Leticia Calderón
Es interesante que en México el prestigio y buena fama de algunos no queden manchados cuando realizan actos deplorables e incluso criminales. Que la sociedad en su conjunto no condene de manera tajante a quien se demuestra que se burla, falta a la verdad sistemáticamente, abusa, comete actos de corrupción o de plano, aprovecha su imagen pública para denigrar a otros sin mayor consecuencia. Me refiero a personajes de la vida política que en lugar de ser una referencia de prudencia, mesura y un intento de apegarse lo más posible a las normas legales, son lo contrario. Los caracteriza el exceso, el mal gusto y la utilización de su cargo o fama para imponer sus caprichos. El ejemplo obvio es la pareja de esposos que gobiernan hoy Nuevo León, y quienes, una vez más, dieron pruebas de todo lo anterior al llevarse a un bebé del DIF de ese Estado, para hacerse publicidad y ganar dinero a través de la imagen del menor. Lo mismo puede decirse, y aún más, de la reciente designación de un celebrity mexicano a la candidatura de Quintana Roo por parte del Partido Movimiento Ciudadano, Roberto Palazuelos, sobre quien abundan desde hace años anécdotas de corrupción, sospechas criminales e incluso denuncias que lo inculpan. En ambos casos, lo que impresiona no es que este tipo de figuras públicas busquen mecanismos para mantenerse en el top de la visibilidad a fin de ganar reflectores y con eso, atraer incautos, sino que haya siquiera un grupo de personas, presumiblemente pensantes, que los apoyan, los ensalzan y les celebra sus “aventuras” como si fueran travesuras de adolescentes.
Es aquí donde está el punto que quiero destacar. Llama la atención que un partido político, en este caso el Partido Movimiento Ciudadano -pero ocurre por todos lados- haya estado dispuesto a postular este perfil de candidatos a sabiendas de la pésima fama pública que los rodea, seguramente aprovechan que hay gente que al final, es cierto, premia más la popularidad que la conducta intachable que ya tendría que ser requisito, por lo menos en lo que corresponde a antecedentes de corrupción y abuso de autoridad. Más que este pragmatismo político del que podríamos discutir mucho, lo que sorprende, sin embargo, es la tibieza de las voces, otrora sensatas, en defender o de plano mantener silencio sobre este perfil de personajes políticos que usan su imagen como activo político. Por ejemplo, la Senadora Patricia Mercado lo único que atinó a decir del nefasto episodio que encabezó la pareja que gobierna Nuevo León, fue suavizar el hecho con declaraciones como. “Estoy segura que Mariana y Samuel pueden generar un efecto positivo que anime a más familias a buscar la adopción de niñas y niños”. O sea, la Senadora por Movimiento Ciudadano habla de ellos como si fueran jóvenes atolondrados que pudieron equivocarse pero, gracias a su infinita generosidad -así se entiende-, pueden provocar un deseo insospechado en la población mexicana para animarse a adoptar niños y niñas, como si se tratara de mascotas.
Otro ejemplo es Martha Tagle, exdiputada de Movimiento Ciudadano y activa militante feminista que recientemente alzó la voz contra la designación del historiador Pedro Salmerón como embajador en Panamá por presuntos actos de acoso, pero que sin embargo, ante la designación del celebrity Palazuelos a la candidatura de su partido no ha dicho absolutamente nada, y eso que el mencionado actor se ufana públicamente de su postura abiertamente contraria al respeto hacia las mujeres. Es obvio que el hecho de que los partidos y sus militantes estén dispuestos a aceptar la crítica que provocan este tipo de personajes que los representan sólo se explica porque, tal parece que, lo único que les importa es conseguir cargos de poder que les reditúan en recursos económicos y políticos. Pero esta es solo una parte de la ecuación, ya que del otro lado está un segmento de la sociedad mexicana que sigue celebrando canalladas y poses de prepotencia.
Lo relevante es que estos episodios y la manera como se están discutiendo públicamente en nuestro país expresan la complejidad de una sociedad que se debate entre la sumisión, el complejo de inferioridad y la persistencia de una visión colonial, en contraste con quienes, cada vez más, buscan una mayor igualdad, reconocimiento y respeto de cada uno sin importar la condición socioeconómica o fisonomía. De esta manera, las candidaturas de perfiles cuyo principal e incluso única cualidad es proyectar un modelo de belleza o supuesta superioridad, expresa la parte más cruda del racismo impuesto hace ya demasiados siglos en México, por lo que ser capaces de identificar y evidenciar por qué algunas personas corruptas o abusivas de su condición de poder no pierden su prestigio y respetabilidad cuando han violado la ley y a las instituciones, podría estar cambiando, y eso podría ser la verdadera revolución silenciosa que está ocurriendo ante nuestros propios ojos sin que siquiera alcancemos a verlo.
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