Xochitl Patricia Campos López
La evolución de la política contemporánea ha desequilibrado la brújula de las ideologías en nuestro país y el mundo. Mientras Javier Milei, el presidente constitucional de Argentina, declara una conversión de su espiritualidad al judaísmo; en el caso mexicano, derechas e izquierdas manifiestan una malquerencia al judaísmo casi por todas partes.
La condición espiritual y racial del judaísmo es una incomprensión plena en México; pero, la ignorancia supina de los movimientos políticos al respecto, tiene una intencionalidad negativa que muestra el apego a un conservadurismo extremista en todos los sentidos. Racial y espiritualmente, Iberoamérica no puede explicarse sin el judaísmo; empero, ello no ha inhibido la existencia de un antisemitismo sin judíos, figurado, pero recalcitrante y autoritario.
Aunque Claudia Sheinbaum se encuentra distante de su ascendencia judía, los movimientos pragmáticos de derecha e izquierda no cesan en los ataques judeófobos contra su persona. El conservadurismo y anticomunismo son pilastres del sistema político mexicano que permanece colonizado por el imperialismo vaticano, español y norteamericano; a ellos se debe una visión errática de lo que es y podría llegar a ser Latinoamérica.
México es uno de los principales núcleos de propaganda antisemita, lo que implica sostener y admirar el yugo del imperialismo así como reconfortarse de una servidumbre y esclavitud que casi acaba con nosotros. Continuar en el negacionismo histórico y la aceptación de mitos demenciales como la conspiración judeo masónica comunista sólo incrementa la hegemonía de los imperios que dominan el mundo latino.
Los resultados constantes de las certificaciones educativas indican las razones de que nuestras sociedades sean terreno fértil para estos prejuicios perversos de las élites. El neoliberalismo no aportó un ápice para insertar la cultura liberal, modernizadora y democrática; el actual régimen de regeneración nacional tiene que consolidar el país para evitar los errores de sus precedentes, el pragmatismo le puede quitar coherencia y sustancia a una transformación que es más necesaria que la unidad.
Los ataques a Claudia Sheinbaum dejan entrever que la guerra sucia de la oposición pretende polarizar desde las trincheras de la derecha conspiranoica. El humanismo morenista no puede montarse sólo en un faccionalismo colaborador que le permita la coexistencia con los imperios y poderes fácticos. Un proyecto de país y la modernización social, va a permitir el desarrollo de una coexistencia menos costosa con los Estados Unidos.
Los dispositivos anticomunistas y judeófobos se activan para devolver a México el orden social de mediados del siglo pasado, el desarrollo estabilizador que sólo beneficiaba a la derecha religiosa, civil y radical. Ese statu quo no es suficiente para un país como el del siglo XXI, Claudia Sheinbaum como producto de los críticos sesentayocho comprende las demandas de sectores sociales a quienes el diazordacismo no incluía ni permitía avanzar.
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