Como cada seis años
- fermarcs779
- Aug 31
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Diario de un reportero
Miguel Molina
Como cada seis años, comenzaron las especulaciones. El gobernador se va al gabinete porque así lo demanda la patria, que este caso es la voz – y tal vez el capricho – del presidente. Y todos contentos. Pero no.
Hace trece años abordé el tema en este espacio. Si uno busca en la historia más y menos reciente de Veracruz descubre que el último gobernador invitado a integrarse al gabinete antes de terminar su mandato fue Fernando Gutiérrez Barrios, quien se fue a la secretaría de Gobernación con Carlos Salinas de Gortari en 1998.
Otros tres gobernadores veracruzanos – cuya experiencia y capital político servían al presidente en turno – han sido llamados al gobierno federal antes de concluir sus encargos: Gonzalo Vázquez Vela fue invitado por Lázaro Cárdenas en 1935 (un año antes de que terminara su gobierno) a la secretaría de Educación. Miguel Alemán Valdés se fue a Gobernación con Manuel Ávila Camacho en 1940, dos años antes del término de su gobierno. Adolfo Ruiz Cortines se fue a Gobernación con Alemán Valdés en 1948, después de gobernar Veracruz durante cuatro años. Y ya.
Otros gobernadores han venido del gobierno federal, como Fernando
López Arias (quien fue Procurador de la República con López Mateos), Rafael Hernández Ochoa (secretario del Trabajo con Luis Echeverría), Agustín Acosta Lagunes (subsecretario de Hacienda con José López Portillo), Fernando Gutiérrez Barrios (director de Caminos y Puentes Federales con Miguel de la Madrid), y Patrcio Chirinos (secretario de Desarrollo Urbano y Ecología con Salinas de Gortari).
Así que en eso estamos. Lo que tenían en común los comentarios de entonces – y uno pensaría que los de ahora – es que eran pensamientos ilusorios (wishful thinking, como se dice en inglés), fantasías, sueños guajiros, especulaciones que parecían reales en columnas políticas y conversaciones de sobremesa.
Ningún presidente, ni antes ni ahora, hace públicas decisiones que son privadas, ni las hace a destiempo… Y ningún gobernador – o gobernadora – que ocupó una secretaría de Estado vuelve a ser lo que fue.
El compromiso con quienes votaron
Uno podría preguntarse qué implica que un gobernador – o gobernadora – abandone el cargo que ganó con el voto del pueblo para ascender en su carrera política.
Uno pensaría que el compromiso de un funcionario – o funcionaria – es con quienes votaron con la esperanza de que se cumplieran los compromisos y las promesas que les ofrecieron durante las campañas. Ignorar la voluntad del pueblo bueno, sobre todo en la cuarta transformación, sería, o tendría que ser, un pecado político capital.
Pero sería mucho pedir que los funcionarios electos estuvieran obligados a servir el tiempo que duren los cargos para los que fueron elegidos. Sería mucho pedir que la ley impidiera que los chapulines políticos saltaran de un puesto a otro o de un partido a otro. También sería mucho pedir que los de ahora no fueran como los de antes.
Sería mucho pedir que alguien le dijera a la presidenta: gracias, pero me eligieron para servir seis años, y no puedo faltar a mi compromiso.
Desde el balcón
Uno sale al balcón, otro balcón, con un vaso de malta en la mano, y mira cómo se pone el sol. Son las nueve de la noche. En algún lugar, no muy lejos, el fuego consume lo que encuentra a su paso. Pero los niños juegan en la calle, que acá se llama corredera, y en el aire hay un olor a carne asada. Y llueve.
La vida sigue. Uno piensa en los pueblos que conoció, donde la vida era como era, y ahora sufren de violencia y extorsiones, y cuyas noches se llenan de balazos – porque nunca hubo abrazos – y de preocupación por lo que puede pasar hoy o mañana.
Uno bebe un sorbo de malta mientras oscurece, y sabe que las ocurrencias mesiánicas jodieron al país desde hace seis años, y podrían joderlo más si nadie pone un alto. Uno bebe otro sorbo de malta y sabe que nadie pondrá un alto a esta locura.
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