León Bendesky
De una semana para la otra cambió el entorno de la discusión financiera en el mundo. Esto no ocurrió de modo súbito, sino que se fue incubando durante meses. En cada uno de los casos hay condiciones especiales pero, finalmente, expone de nuevo que el sistema financiero es siempre frágil, propenso a la inestabilidad y las crisis. Han confluido diversas cuestiones, entre ellas y de modo propiciatorio, las consecuencias de la elevación continua de las tasas de interés de referencia de la Reserva Federal. Desde el fin de marzo del año pasado (0.5%) hasta principios de febrero (4.75) y que repercuten sobre el precio de los bonos que emite el Tesoro de Estados Unidos. Cuando suben las tasas caen los precios de los bonos y se debilita el balance de los bancos que habían invertido en ellos cuando las tasas eran muy bajas. Luego, se ha tratado de una mala gestión de los bancos, la irresponsabilidad en su dirección y la tensión en las tesorerías. Incide, también, la incapacidad asociada con los grandes intereses involucrados para imponer una supervisión y regulación más estrecha de las entidades financieras. El factor humano siempre está presente. Una vez que esto se manifiesta, los depositantes corren a sacar su dinero; los accionistas, actúan sobre aviso para vender sus acciones, la confianza se desploma y la crisis se precipita. El gobierno debe entonces intervenir para prevenir que el pánico se extienda y surja lo que se conoce como un riesgo sistémico; es decir, que se propague por los diversos canales interconectados del mercado financiero. La expresión fehaciente de la crisis es la falta aguda de liquidez: que no se pueden solventar los compromisos de pago; en particular y de modo decisivo, la devolución de los depósitos que esperan, formando cola, los clientes. En cualquier negocio, la falta de liquidez mata; en el caso de un banco las repercusiones son más extendidas. Una crisis de este tipo es la que provocó la quiebra del Silicon Valley Bank el pasado 10 de marzo. Ésta se materializó en pocas horas y las ondas expansivas han afectado a otras instituciones. Este banco, de carácter regional, pero con operaciones en otros mercados –incluso fuera de Estados Unidos– estaba especializado en financiar empresas del sector tecnológico; ocupaba el lugar número 18 por el monto de sus activos entre los bancos de Estados Unidos (212 mil millones de dólares; mientras el más grande, J.P. Morgan Chase tiene 3.7 billones de dólares (según se mide aquí). Esta situación se suma a la fragilidad que recién han mostrado algunos bancos grandes, como ocurre, por ejemplo, con Credit Suisse (número 17 entre los bancos europeos con 729 mil millones de euros de activos, siendo el más grande de esa zona el HSBC con 2.59 billones de euros). Credit tuvo grandes pérdidas por invertir en malos negocios y, además, una ineficiente administración y no consiguió reunir capital adicional para reforzar su liquidez. Ha tenido que recurrir a un préstamo del Banco Central Europeo por 54 mil millones de euros para salvar la situación. La quiebra de Silicon Valley evidencia una serie de cuestiones relevantes acerca del entorno económico y político del sector financiero. Destaca la mala gestión de su tesorería y de la cartera de créditos; la financiera no tuvo un ejecutivo responsable de riesgos durante ocho meses en 2022. Fue caótica la manera en la que se enfrentó la inminencia de la crisis. En sólo un día los depositantes demandaron 42 mil millones de dólares y se precipitó la intervención de los reguladores para detener una crisis mayor. La onda expansiva de la quiebra se extendió y las acciones de los bancos en los principales mercados bursátiles cayeron en los días posteriores. Este caso exhibe la fallas y limitaciones del esquema de supervisión bancaria que no debió ignorar la forma en que se fue gestando la crisis. El asunto de la regulación y supervisión bancarias en Estados Unidos ha pasado por cambios y ajustes relevantes desde la década de 1980, cuando de modo decisivo se revocó la Ley Glass Steagall. Luego siguió la insuficiente aplicación de las revisiones hechas tras la crisis de 2008 con la Ley Dodd-Frank y, también, la laxitud de las medidas de regulación de los bancos de mediano tamaño en el gobierno de Donald Trump. Este es un asunto clave en el comportamiento del sistema financiero, tan proclive a las crisis. Como ha dicho con suma claridad Annie Lawrey en una nota publicada por The Atlantic: “los ciudadanos deben censurar, no tanto la ejecución del rescate, que acomete contra los accionistas por su responsabilidad y los ejecutivos por su incompetencia en la quiebra de SVB, sino que han de cuestionar, en primera instancia, la necesidad de que la intervención pública se halla requerido. Hay que sacar del discurso meramente técnico las consecuencias y las obligaciones en este tipo de crisis. La manera en que se expanden las repercusiones de una quiebra bancaria, incluso la de un banco como el SVB abre, por otra parte, la cuestión de cómo se piensa convencionalmente en las relaciones económicas entre países. Se postula que existe: primero, un área económica definida por el PIB de cada país (equivalente a una frontera); luego, que esto puede agregarse como si fuera un solo agente representativo compuesto por las empresas, los hogares y el gobierno y, finalmente, que cada área económica tiene su propia moneda. La referida apreciación se confronta con la existencia de un entorno de empresas y bancos multinacionales y monedas internacionales, con flujos financieros derivados del comercio y las inversiones. Estos flujos tienen una relevancia en sí mismos, cuestión que se expresa de modo más claro sobre todo en los episodios de crisis como el actual.
Comentarios