicales para seguir imponiéndose. El dilema es mantener a Estados Unidos como imperio geopolítico o apoderarse de los centros financieros y criminales del mundo para someter y manejar al mundo.

Andrés Oppenhaimer, por ejemplo, ha testimoniado el interés geopolítico por desarrollar un capitalismo de amigos en Latinoamérica que debilita las instituciones, genera inmensa pobreza y detona una economía profunda de la informalidad y delincuencia. La inmigración, narcotráfico y geopolítica, han llevado a Estados Unidos a la posibilidad de una pérdida hegemónica y el empoderamiento de Rusia, China y el Islam. Condición que no es importante para la élite económica mundial porque, a largo plazo, ha sido más redituable manejar los procesos de producción que los mecanismos políticos.

La caída de Donald Trump puede significar la reconstrucción del Estado Nación así como la reconducción del globalismo económico. Es importante democratizar el capitalismo y contener la voracidad de los grupos económicos que se sobreponen a las comunidades del Estado Nación. La responsabilidad está del lado demócrata. Quedan pocos enemigos en el mundo para la tradicional ruta geopolítica de Estados Unidos, casi todo el mundo es capitalista y consumista, pero depende del mercado norteamericano para mantenerse.

El papel de superpolicía mundial es algo que acompaña al imperialismo, Estados Unidos tiene la obligación de desempeñarlo, dentro y fuera, de modo exitoso y responsable, si no quiere repetir la experiencia del gigante estúpido que fue el Imperio Español. Antes de pensar en la colonización de la Luna o Marte, o en futuras guerras

galácticas con extraterrestres, el Imperio debe financiar la democracia, las políticas públicas equitativas, la sustentabilidad del medio ambiente y la demografía sin anomias.

El gobierno invisible de Estados Unidos que utilizó el pentagonismo para llevar la libertad y el mercado a todas partes, debe decidir entre las élites económicas y el control social. La prueba hobbesiana del coronavirus es apenas una pequeño recordatorio de la fragilidad del orden, ¿Cuánto pueden sobrevivir las élites sin la existencia del Estado y el orden social?

Las tecnologías y el liberalismo nos están llevando a los mismos escenarios de finales del siglo XIX. Norteamérica y el mundo corren el riesgo de no resistir otro siglo de guerras. El enemigo es la corrupción interna y los Estados Fallidos/Delincuenciales que las élites imperialistas sostienen mediante oligarquías criollas cínicas. La modernidad ya no puede estar secuestrada por la teología geopolítica de Estados Unidos y la ambivalente cultura occidental. O se hace realidad la utopía del positivismo financiada por el Estado y la Empresa o la humanidad comienza de cero.

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