¿Hacia dónde?
- fermarcs779
- Mar 3
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León Bendesky
Es un torbellino de acciones y decisiones lo que surge del gobierno de Estados Unidos. Unas muy sensibles de índole militar, junto con las pretensiones manifiestas de carácter geopolítico. El episodio más reciente ha sido la muy azarosa reunión pública del presidente de Ucrania, Volodymir Zelensky, con Donald Trump y JD Vance en la Casa Blanca. Las consecuencias de esto pueden vislumbrarse.
Otras cuestiones de naturaleza económica, con un renovado proteccionismo arancelario y el papel del dólar como moneda de reserva, ensanchan el espacio de inestabilidad en la producción y la gestión monetaria y financiera. Por otro lado, está la profunda intervención de la estructura administrativa del gobierno. No se trata sólo de generar ahorros en el gasto y hacer más productivo el trabajo burocrático, sino de replantear y controlar de modo esencial las funciones del gobierno y de las instituciones. No hay nada inocuo en este proceso; se trata de afianzar el poder.
Elon Musk, empoderado, ubicuo e incontrolable en extremo, opera sin cortapisa. Descuida los intereses de los accionistas de sus empresas con quienes tiene una responsabilidad fiduciaria; la muestra es la significativa caída de las acciones de Tesla. Según publicó The Washington Post hace unos días, durante 20 años Musk ha obtenido más de 38 mil millones de dólares en ayudas “blandas” del gobierno para sus empresas; sólo en 2024 recibió 6.3 mil millones. Toma con una mano y quita con la otra.
A todo esto, hay que añadir la pretensión del Trump, cada vez menos comedida, de ocupar el mayor espacio político interno posible, un escenario que se irá desplegando a modo más patente y cuyas repercusiones son difíciles de prever. Hay un propósito político en curso que no debe perderse de vista. Trump mantiene centrada la atención en él y en la corriente incesante de declaraciones que hace públicamente y que provocan una constante incertidumbre e inestabilidad dentro y fuera de su país. Se trata de una táctica explícita de disrupción como base del ejercicio de poder. Esta práctica tiene una larga historia, como quedó claro en Europa en la primera mitad del siglo XX. La situación podría considerarse en cierto modo como un plan de renovación del “excepcionalismo americano”. Esta visión política conservadora se refiere a la idea de la peculiaridad de los valores del sistema político y la historia de Estados Unidos, considerados como únicos y dignos de admiración universal. Implica, además, que Estados Unidos está destinado a jugar un papel distintivo y positivo en la escena mundial. Esta es una concepción ideológica ciertamente disputada en el campo político interno. Trump parece hacer suya esta posición excepcional en el terreno político, social, militar y económico.
Diversos jefes de gobierno desfilan por Washington para buscar algún acomodo. Ahí estuvo el presidente Emmanuel Macron, que no alcanzó lo que buscaba para Francia y la Unión Europea. Keir Starmer consiguió siquiera anteponer el notable sentido británico de la ironía entregando a Trump una elegante invitación del rey para que visite Gran Bretaña. Otros de plano se atrincheran en sus países satisfaciendo las demandas y tratando de acomodarse, tanto como se pueda, en un nuevo entorno de pragmatismo político.
En el caso de Ucrania, Trump había ya dejado clara su postura en una reciente votación en la ONU en la que se puso del lado de Rusia en el tercer año de la guerra. Antes se había opuesto a una propuesta europea que condenaba a Rusia y votó junto con Putin, Bielorrusia y Corea del Norte, notorio elenco de regímenes autoritarios y represivos.
Si es que se configura un nuevo carácter excepcional estadunidense, la dirección se está trazando de modo patente. El gran ganador hasta ahora es Putin, que recupera espacio político interno, una validación militar y una posición de fuerza frente a Europa. La extrema derecha europea, en pleno auge, es un punto de apoyo relevante para sus propósitos. Los países bálticos, Finlandia y Polonia quedan muy expuestos.
Las pautas políticas y económicas que definieron el periodo de la segunda posguerra, con la guerra fría primero, la posterior caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética están al borde de la quiebra. La historia nunca se acabó como se predijo, está siempre presente original y también repetitiva. La Unión Europea enfrenta una situación de emergencia y queda por ver cómo se replantea su existencia común en un ambiente de conflicto político y alto riesgo en la seguridad. Trump es, en todo caso, la figura protagónica.
El territorio de Rusia abarca 17 millones de kilómetros cuadrados; una cuarta parte está en Europa y el resto detrás de los Montes Urales, ya en Asia. Este asunto es interesante, como se advierte en el gran reportaje escrito por Curzio Malaparte sobre la invasión del ejército nazi a Rusia, precisamente por Ucrania en junio de 1941. Sirve para recordarnos que “el Volga empieza en Europa”. El escenario desde la península ibérica hasta bien entrado el territorio de Rusia es de tal naturaleza y proclive hoy a muy serios conflictos que tal vez ni el mismo Orwell podría imaginar. O sí.
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