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Acción Nacional y el síndrome Almazá

  • fermarcs779
  • Oct 27
  • 4 min read

Xochitl Patricia Campos López  

 

El relanzamiento del PAN ha provocado un debate encendido, reflejando las profundas crisis que atraviesan los sistemas de partidos en México y, en gran medida, en otros lugares del mundo. Según el politólogo Mauricio Merino, una de las voces más destacadas de la transición votada en México, esta reaparición del partido no es más que otra muestra de la oligarquización interna. Para Merino, los liderazgos del PAN, lejos de ceder privilegios, parecen aferrarse a ellos, buscando Mecenas que sustenten sus campañas de manera discreta, en lugar de encarar el actual modelo político con apertura y autenticidad. El relanzamiento panista confirma la ominosa Ley de Hierro de Robert Michels.  

Desde su perspectiva, la derecha mexicana debería asumir el reto de distanciarse del régimen actual y evidenciar la personalidad autocrática de Morena, como sucedió en tiempos de José López Portillo; salirse de la arena electoral y del sistema político para probar la cortina de hierro castrochavista que se aviene. Sin embargo, ese ideal choca con la realidad: cada intento histórico de ruptura por parte de la derecha ha sido marcado por fracasos costosos. Desde la guerra de Reforma y el conflicto cristero hasta las divisiones promovidas dentro del Clan Revolucionario Institucional por figuras como Jorge Prieto Laurens, estos esfuerzos no han logrado persuadir ni conquistar a un electorado que parece navegar entre la desconfianza y el desinterés político. 

Caso emblemático fue el general Juan Andrew Almazán, quien tuvo en sus manos la oportunidad de transformar el México cardenista, apoyado por una causa legítima contra el fraude electoral, una base cívica considerable, alianzas internacionales e incluso cierta complicidad de la clase política revolucionaria. Sin embargo, todo terminó diluyéndose por intereses económicos privados antes que por el bien común. Esa indecisión histórica pareció marcar también al PAN en sus etapas iniciales. Acción Nacional y sus seguidores vivieron el desconcierto mexicano semejante al General Múgica de Tinguindin, nunca se enteraron si Almazán era otro cardenista o maximinoavilacamachista; los zorros y coyotes de la política mexicana son tan abundantes y oportunistas que el anticardenismo y anticomunismo simplemente se extraviaron.  

La soledad y ausencia de cuadros políticos, también de Mecenas, no llenaron de amargura a Manuel Gómez Morín y González Luna; al contrario, la eminente naturaleza humana y el justicialismo populista del pueblo mexicano, les obligó a mantener el último lugar de la fila de las tortillas en laberinto del poder descrito por Jeffrey Weldon y Peter Smith; y llegaron. Sesenta años tardó el PAN en alcanzar la presidencia mexicana.  

Aunque figuras como Manuel Gómez Morín y Efraín González Luna lograron mantener vivo el partido en circunstancias adversas, enfrentaron una política nacional compleja y turbia que demoró eternamente su llegada al poder. Al final, tras una larga lucha, esa presidencia se alcanzó. Pero, paradójicamente, lo que hizo triunfar al PAN también terminó debilitándolo. Los dos mandatos panistas estuvieron plagados de decisiones cuestionables: desde pactar con el PRI para consolidar cuotas de poder hasta embarcarse en una guerra contra el narcotráfico cuyo desenlace estaba ya marcado por el fracaso. Bajo la administración de Felipe Calderón Hinojosa, esa estrategia terminó por sentenciar al partido a perder gran parte de su legitimidad ante los ojos ciudadanos. 

Hoy, con Morena marcando hegemonía en la sociedad y el PAN relegado a un papel secundario en la política nacional, resurgen preguntas incómodas sobre su capacidad para ser un actor transformador. La falta de cuadros políticos sólidos y apoyos firmes parecen condenarlo a engrosar las filas de quienes aguardan pacientemente un nuevo turno en la "fila de las tortillas" del poder. De acuerdo con Merino, esta crisis refleja no solo una falla estructural del PAN o de la derecha mexicana, sino también una involución natural intrínseca al sistema político mexicano priista. La brega de eternidad, conforme los académicos como Peter Smith y Jeffrey Weldon, reconcilia a la derecha mexicana con la compleja relación cleptocrática entre el poder político y económico en México. Según estos autores, la élite política mexicana ha mantenido su poder a través de una serie de alianzas y pactos informales. En este sentido, la alternancia política en México ha sido limitada, ya que los partidos políticos han tendido a reproducir las mismas prácticas y vicios del pasado. 

Por otro lado, la figura de François-Xavier Guerra es relevante para entender la historia política de México. Este historiador francés analizó la formación del Estado mexicano y la construcción de la nación en el siglo XIX. Según Guerra, la Revolución Mexicana fue un parteaguas en la historia de México, ya que marcó el fin del antiguo régimen y el inicio de una nueva era política; pero demostró la rémora conservadora del carácter nacional. 

Aunque es comprensible el desaliento de los “especialistas electorales” frente a la pérdida de décadas de esfuerzo reformista que parecía abrir lento pero seguro el camino hacia un cambio real, no se puede ignorar que las transformaciones en México avanzan con pasos precavidos y muchas veces retroceden antes de consolidarse. En palabras de Francois Xavier Guerra, incluso las izquierdas más radicales han demostrado estar permeadas por ese mismo conservadurismo velado que los poderes históricos del país parecen demandar. Quizá aquí radique uno de los mayores desafíos para todos los actores políticos: romper con patrones que parecen tan profundamente arraigados en la historia nacional. La involución política conservadora es natural en México como lo señala Francois Xavier Guerra, la izquierda más progresista y radical marxista sólo demuestra el conservadurismo que los poderes fácticos del Modelo Habsburgo requieren y avalan. 

 

 
 
 

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