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¿Cuántos van a decidir?

Diario de un reportero


Miguel Molina

Poco a poco, México se recupera de las elecciones más violentas que se han visto en muchos años, y comienza a acostumbrarse a una realidad que no se parece a lo que habían imaginado – ni a lo que esperaban – quienes se ocupan de la cosa pública, de un lado del poder y del otro.

Además de los muertos, los secuestrados, los amenazados que hubo en las últimas semanas, hemos visto ya sin asombro cómo se fue erosionando la autoridad de las instituciones encargadas del proceso electoral, cómo se cuestionó sin pruebas y sin motivos la integridad de los árbitros, cómo terminaron siendo traidores y vendidos los que no coincidían con lo que fuera.

Y ahora viene la consulta sobre qué hacer con los ex presidentes. En octubre del año pasado hablamos sobre el tema en estos apuntes:

Como quiera que se viera, la vaina era un galimatías.

El Poder Ejecutivo entregó a la Suprema Corte de Justicia un documento que decía: ¿Está de acuerdo o no con que las autoridades competentes, con apego a las leyes y procedimientos aplicables, investiguen, y en su caso sancionen, la presunta comisión de delitos por parte de los ex presidentes Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo Ponce de León, Vicente Fox Quesada, Felipe Calderón

Hinojosa y Enrique Peña Nieto antes, durante y después de sus respectivas gestiones?

El trabajo de la Corte era decidir si el texto – que se pensaba usar en una consulta – violentaba la letra o el espíritu de la Constitución...

Lo impropio, me parece, es que alguien piense que se pueden o se deben aprobar a priori investigaciones "de las autoridades competentes" sobre presuntos delitos de personas cuyas identidades se han hecho públicas, "con apego a las leyes". Impropio es, también, que la Suprema Corte de Justicia haya metido la mano (y tal vez la pata) en el asunto, proponiendo otra pregunta.

"¿Estás de acuerdo o no en que se lleven a cabo las acciones pertinentes con apego al marco constitucional y legal para emprender un proceso de esclarecimiento de las decisiones políticas tomadas en los años pasados por los actores políticos, encaminado a garantizar la justicia y los derechos de las posibles víctimas?", corrigió la Corte sin que nadie se lo pidiera. El mismo infierno pero sin diablos.

Lo que ahora me preocupa es qué va a pasar. Se necesita que más o menos treinta y cinco millones voten a favor para que la consulta sea vinculante. ¿Y si no van a votar ni siquiera treinta y cinco millones de personas? ¿Y si esos treinta y tantos millones van y votan no? ¿No se corre el riesgo de que la justicia termine sometida a consulta de manos alzadas, sentenciada a funcionar por número de votantes? ¿Qué juez va a juzgar a los ex presidentes si gana el sí? ¿Y si las autoridades no encuentran pruebas contra los ex presidentes? ¿Y si los juzgan y no los encuentran culpables? ¿Y si los declaran culpables?

Las respuestas a este ejercicio de jurisprudencia van a costar cuando menos mil quinientos millones de pesos. Y todavía le quedan varios días a junio.

Desde el balcón

El lunes hizo treinta y cinco años de la muerte de Borges. Uno visitó el cementerio de Plainpalais donde está su tumba, y descubrió una maleza irreverente que celebra al poeta en vez de la anónima rosa amarilla que uno encontró otras veces. Piensa uno en el hombre que meditaba frente al lago sin verlo y se encontraba a sí mismo en todo lo demás. Carajo.

El martes, cuando el calor cae como agua caliente desde el cielo sin nubes, uno oye los helicópteros que van y vienen sin parar porque pronto vienen los presidentes de Rusia y de Estados Unidos. Uno ha visto pasar la caravana de carros y camionetas negrísimas con la velocidad de quien tiene derecho. En el balcón, la resolana arrulla...

El mundo amaneció callado el miércoles. No hay mucho tráfico en las calles, el centro de la ciudad está cerrado, o casi, hay mucha policía y alambradas y vallas en la orilla del lago, el supermercado está vacío, no se oyen los gritos de los niños en la escuela cercana, y uno se conforma con pensar en lo que se dijeron Joe Biden y Vladimir Putin del otro lado del lago. Ya se sabrá más tarde.

Pero llega la hora del aperitivo, y algo cambia. Uno vuelve a Borges y sabe que de todas las ciudades del mundo, de todas las patrias íntimas que un hombre busca merecer en el transcurso de sus viajes, Ginebra es la más propicia a la

felicidad, que en este caso se parece mucho a la copa de jerez fresco que uno tiene a la mano en la sombra del balcón. No se diga más.

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