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Los cadetes siempre tienen triste el corazón

  • fermarcs779
  • 4 days ago
  • 3 min read

Diego Martín Velázquez Caballero


Una nueva lógica se impone en la compleja relación entre México y Estados Unidos, una que parece confirmarse con la entrega de capos del narcotráfico a Washington. Lejos de ser un acto de mera cooperación, esta dinámica es la confirmación de que la administración de la presidenta Sheinbaum está acatando las demandas de Estados Unidos para evitar una amenaza mayor. Donald Trump, con su retórica y acciones, no solo busca resolver el problema inmediato del narcotráfico, sino que, en una jugada maestra, intenta desmantelar el escenario futuro que George Friedman plantea para el año 2080, en el que el poder demográfico y político de la comunidad mexicoamericana en la Unión Americana derrota al gobierno federal estadounidense.

El análisis de Emilio Lezama (El Universal) sobre la posible intervención militar de Trump, que se enfoca en desmantelar la estructura del narcotráfico, es la antesala de la estrategia más profunda de Trump. Sin embargo, la visión de Friedman va más allá del conflicto militar. Friedman sugiere que la derrota de Estados Unidos no vendrá en el campo de batalla, sino de su propia incapacidad para integrar a la creciente población de origen mexicano, la cual se consolidará y alineará con los intereses de México, volviendo inoperable una intervención militar en el futuro. Para Trump, esta amenaza demográfica y social es el verdadero enemigo. Por ello, su estrategia intervencionista en México busca separar a los actores. Su objetivo es segmentar la población mexicana en dos grupos: los criminales, a quienes se combate, y los "buenos" ciudadanos. Al llevar las operaciones militares y las intervenciones unilaterales fuera de los estados norteamericanos con grandes poblaciones mexicoamericanas, Trump evita la polarización de una base demográfica que podría volverse en su contra como ocurrió en Los Ángeles, California. Su mensaje es claro: la lucha es contra el narcotráfico y la corrupción en México, no contra los hispanos que viven y trabajan legalmente en Estados Unidos.

En este tablero, el Ejército y la Armada de México han adoptado una postura de cooperación pragmática, un acto que remite a la diplomacia de los carrancistas en 1914-1916 y del Grupo Sonora en 1920-1929. En aquellos años, figuras como Venustiano Carranza, Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles entendieron que el reconocimiento y el apoyo de Estados Unidos eran vitales para consolidar su poder y estabilizar el país. La cooperación actual, aunque dolorosa para la soberanía nacional, es un cálculo similar. El gobierno morenista sabe que carece de un Partido Institucionalizado y de un movimiento social efectivo o del poder militar para enfrentar una intervención directa del Imperio Yanqui, y cualquier resistencia llevaría a un conflicto asimétrico con altos costos para la población civil.

En este contexto, la corrupción de la clase política mexicana, incluyendo a los miembros de Morena, sirve como un justificativo adicional para el intervencionismo estadounidense. Si bien los políticos morenistas no se comportan como los aliados de Porfirio Díaz o Victoriano Huerta, quienes huyeron del país hacia Alfonso XIII tras ser derrotados en una guerra civil, su pragmatismo los asemeja y puede abrir la puerta a un nuevo modus vivendi. La oposición, lejos de ser un contrapeso, podría aprovechar esta situación de fragilidad para infiltrar al gobierno en el futuro cercano, creando un sistema de facto en el que el poder sea compartido o negociado bajo las condiciones de Washington. Esta situación deja a México en un dilema donde la paz se compra a costa de la soberanía y la autonomía. En este escenario la presidenta Sheinbaum y las fuerzas armadas están jugando una partida en la que la única victoria posible es la de evitar la guerra total.

¿El monzón mexicano son las lágrimas de los cadetes Manuel Azueta, Juan de la Barrera, Juan Escutia, Francisco Márquez, Agustín Melgar, Fernando Montes de Oca y Vicente Suárez? La juventud mexicana no debe buscar consuelo en los fantasmas de una soberanía rota, sino en el reconocimiento de una realidad geopolítica. El tiempo de los sacrificios en el altar de la nación ha terminado (Regina). La sangre derramada en Chapultepec y Veracruz no es el punto final, sino el inicio de una historia que ahora pide ser reescrita. No hay honor en defender los escombros de una clase política mentirosa y traidora, santanistas que venden la patria a plazos mientras le rinden pleitesía al fantasma de un nacionalismo vacío como dice Sergio Aguayo en el Panteón de los Mitos y lo expresa poéticamente Alejandro Filio en ese verso de la desilusión: El patio, la gran ceremonia, la patria la luz tricolor, después la traición de quien roba, deshonra y nos vende el derecho y la voz. El dolor del engaño tiene que hacer madurar a la república adolescente, los mexicanos deben dejar de ver a Estados Unidos como un invasor y empezar a entenderlo como un destino: ¡50 millones de mexicanos no pueden estar equivocados!

 
 
 

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