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Mister Danger, el verdadero elector

Xochitl Patricia Campos López

Aunque constantemente la oposición señala al presidente López Obrador como el principal artífice de la sucesión presidencial en México, los nuevos tiempos reclaman honestidad respecto de la prospectiva gobernabilidad en nuestro país. La sucesión no depende de López Obrador, ni de la sociedad y mucho menos, afortunadamente, de la derecha mexicana. El gran elector de los presidentes mexicanos, desde la época de la Segunda Guerra Mundial es el Departamento de Estado de la Unión Americana.

En la condición de patio trasero que desempeña nuestra república, de cualquier manera constituye un espacio necesario para la seguridad nacional y para la economía informal norteamericana. En este sentido, son varios los titulares del Poder Ejecutivo mexicano quienes han debido obtener la gracia del gobierno norteamericano para apoyar su legitimidad, así como un proyecto económico de conveniencia mutua, aunque siempre en beneficio de EU.

A la sombra de la superpotencia, la obra de Soledad Loaeza que muestra el colonialismo e imperialismo yanqui sobre México constituye la verdadera arqueología y antropología de la política mexicana desde la Segunda Guerra Mundial. Los Estados Unidos promueven su interés nacional en forma hegemónica, pero no pueden hacerse cargo completamente de su vecino; de esta forma, el personaje que decidan apoyar para conducir la gobernabilidad mexicana también debe ponderar las demandas del coloso americano en primer lugar.

En estas condiciones, el presidente López Obrador tiene mayor parecido con Ávila Camacho que con el General Cárdenas, por más que intente ocultarlo. La cuestión es simple, no se ha presentado la coyuntura geopolítica que permita a México manejar estratégicamente su geografía, tal como en el periodo de entreguerras de la primera mitad del Siglo XX.

Ni el terrorismo musulmán, el imperialismo ruso o, en su momento, el poderío de la URSS han trastocado la subordinación de México al imperio norteamericano. La sucesión política mexicana siempre ha sido un asunto entre el titular del Poder ejecutivo de México y el Departamento de asuntos internos de Estados Unidos; bajo esta relación, ¿quién podrá ser hoy el representante ideal ante Estados Unidos? Como en la sucesión avilacamachista y carrancista, el embajador ante Estados Unidos, así como el Secretario de Relaciones Exteriores están vedados; las funciones propias de su representación generan más repulsión que apoyo y su candidatura y triunfo probablemente impulsarían procesos revolucionarios y desestabilizadores que nadie desea. Norteamérica tampoco precisa de un actor que no responda completamente a sus intereses, es decir, alguien que tenga mayor apoyo a un proyecto personalista o utópico, como la 4T.

El país se inventa cada seis años y esa es la consigna yanqui: cada sexenio aparece al frente de la tienda un nuevo gerente sin compromisos con el pasado, y esta condición vale la pena atenderla incluso en los últimos tiempos, con el candidato presidencial salinista Luis Donaldo Colosio Murrieta. Aunque la muerte del candidato del PRI en 1994 benefició a la ultraderecha mexicana y al grupo Atlacomulco, el principal favorecido fue Estados Unidos, que convirtió el establecimiento en una narco tienda que provee de todo: drogas, trabajadores, petróleo, combustible, cualquier cosa que se pueda ilegalizar.

Sheinbaum es el Colosio del lopezobradorismo. Su condición la hace candidata ideal de una tragedia griega como la que profetizó Loret de Mola; pero en este escenario, ¿quién es el Miguel Alemán, pillastre inconfundible, al servicio yanqui? Solo quedan Adán Augusto López y Ricardo Monreal. El alemanismo, con sus virtudes y principalmente con sus defectos, fue -desde la perspectiva de Soledad Loaeza- el sistema político mexicano ideal para el imperio yanqui y que con el tiempo mejoraron los tecnócratas.

La Unión Americana constituye una derecha rica, el Mr. Danger empresarial, el camaleón ideológico maquiavélico, capaz de destruir México para salvaguardar sus intereses económicos y geopolíticos, justo como ahora lo hace en Ucrania. Por su parte, el corporativismo caciquil, los movimientos sociales y la base electoral sujeta a la compra venta del voto, constituye la estructura de poder político que tiene Morena y que antes tuvo el PRI.

“Sufragio efectivo, No reelección”, representa el clamor que grita el verdadero Pedro Páramo de México, el imperialismo norteamericano que cada seis años influye completamente en la vida política mexicana para encontrar al candidato que más convenga sus intereses.

¿Qué quiere Estados Unidos de México? Drogas, esclavos, materias primas y manufactura barata. ¿Consiguió la Cuarta Transformación cambiar este equilibrio desigual? No. La política migratoria y de seguridad nacional siguen alimentando el interés nacional norteamericano.

En esta inercia todos corren hacia Morena para buscar algún reintegro o acomodo. Incluso la oposición, que ha sido quien defiende hasta la paranoia el interés del imperialismo yanqui sobre nuestro país. La Cuarta Transformación tiene las más altas probabilidades de ganar la presidencia de la república en 2024, pero, por ahora, no consiguió la fuerza social, la coherencia y congruencia para desarrollar una base social auténtica y cívicamente participativa que equilibrara la decisión de Norteamérica sobre la sucesión política. El priismo -de todos los partidos políticos- sigue siendo el mejor aliado del imperialismo.

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