Divagaciones de la Manzana
Martha Chapa
En nuestros tiempos, muchas mujeres nos han dado testimonios ejemplares e invaluables en el ámbito del deporte.
Son numerosas y muy ameritadas las proezas que nosotras hemos logrado, no sólo en las olimpiadas, sino en diferentes justas competitivas dentro y fuera de las fronteras del país al que pertenecemos.
Ahora, concretamente el domingo pasado, quedé sorprendida y me causó gran emoción el juego que sostuvieron las integrantes de los equipos de fútbol de España y Japón, disputándose la final del campeonato mundial en la categoría de Sub 20.
Mujeres jóvenes que pertenecen a este nuevo siglo y muestran capacidades iguales o hasta superiores a los de los hombres. Y no se trata de subestimar ni entrar en comparaciones ociosas respecto a ellos, sino de valorar y confirmar la pertinencia de la equidad de género.
Un partido de fútbol emocionante, lleno de estrategias y jugadas luminosas de las 22 mujeres que se enfrascaron en un duelo a fondo en representación de su propio país, pero sellado por un respeto hacia el contendiente y sin aspavientos ni conflictos o beligerancias como suele ocurrir en los partidos de fútbol de los hombres.
Incluso, al final del partido me conmovió atestiguar que las perdedoras, en este caso las de Japón, hicieron una reverencia inclinando su cabeza hacia todo el público asistente en el estadio. Por igual, las jugadoras españolas formaron una fila para que pasaran enmedio las japonesas para recibir la medalla de plata, y luego estrechar todas sus palmas con cordialidad y deportivismo. También, se dió otra especie de equidad que debiera ser aprendida por los futbolistas: es
importante ganar pero igualmente competir, e importantísimo, aceptar con gallardía cuando se pierde.
Me impresionó también su capacidad física, corriendo los 45 minutos de cada uno de los dos tiempos y mover el balón con una destreza asombrosa, además de entregarse con enjundia, disciplina y pundonor como no suelen verse en muchos partidos cuando se trata de jugadores. A la vez, incluyo a las nuestras, a las mexicanas, que también jugaron y se comportaron excelentemente.
Y finalmente, atestiguar el acto de premiación enmarcado por un ambiente genuinamente amistoso, donde unas y otras se felicitaban independientemente de la posición que ocuparon. Es decir, las brasileñas que obtuvieron el tercer lugar, las japonesas que ganaron la medalla de plata por el segundo lugar, y desde luego las españolas a las que en conjunto se les llama “la furia roja”, quienes culminaron su brillante actuación como las campeonas en esta competencia mundial.
Me llamó también la atención el buen comportamiento del público de Costa Rica donde había familias, hombres, mujeres, jóvenes, niñas y niños que igual aplaudían a unas que a otras.
Una jornada que no dudo en calificar de fraternal y brillante, confirmando que el deporte bien entendido siempre nos acerca y armoniza, independientemente del sentido competitivo que igualmente es válido y sobre todo cuando nunca se ve marcado por agresiones o violencia, sea dentro o fuera de la cancha.
Todo un ejemplo, con mérito principal de las mujeres que yo califico “muy del siglo XXI”, dispuestas siempre a constituirse en buen ejemplo para todas y todos, sin importar sexo, edad, preferencias, ideologías, creencias y condición social.
¡Enhorabuena y bravo por nosotras!.
Comments