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Alejandro Armenta y el marinismo

Diego Martín Velázquez Caballero

Durante la transición política mexicana el transfuguismo partidista ha sido la conducta común de muchos cuadros priistas que han encontrado cabida en los partidos políticos recientes e incompetentes para formar y capacitar sus propios cuadros. Desde el PAN, pasando por el PVEM y el resto de los partidos recoge todo; el priismo tradicional se ha clonado, disfrazado o infiltrado. El PRI no tuvo el destino de los partidos hegemónicos e, inclusive, de Estado, sino de los partidos dominantes. Es decir, aquellos que tienden a formar nuevos lemas o tendencias y que consolidan en institutos políticos nuevos las fracciones personalistas o ideológicas del anterior instituto partidista. Ahora nos gobiernan priistas de todos los partidos políticos -como señalaba Granados Chapa-, o bien, el PRI con sus diferentes tendencias personalistas e ideológicas.

El Senador Alejandro Armenta representa a la camarilla política del gobernador Mario Marín Torres. Aún cuando se manifieste que los grupos políticos personalistas tienden a ser volátiles e involucrarse en aventuras distintas de faccionalismo colaborador según el contexto histórico, lo cierto es que los nexos y redes políticas permanecen. Lo que se reconoce en los personajes que suman y se incorporan a los mecanismos electorales que soportan el armentismo. La rotación de las élites políticas en México, y en Puebla, obedece más al curso de la rotación de camarillas que la alternancia de partidos políticos.

El transfuguismo político es señal de que existe una grave condición en la salud de los partidos políticos. Aunque la migración partidista se vislumbraba como un proceso normal y sano en la evolución de la transición política, lo cierto es que se definía de tal modo en un formato temporal y no constante. La permanencia del transfuguismo ha desinstitucionalizado los partidos y, sobre todo, la función pública. Las camarillas sustituyen a los partidos, lo cual incrementa el margen de acción del poder invisible y la conducta patrimonialista, verdaderos elementos dañinos de la democracia y autoridad.

Puebla vive una enfermedad cívica que se manifiesta en los personajes con mayores posibilidades de alcanzar la gubernatura en 2024. La política es resultado del contubernio que plantean las camarillas del poder y, bueno, los resultados, índices e indicadores son de todos conocidos. Durante la última década, la calidad de la democracia en la entidad resulta inexistente.

Morena en Puebla no tiene ninguna posibilidad de triunfo electoral si no es con camarillas tránsfugas, igual ocurrió con el primer gobierno de alternancia en la historia de la entidad. ¿Pero hasta dónde es saludable tanto transfuguismo? ¿Quién tiene razón en la disputa suripanta de los liderazgos? ¿Hasta cuándo los partidos políticos serán reales en Puebla?

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