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La mula no era arisca.

Santiago Roig


Recientemente compartí en redes sociales un artículo que manifestaba cierto cauto escepticismo respecto a la información que nos llega todos los días sobre la guerra en Ucrania. Como encabezado añadí que compartía el escepticismo del autor. De la nada apareció un compañero de mis ya lejanos días de prepa y me recriminó mi incredulidad. Dos cosas me sorprendieron: que apareciera así después de que en algunos momentos lo busqué sin éxito y que ostentando un doctorado en Ciencias Sociales él, al parecer, se deja manipular por los medios.


El asunto no llegó a más, no daba de hecho para más porque no hemos tenido ningún contacto en años aparte de este “relámpago en cielo azul” pero de mi parte me hizo reflexionar sobre el enorme número de eventos que he conocido, mayormente por los medios, en los que la información dada por buena a fin de cuentas ha resultado falsa. Ya en la prepa, aún cuando no participé en el movimiento del 68, los informes que reproducían sobre todo los periódicos y los noticieros de la televisión acerca del movimiento estudiantil y la supuesta manipulación soterrada de Rusos y Cubanos sonaban totalmente falsos. El tiempo nos ha mostrado, en forma de testimonios de los actores, mucho de la verdad de lo que sucedió, por ejemplo: Tlatelolco fue una matanza planeada, no hubo provocación, los estudiantes no iban armados… y un largo etcétera, por mencionar solo el evento mas famoso de ese movimiento, pero hay mucho más.


A principios de los años setenta vi un documental del que he perdido toda pista aunque recuerdo la anécdota central. Eran los años de la guerra de Vietnam, otra inagotable fuente de mentiras de los medios oficiales; la información sobre la guerra provenía de los despachos del Pentágono y por difícil de creer que hoy nos parezca ninguno de los cientos de pequeños periódicos que entonces existían en USA (eran los tiempos previos a la gran concentración de los medios de información en unas cuantas manos) ponía en duda su veracidad… ninguno excepto el pequeño diario, creo que de Nueva York, del que trata el documental. Resulta que un experimentado reportero no acabó de creer en la negativa del Pentágono a la acusación de Laos de que su territorio había sido bombardeado por la aviación americana en un intento por cortar las vías de los Vietnamitas a través de ese país. Revisando fuentes de información independientes fuera de Estados Unidos el reportero (cuyo nombre he olvidado por completo) llegó a la conclusión de que el bombardeo fue real y el Pentágono mentía y así lo publicó su diario. Esta actitud en pro de la verdad, única en el país en ese momento, le valió que su historia se contara en ese documental que a su vez resultó premiado. A partir de ahí, y de mi propia experiencia, mas o menos en esos mismos años, en el movimiento sindical fui haciéndome cada vez más refractario a los noticieros y a los diarios de mayor circulación. En muchos casos, sobre todo en lo que se refiere a la lucha de los sindicatos, me constaba que mentían.


Pero pronto las falacias empiezan a aparecer en muchos otros temas. La lucha en contra del tabaco tuvo que darse en medio de una lluvia de desinformación por parte de las tabacaleras. Reconozco que como adicto al tabaco tal vez no hice demasiado caso yo mismo, pero cuando los hijos de mis amigos me miraban con ojos de terror cada vez que prendía un cigarro esperando verme caer muerto en cualquier instante yo solo pensaba “bah, exageran”. La lucha contra alimentos y bebidas chatarra sigue hoy los mismos pasos.


La desinformación en torno al calentamiento global y el desastre ecológico que se nos viene encima, promovida por la industria de los combustibles fósiles y las subsidiarias, como la automotriz, la aviación o la armamentista, es ya palpable y en este caso particular, a pesar de que muchos ciudadanos “de a pie” tenemos o creemos tener claro el asunto, no hay forma de que la totalidad lo aprecie por la bruma de desinformación que los envuelve.


Un aspecto particularmente preocupante, que en buena medida surge de lo anterior, es lo que yo veo como el descrédito de la ciencia en nuestra época. La verdad, como en el caso de la guerra de Ucrania, se está convirtiendo rápidamente en un asunto de creencia, no de evidencia. Mi ejemplo favorito en esto, por grotesco, es el renacimiento del movimiento terraplanista en nuestros días, pero no es lo único. También tenemos, aun mas recientemente, las hordas de anti-vacunas de todo tipo, en especial los enemigos de la vacuna contra el covid-19. El ex presidente americano, Donald Trump, convirtió esta manipulación de evidencia casi en un arte. En el aspecto político, sobre todo el que tiene que ver con grandes conflagraciones sociales, como guerras, invasiones o protestas, tarde o temprano acaba apareciendo alguna o algunas enormes mentiras. Cito como ejemplos de esto las famosas armas de destrucción masiva de Sadam Hussein que nunca existieron, o los proyectos nucleares Iraníes totalmente desvirtuados por Trump.


Sobre las consecuencias de esa manipulación informativa también podemos hablar algo. En nuestro propio país, una vez mas por citar solo algunos pocos casos, tenemos el de Ayotzinapa y la “verdad histórica”, que lentamente va saliendo a la luz; o el encarcelamiento injusto de Israel Vallarta por capricho de Loret de Mola y el corrupto sistema policiaco de Calderón, del cual existe incluso un libro que documenta la falacia.


En el día a día vemos que el trato que recibe la noticia de los africanos que se ahogan en el mediterráneo o la odisea de los centroamericanos que tratan de huir de las pésimas condiciones de sus países merecen menos minutos en el noticiero, o líneas en los periódicos que el equivalente de los refugiados ucranianos, sin demeritar de ningún modo esta nueva tragedia; y en cuanto a las guerras, la de Yemen nunca ha merecido la atención que hoy tiene la de Ucrania.


Dice el dicho que la mula no era arisca, la hicieron a palos. Estoy seguro que no nací escéptico, pero después de todo lo que he vivido no puedo menos que sorprenderme, en el caso de la ciudad de Bucha, por ejemplo, que Rusia niega los hechos y pide la intervención del Consejo de Seguridad de la ONU, y en vez de eso, es expulsada, sin ninguna investigación ni evidencia, por la pura acusación de Ucrania, del Consejo de Derechos Humanos de la ONU en un tiempo récord. Sus argumentos nunca han sido tomados en cuenta o cotejados por una investigación independiente (que al momento de escribir esto entiendo que empieza a llevarse a cabo). Mala espina da el hecho de que días después ante el éxito de su acusación el presidente de Ucrania repita la fórmula con otras ciudades y localidades de Ucrania, mientras que los videos del NYTimes mostrando a soldados Ucranianos rematando a soldados rusos heridos no han causado mayores comentarios.


Insisto: en mi caso la mula no era arisca, pero ante lo que he visto y vivido no puedo menos que preguntarme ¿no debería ser la actitud natural en un investigador y más en Ciencias Sociales?


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