Diego Martín Velázquez Caballero
Cada día en México gana influencia la zona gris, es decir, los mecanismos informales que se imponen sobre las instituciones para establecer un híbrido de control social. La zona gris (Wil Pansters) es el intermediarismo que ofrecen ciertos actores y operadores políticos para resolver problemas donde son protagonistas -causa y efecto-; aunque resuelven poco, consiguen detener las demandas o, por lo menos, oscurecer el ambiente para confundirlo todo. Así ha sido la gobernabilidad durante la época neoliberal y de la democratización iniciada en los noventa del pasado siglo.
El Estado Mexicano ha hecho uso de esa zona gris para atender los problemas del narcotráfico, movimientos sociales y neoextractivismo, el problema es que cada vez más el Estado pierde. El gobierno federal ha capitulado muchos espacios y resulta incapaz, inclusive, de gestionar su propia ingeniería.
Esta situación es representativa, dice por ejemplo Moisés Naim, del cambio respecto al paradigma del poder. No obstante, la situación representa a los actores de todos los tiempos: locales versus extranjeros, nacionalistas versus globalistas. Dependiendo del país, la correlación entre los elementos cambia, aunque en los últimos tiempos parece que van en derrota permanente las naciones.
Para el caso mexicano, los caciques son representantes de ese poder extraño y ajeno a la institucionalidad. Apegados a las matrias, o a patrias lejanas, estos personajes siempre cuestionan al Estado y lo manipulan, son ventajosos en sus intereses particulares o locales y en nada contribuyen al bienestar del país. Mienten al decir que controlan la zona gris, pero es real su presencia en ella.
Al triunfo de Vicente Fox, Lorenzo Meyer desarrolló una reflexión sobre la medición de fuerza entre el Ejecutivo y los poderes fácticos del país. El politólogo advertía la necesidad de control sobre estos actores y las formas en que manipulaban la administración pública y las entidades federativas. Meyer tuvo razón, Fox no pudo controlar los poderes fácticos y optó por una discreta muta con los mismos. El país ha pagado el costo.
En cada sociedad siempre van a confrontarse los que tienen mayor pertenencia local y los avecindados. El conflicto entre globalistas y nacionalistas ahora retoma preponderancia en la configuración del orden mundial.
El porfiriato y priato constituyeron modelos de faccionalismo colaborador caciquil donde se respetaba acuerdos y formulaba proyectos comunes. Cuando la cohesión y cooperación disminuía, el cacique nacional debía ejercer una violencia inteligente para restablecer el control. Sólo de esta forma se establecía la gobernabilidad cada sexenio y se tornaba necesario renovarlo.
Conforme la transición avanzó, los gobernadores y otros caciques comenzaron a romper el orden. Roberto Madrazo Pintado acaso fue el primer gobernador que se confrontó con el poder central y salió victorioso. En adelante, la gobernabilidad se hizo un desastre y ni con el ejército se ha restablecido el faccionalismo colaborador. A la llegada Alí Babá y sus 32 ladrones (Andrew Paxman), hubo estafa, pero no gobernabilidad.
La transición retornó a México para los principios del siglo XXI, ya venía ocurriendo y, por eso, Carlos Salinas de Gortari gobernó como los generales Cárdenas y Calles, y no los pudo someter, casi termina gobernando como si hubiera sido Carranza.
El control férreo de los poderes regionales es fundamental para el proyecto presidencial. Ahora los gobernadores, alcaldes y grupos aliados a ellos, fomentan la ingobernabilidad y desacato. No puede haber mejor escenario para el imperialismo que aprovecha cualquier división interna.
Los caciques blancos, morenos, universitarios, religiosos, rurales, urbanos, obreros, campesinos, estudiantiles, feministas, ambulantes, etc.; están siendo damnificados por el ataque a la corrupción. Reaccionan porque nunca han respetado al Estado, han pactado con el mismo para mantenerse como operadores e intermediarios ventajosos.
Todavía el presidente cuenta con una gran base de apoyo, pero tiene que encabezar las huelgas como hacía Cárdenas. AMLO, en el curso de su proyecto, se ha olvidado de generar gobernabilidad y sus aliados actúan como enemigos no sólo por la incoherencia con la 4T sino por los mismos intereses particulares que se están formando. Es consabida la idea de que el presidente resulta insuficiente para generar gobernabilidad, siempre ha sido necesario el partido como extensión, binomio y apéndice. El lopezobradorismo se torna en una iglesia sin fieles, ¡antes de concluir el sexenio! Creyentes existen porque los milagros son muchos, sobre todo en la pandemia, pero sin partido el Mesías terminará crucificado.
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