La idea de la modestia
- fermarcs779
- 3 days ago
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Diario de un reportero
Miguel Molina
No se puede quitar el dedo del renglón. Benito Juárez fue claro cuando habló ante el Congreso de Oaxaca un día de julio de hace ciento setenta y tres años:
Los funcionarios públicos no pueden improvisar fortunas ni entregarse el ocio y a la disipación, sino consagrarse asiduamente al trabajo, resignándose a vivir en la honrosa medianía que proporciona la retribución que la ley haya señalado.
La idea juarista de la modestia fue una las aspiraciones del ex presidente López Obrador, a quien obsesionaba pensar que la pobreza franciscana es un medio para alcanzar la felicidad. Pero no fue así. Durante las últimas semanas hemos leído y oído sobre los funcionarios y políticos de la cuarta transformación que entendieron cómo iba la cosa.
Aunque hay que ver que, digan lo que digan, no todos los morenistas son como los funcionarios y políticos que han exhibido recientemente los medios. Sin embargo, los del escándalo son figuras importantes del gobierno, y son figuras importantes del partido. No son todo el gobierno ni todo el partido, pero los representan.
Son nuevos ricos y están enfermos de poder. Muchos y muchas. En su fuero interno, estos personajes parecen pensar que para eludir los deseos de la vanidad no hay mejor remedio que satisfacerlos, como explicó Esteban David Rodríguez en el portal emeequis.com: secretarios de gabinete, gobernadores, legisladores, dirigentes partidistas, directores del poder y miembros de la familia presidencia (en el sexenio pasado), mantienen a raya los apetitos de la vida terrenal con las marcas más caras que encuentran.
Me llama la atención el caso del hijo del expresidente, Andy López, quien estuvo no hace mucho en Japón, y a quien descubrieron en el hotel Okura de Tokio. Según el hijo del ex presidente, pagó siete mil quinientos pesos mexicanos por noche (más o menos lo que gana un mexicano – o una mexicana – en veintinueve días de trabajo). La verdad es que las habitaciones del Okura cuestan más de dieciocho mil pesos diarios.
Andy López asegura que aprendió desde niño, "posiblemente antes que otros, que el poder es humildad, que la austeridad es un asunto de principios, y que se debe vivir en la justa medianía". Tal vez se le olvidó. No puede alegar que no es funcionario público porque Morena le paga cerca de cincuenta y nueve mil pesos al mes – doscientas treinta y siete veces más que el salario mínimo – con dinero que recibe del Estado.
En fin. Poco a poco, los grandes políticos de Morena – insisto, no todos – van mostrando de qué están hechos, que no es mucho. Es más grande el descaro.
No está solo pero ya casi
Los maliciosos piensan que el asunto de los funcionarios y políticos ricos servirá para que la opinión pública se olvide del caso del senador Adán Augusto López, quien fue gobernador de Tabasco y nunca sospechó que su secretario de Seguridad, amigo de años, era cabeza de una organización criminal, lobo cuidando ovejas.
No hace mucho (el veinticinco de julio) se dijo en este espacio que el hecho de que los morenistas le hayan dicho que no está – o no estaba – solo no significó ni significa nada. También puede haber sido un lapsus colectivo de quienes sabían que también ellos y ellas tienen colas más o menos largas, porque después de todo hay morenistas tan prominientes como sospechosos de tener relaciones peligrosas con los carteles.
Las opciones de entonces ya no son las de ahora. Hay más información, y ya no se han vuelto a registrar manifestaciones de solidaridad con el senador. Lo más probable es que terminen por dejarlo solo.
El escándalo sigue, y seguirá hasta que se aclare todo lo que haya que aclarar, pero no se olvidará fácilmente, ni podrán enviarlo a los cajones de escritorios en oficinas oscuras, porque si Andy López representa la desfachatez de la élite morenista, Adán Augusto López podría terminar ilustrando la impunidad en la cuarta transformación.
Desde el balcón
Poco a poco todo va encontrando lugar en una caja. Uno revisa, considera, desecha o guarda, descubre, relee, encuentra voces de otro tiempo. Es hora de una malta, un trago generoso con un cubito de hielo, y uno sale a la tarde que hoy tiene treintaycinco grados sin nubes. Vaya.
En el calor del balcón, uno piensa en los colegas juzgados y sentenciados por tribunales electorales a petición de políticos y funcionarios que creen que están más allá de los demás y no comprenden que la vida pública se rige por normas ligeramente – o muy – distintas de las que rigen la vida privada.
La Suprema Corte determinó hace algún tiempo que las personas que desempeñan o han desempeñado responsabilidades públicas, así como los candidatos a desempeñarlas, tienen un derecho al honor con menos resistencia normativa (página cuarenta y nueve) que el que asiste a los ciudadanos ordinarios. Pero los tribunales menores – menores en más de un sentido – no están enterados, o no están interesados, y se prestan a censuras inconstitucionales. Carajo.
La malta brilla con luz ámbar en el atardecer. Uno bebe. Las cajas esperan. Poco a poco todo va encontrando lugar en una caja.
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