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Chiste cruel

Puros cuentos Cuando desperté, el cigarro todavía a la mitad prendido como reloj extraño me dijo que no había dormido más de cinco minutos. No así la media botella de vodka que decía que tenía dormido la mitad de mi vida. Cuando mi sofá, que servía de la cuna de mi alma, me decía que ya era tiempo de levantarse. En lo que lo caído de las cortinas cortaba el tiempo real, entre el propio y ajeno. Abrí los ojos como si los tuviera llenos de tierra y la boca como si fuera un desierto. Mi mente desolada y en desesperación, buscó un mejor ángulo para despertar y solo encontró lo áspero de la realidad. La verdad era que el abismo era más amplio que lo vislumbrado entre lo demás y yo. Para cuando logré incorporarme, las cortinas ya habían perdido su función. Fingiendo cordura, traté de pensar directo pero todavía todo se veía curvo. Queriendo revertir el vértigo, fijé la mirada en algo distante solo para darme cuenta que ese algo no existía. Por lo que opté por abrazar el pensamiento más cerca de mi, pero el único que encontré se desvanecía solo al contemplarlo. Me sentí perdido hasta que mi estómago me encontró en el vomito recordatorio de la noche anterior. Postrado en el baño, mis entrañas no dejaban de protestar hasta que se expuso la primer ingesta como un engendro abortado. Reducido a mi mínima expresión, busqué donde reflejarme como para confirmar la miseria de mi ser, pero el temblor virtual me hacía ver triple. Para entonces solo yo y yo mismo, existíamos rodeados de un mundo que circulaba a velocidad vertiginosa. Trampa que se cerró al desplomarme en seco sobre un piso húmedo por los líquidos internos. El desmayo me llevó a otros mundos todavía más obtusos y embriagantes. Doblemente intoxicado, mi mente se dividió en dos como los tiempos separados por las cortinas. Sin reloj de brújula, me arrastré de regreso al punto original en el sofá. Intenté, en un mundo infinito de intentos, de cerrar los ojos pero las imágenes eran más reales que si los mantenía abiertos. Y sin esfuerzo, empecé a ver imágenes de gente que no podía reconocer. A tal punto que ya no sabía si los duendes se estaban riendo o yo estaba llorando. Con la realidad fracturada, empecé a rezar a un dios que quizás no existía o que yo quería crear. Pidiendo con angustia, misericordia y perdón de pecados reales, imaginarios o por cometer. En la mea culpa, me dejé ir con la corriente solo para encontrarme con destellos de luz deslumbrantes que me cegaban al azar. Iluminaciones rodeadas de voces altisonantes y borradas por la distancia, que hacían que mi cuerpo se estremeciera con espasmos intermitentes, hasta que empecé a descender en un vortex vertiginoso. Una vez en el fondo, y a pesar de estar rodeado de oscuridad, no sentía ni miedo, ni hambre. Era como estar suspendido en el silencio. Silencio que se empezó a fracturar, por una cascada de ruidos y pitazos técnicos. Después empecé a sentir jaloneos y dolor generalizado, acompañado de la sensación de ahogo. En la desesperación no lograba descifrar los gritos que se mantenían en el fondo resonando repetidamente como un eco fantasmal. Todo empezó a tomar forma hasta que pude suspirar profundamente y la oscuridad se disipó como llegó. De ser gritos pasaron a mi nombre y de ver duendes, terminé viendo a mi familia. Me sentí transportado en el tiempo y con una nueva realidad ante mis ojos. No recordaba nada al natural y con esfuerzo, solo que había tenido un cigarro a medias entre mis dedos. Salí de esta, pero terminé de nuevo celebrando la salida. No obstante me había desvivido en promesas a mi familia y al Dios imaginario, pero engañándome a mi mismo. Y todo, solo para despertar y servirme otro vodka doble para olvidar lo que nunca podía recordar. Salud

 

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