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Basta, basta…

Divagaciones de la Manzana


Martha Chapa


Como no estar tristes, de luto, hartos e indignados por la ineficiencia, irresponsabilidad y pasividad del gobierno frente al crimen y la violencia.

El asesinato ahora de dos hombres buenos, Javier Campos Morales y Joaquín César Mora, no solo al servicio de los demás sino de los más necesitados en la comunidad tarahumara, resaltan que la violencia está fuera de control y ha rebasado todo límite, lo que nos lleva a pensar en una complicidad implícita del régimen con los carteles criminales y otras graves omisiones que deberían conllevar severas sanciones en el marco de La Ley Federal de Responsabilidades de los Servidores Públicos. Agravios que no solo incluyen al gobierno federal, del reciente pasado y el actual, sino por igual y señaladamente a las autoridades estatales como es el caso del exgobernador de Chihuahua Javier Corral, pues ha quedado claro que el asesino de los misioneros jesuitas, José Noriel, venía operando desde esa época sin que se hubiera tratado de detenerlo y juzgarlo.

No me detengo en la horrorizarte numeralia y baste citar la escalofriante cifra de 120 mil muertes durante el sexenio Lópezobradorista, que ha rebasado ya las víctimas de los dos sexenios que le antecedieron bajo la presidencia de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto respectivamente. Aun así, en su ya proverbial insensibilidad frente a estos acontecimientos, al presidente López Obrador se le vió gozoso y rebosante en su gira por Acapulco justo en los días subsecuentes a esta tragedia, para fustigar posteriormente a la comunidad de los jesuitas por estar subordinados a las élites, una mentira flagrante más de López Obrador y fuera de toda realidad en que se sitúa su gobierno de nulos resultados en los más diversos rubros de la vida nacional.

Un crimen a sangre fría que escandalizó e indignó al país mismo, además de que se registró en un recinto religioso e incurriendo en la profanación de un espacio religioso y hasta la extrema impunidad de llevarse los cuerpos de ambos jesuitas,

así como el del guía de turistas igualmente un hombre de bien, para arrojarlos luego a la hora y en el lugar que se le ocurrió al psicópata y sicario dominante en esa región.

A propósito, mi compañero Alejandro Ordorica que estudió en la Universidad Iberoamericana su carrera de comunicación social, comparte también este sentimiento de indignación, pues sus maestros fueron casi todos de la orden de los jesuitas, refiriéndose siempre a ellos con gratitud y admiración no solo por los invaluables conocimientos que le trasmitieron sino por los valores de un profundo humanismo que le imbuyeron.

Un espectro ominoso, denso y amenazante que se extiende a lo largo y ancho de nuestro país, lo que nos obliga a actuar frente a los gobernantes para que combatan más y mejor a las mafias, los cárteles y la delincuencia en general, sobre todo por la evidente expansión de sus actividades ilegales ya no sólo en el campo de la droga sino en actividades productivas donde han extorsionado, asesinado y suplantado a hombres y mujeres de trabajo, cuyo patrimonio ha sido ganado con enorme esfuerzo.

Por eso, hoy clamamos aún más por que se haga justicia, se intensifique la acción y cambien las estrategias por parte del gobierno, que a cuatro años de haber iniciado su gestión, sigue en la inoperancia, la irresponsabilidad, promesas incumplidas y una indignante y grave complacencia ante tanta sangre derramada.

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