Puros cuentos Chonita se acerca a la mesa de madera caminando lentamente y posa con cuidado un plato hondo rebosando de caldo hirviendo. “aguas porque también pica” le advierte al cliente de la fonda. Secándose las manos con su eterno mandil, Chonita termina sacando el cambio de un billete de a 20 de una de sus bolsas y dándoselo al comensal dice: “aquí tiene joven” El caldo estaba incomible, por lo que el cliente dice al final: “gracias doña Chonita, pero ya me llené” “Seguro ¿no quiere más o otra cosa?” remata doña Chonita. “No gracias, nada más agua fresca por favor” dice rápidamente el cliente. Una vez terminado el servicio, Chonita se regresa a la cocina improvisada y vuelve a vertir lo que sobró del caldo a la olla gigante que siempre se encontraba a fuego lento. Como religión, Chonita se levantaba muy temprano a recalentar lo ya calentado de todos los días. “Es muy fácil” le dijo a su sobrina. “Nada más le sigues echando agua”. La fonda de Chonita estaba desde antes que naciera medio barrio y se seguía encontrando en la misma esquina de siempre. La fonda no era grande ni pequeña, sin embargo había que agacharse para entrar a pesar que prácticamente estaba en la banqueta. Sus caldos eran famosos y hasta decían que presidentes y artistas habían comido ahí. A través del tiempo, la variedad de caldos se fue reduciendo hasta que y quizás por demanda popular, quedó nada más en uno. Le llamaban caldo Chona aunque su nombre oficial era Caldo Fiesta. Doña Chonita vivía sola atrás de la pequeña cocina aunque a veces la visitaba una sobrina que le ayudaba a servir y era cuando le aumentaba la clientela. Y decían que en lugar de ir a comer, la gente iba a echarse un taco de ojo. Sola o no, a doña Chonita siempre la acompañaban dos perros callejeros que de alguna manera eran capaces de comerse las sobras del caldo cuando se requemaba. “Por eso, no se te debe olvidar echarle más agua “ le seguía diciendo a la sobrina. El caldo era básicamente de pollo, pero la gente decía que tenía algo más pero que lo picoso no te lo dejaba adivinar. Otras gentes decían que doña Chona después de tanto tiempo ya era millonaria, sin embargo nunca la robaron. Unos dicen que porque prácticamente vio nacer a los ladrones del barrio que de hecho la cuidaban. La fonda era tan parte del barrio, que cada día del santo niño de Atocha se hacían apuestas a ver quién se podía comer toda una servida de caldo, sin tomar agua. Otros decían que era medicinal porque levantaba muertos y curaba la sifilis, sin mencionar la desaparición total de una cruda. Nadie sabía a ciencia cierta cuántos años tenía doña Chonita pero por las instrucciones dadas a su sobrina, decían que su fin estaba cerca y que nomás era de que se comiera su propio caldo. Los que si iban, podían constatar los rumores de los famosos pues podían ver las fotos de Chonita posando con los artistas y hasta con toreros de moda. Inclusive decían que uno de ellos se la quiso llevar de cuando joven, pero ella rehusó que porque la quería solo para de sirvienta. No obstante, el rumor de que tuvo un hijo con uno de ellos nunca se fue. También decían que una vez le cayó salubridad después de que a un político famoso le diera un infarto después de haber comido el caldo enchilado. Siendo la otra cuando llevaron a dos gringos, donde uno murió a los pocos días y el otro lo regresaron a su país con secuelas de apoplejía. Y como los lesionados no fueron locales, terminaron no cerrando el lugar. Y así siguió la fonda de doña Chonita, quemando y enchilando lenguas por décadas, hasta que un buen día, la familia Pérez llevó al hijo de 12 años a que comiera del caldo para que se hiciera hombre, pero el lugar estaba cerrado. Eventualmente encontraron a Chonita durmiendo para siempre en su catre, junto con sus perros que le ladraban a cualesquiera que se quisiera acercar. No obstante los rumores no se hicieron esperar donde decían que los perros se la comieron de coraje de siempre comer sobras. De la sobrina, ya no se supo nada. Unos dijeron que se había casado y otros que terminó en un cabaret. Tampoco se supo de la receta del caldo, que muchos trataron de imitar pero todos terminaban diciendo con frustración que el secreto estaba en la combinación de los chiles. Lo que sí, es que con el dinero que Chonita sacaba de vender literalmente el mismo caldo, le pudo pagar la escuela a su hijo que nunca reconoció el torero. Todo esto pasó como en el año 12 de la época pasada. Hoy día ni rastro de la fonda, donde ahora hay un McDonald’s. FIN
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