Gerald Ford en el triángulo imposible
- fermarcs779
- 7 days ago
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Diego Martín Velázquez Caballero
A lo largo de la historia, las relaciones entre Estados Unidos y América Latina han estado marcadas por acciones que algunos podrían calificar de imperialistas. Aunque se habla del mayor despliegue militar estadounidense en la región, tales movimientos no son una novedad en la trayectoria de Washington. Expertos como James Cockcroft han dedicado profundos análisis a este tema, explorando cómo los intereses geopolíticos de la Casa Blanca han moldeado su política intervencionista hacia Latinoamérica.
Hoy en día, el foco parece desplazarse hacia lo que algunos llaman el "trípode del mal" en la región: Cuba, Venezuela y México. Estos países, según ciertos discursos políticos, representan una amenaza bajo el concepto de narcoterrorismo, una etiqueta utilizada para justificar medidas extremas y abrir nuevos frentes en la seguridad nacional de Estados Unidos. Dirigiéndose hacia este eje, figuras como Donald Trump han manifestado su intención de combatir el “narcoterrorismo populista” asociado con estos países, además de abordar la creciente influencia internacional que podrían tener las alianzas entre estas naciones y los BRICS.
El pensamiento estratégico estadounidense no es un fenómeno nuevo, pero encuentra eco en visiones tradicionales como las de Zbigniew Brzezinski, quien analizó el rol de América Latina dentro de los intereses norteamericanos y apuntó al desdén histórico hacia la región, percibida muchas veces como de influencia secundaria. Sin embargo, los tiempos cambian, y las dinámicas globales obligan a una reconfiguración estratégica. Alvin Toffler, por ejemplo, aborda el concepto de "cambio rápido", señalando la importancia de adaptarse a las transformaciones aceleradas que moldean tanto las sociedades como los sistemas políticos. En este escenario, Estados Unidos parece estar replanteando su enfoque hacia Latinoamérica, bajo la presión de nuevos desafíos globales y regionales.
La administración Trump, y más ampliamente la política norteamericana reciente, podría estar tomando nota de estas tendencias. La necesidad de mirar a Latinoamérica bajo una nueva luz cobra sentido en un contexto mundial donde las alianzas estratégicas y económicas adquieren mayor relevancia. Este posible cambio también respondería al impacto directo en Estados Unidos de los problemas estructurales de sus vecinos al sur del Río Bravo. La crisis mexicana, con efectos profundos en su sociedad y gobernabilidad, no solo afecta al propio México; las repercusiones se extienden a otras naciones latinoamericanas y también impactan en el delicado equilibrio interno norteamericano.
Es evidente que México representa un desafío cada vez más significativo para la seguridad nacional de Estados Unidos. Aunque el país vecino no necesita convertirse en una especie de Japón al sur del río Bravo para ser relevante, sí emerge como una pieza clave en el panorama geopolítico y estratégico. Si Estados Unidos desea mantener su estabilidad interna mientras navega un mundo cada vez más interconectado y competitivo, deberá afrontar los retos derivados del deterioro político y social en sus fronteras. Lo que ocurre en México y otros países latinoamericanos ya no puede ser ignorado sin graves consecuencias para el futuro común de una región unida por vínculos sociales, económicos y culturales.






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