Miguel Molina
Diario de un reportero
No es la primera vez ni será la última que uno llegue al aeropuerto de México y necesite un teléfono. Al principio – digamos hace quince años – bastaba con comprar la tarjeta Sim en una tienda, comprar un par de cientos de pesos para tener saldo, y el asunto estaba arreglado.
Pero llegó el día en que me pidieron credencial de elector, Curp, dirección, y quién sabe cuántas cosas más. Expliqué que no tenía credencial de elector porque no había podido tramitarla – vivo fuera de México desde hace veinticinco años, y no tengo una dirección en el país, ni tengo recibos de electricidad ni de ningún otro tipo – y además no iba a votar sino a comprar una tarjeta Sim para ponérsela a mi teléfono.
La solución que ofrecían en las tiendas era sencilla: deje usted la dirección del hotel donde se va a quedar, pague y váyase en paz.
Pero la paz se acabó esta semana, porque se reformó la ley de Telecomunicaciones y ahora hay que cumplir con al menos nueve requisitos: inscribir el número del celular, la fecha y la hora de activación, dar el nombre completo ( o la razón social) del usuario, revelar la nacionalidad, presentar el Curp o cualquier otra identificación oficial con fotografía), tomar los datos biométricos del usuario (iris, huellas digitales, peso, talla de zapatos), consignar
el domicilio, tomar el nombre de la compañía de teléfonos, y explicar el esquema de contrato (prepago o pospago). No se sabe quién va a proteger esos datos ni cómo piensa hacerlo, ni mucho menos.
Quienes crearon este engendro aseguran que con eso se van a reducir las llamadas de extorsión y amenazas que casi siempre se originan en las cárceles, sin que las autoridades hagan nada para impedirlo. La medida que era para los presos se aplicará ahora a las personas libres y violentará quién sabe cuántos derechos humanos, aunque eso sea lo de menos para los legisladores.
Y lo que va a salir mal saldrá mal, como advirtió en julio pasado al Congreso el Instituto Federal de Telecomunicaciones, preocupado por el antecedente de la ocurrencia que se volvió ley en el sexenio de Felipe Calderón y terminó con el robo de datos personales, con cincuenta mil registros con datos falsos, con un incremento en la venta de Sims fraudulentas, y la venta del padrón completo.
Por suerte, hay señales claras de que esta tontería legislativa no va a llegar muy lejos. Las leyes incómodas – pero vigentes – para iniciativas como esta se van a encargar de que la reforma muera de muerte natural. Y otra vez se podrá comprar la tarjeta Sim como antes. No había necesidad...
Desde el balcón
Volvió el ruiseñor de Borges. Es una tarde tibia de miércoles. En un capricho de primavera, uno siente pereza en italiano y disfruta il dolce far niente bajo el sol, y hace cuentas.
Tres mil años antes de Cristo, los sumerios sintieron la ira divina cuando Ea, dios de las aguas, decidió castigar a la humanidad con una tormenta que duró seis días con sus noches. No se sabe qué pecados se pagaron, ni cuántos murieron en la inundación, pero eso bastó para que Ea, hasta entonces una deidad de la ciudad más vieja de Sumeria, se convirtiera en el señor de las aguas dulces que manan bajo la tierra. Ese es el dato que uno tiene más a la mano gracias a la diosa Google.
Pero cinco mil años es mucho tiempo hasta para un dios. Ea se cansó. Y hubo menos agua, porque la que había fue muriendo en los ríos envenenados, fue desapareciendo en las lagunas menguadas, y quedaron piedras y polvo en los lechos de los arroyos.
Las nuevas deidades, secretarías y direcciones de gobiernos federales y estatales de antes y de ahora, también están cansadas de hacer como que hacen y dicen que la responsabilidad de proteger el medio ambiente es de otros, porque eso es siempre asunto de otros. Y hay cada vez manos agua.
Pasa una ambulancia, y cuando su sirena se pierde en busca de un hospital uno se da cuenta de que el ruiseñor no dejó de cantar. Uno se pregunta con Neruda cómo/de su garganta/más pequeña que un dedo/pueden caer las aguas/de su canto...
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