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Los aranceles como poder blando

  • fermarcs779
  • Sep 22
  • 2 min read

Diego Martín Velázquez Caballero


El panorama actual muestra una transformación profunda en el poder global de Estados Unidos, cuya influencia parece estar desmoronándose. Aunque persiste una retórica intervencionista reminiscente de la Guerra Fría, su presencia internacional está siendo diluida por decisiones estratégicas que se asemejan a intercambiar poder por beneficios inmediatos y de poca trascendencia.


El mundo postpandemia ha evolucionado hacia una dinámica regida por el darwinismo social, donde el pacto social tradicional parece quebrado y emergen nuevas luchas culturales y civilizatorias, aún incipientes. Sin embargo, Donald Trump se mantiene al margen de esta realidad, demostrando desinterés en participar o siquiera reconocer los retos emergentes.


Problemas graves como las crisis en Venezuela, Ucrania, Nepal, Gaza, etc., demandan una intervención significativa de Estados Unidos; no obstante, Trump no parece demostrar mayor compromiso, llegando incluso a situarse en una posición aún menos racional que Joe Biden. Los republicanos han mostrado poca contundencia frente a los desafíos geopolíticos que afirman querer proteger, revelándose incluso más débiles frente a los demócratas en la contienda por la hegemonía global.


La narrativa que posiciona a Estados Unidos como una potencia imperial comprometida con la intervención internacional está perdiendo fuerza ante la realidad. En el caso de México, problemas como el creciente flujo de drogas y personas hacia territorio estadounidense, junto con el aumento desmedido de la corrupción, siguen sin recibir atención contundente del liderazgo de Trump, quien insiste en minimizar la crisis.


El asesinato de Charlie Kirk, un evento que podría haber movilizado acciones decisivas desde los sectores conservadores republicanos, ha caído en el olvido. Esto suscita especulaciones sobre una posible debilidad e incompetencia de Donald Trump, ni siquiera el alarmismo magnicida de conspiraciones políticas pasadas como la de JFK generan una reacción proactiva de la Casa Blanca. Mientras tanto, los aparatos de inteligencia estadounidenses parecen operar de manera desorientada.


Trump, en el ámbito internacional, actúa con cautela extrema, quizá consciente de sus limitaciones para gestionar conflictos a gran escala. La reducción del poder militar estadounidense es evidente en casos como los ataques realizados con drones no tripulados que cobran pocas vidas civiles. Este debilitamiento refleja una pérdida progresiva del dominio que solía caracterizar a Estados Unidos.


El empoderamiento de las críticas internacionales liberal progresistas hacia el intervencionismo político-militar, obliga a Estados Unidos para intentar mantenerse políticamente correcto, pero se muestra incapaz incluso de recurrir a estrategias más agresivas como la contratación de fuerzas mercenarias del tipo Blackwater. La pretensión de evitar daños colaterales choca con el panorama inevitablemente conflictivo que se vislumbra en los años venideros.


Medidas como los aranceles carecen de impacto suficiente para intimidar potencias como China o Rusia, mientras que ataques limitados contra Irán también han fallado en consolidar respeto en el mundo Pro-Hamas hacia Occidente. La creciente debilidad estadounidense en el escenario global no solo es evidente sino inevitable según las tendencias actuales.

 
 
 

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