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Mollis lex

Diario de un reportero



Miguel Molina


Ah, la ley. Cualquiera pensaría que México es un país de leyes, porque tiene estatutos y artículos y códigos, y normas y preceptos y disposiciones que reglamentan casi cualquier cosa. Pero nadie hace caso.


Los políticos de todos colores han ignorado la letra y el espíritu de una ley electoral que prohíbe actividades de proselitismo y muchas otras cosas antes del quinto día de noviembre, pero hemos visto campañas y campañitas desde hace quién sabe cuántos meses, hemos visto muros y mantas, y nos han contado lo que dijeron los aspirantes a candidatos presidenciales de un lado y de otro, y nos han dicho que hubo actos a los que fueron miles que no estaban interesados en ir, y no se sabe quién pagó qué.


Los propios gobiernos – federal y estatales, y aun municipales – violentan las leyes de modos que conocemos o que es preferible olvidar, pero sobre todo a la hora de hacer contratos para obra o servicios públicos. De eso hay mucho en muchas partes: basta buscar en la internet y leer – o ver – con sentido común lo que uno encuentre.


Veracruz, por ejemplo, es un estado que ha menospreciado tanto a los tribunales que contradicen los deseos del gobierno como a organismos internacionales que le ponen el dedo en alguna de sus llagas.


Muchos mexicanos no confían en sus instituciones porque les han dicho que ya no se puede confiar en las instituciones, o porque saben eso por experiencia propia: han sido cómplices o han sido víctimas, o las dos cosas.


Los poderes encargados de crear las leyes, de diseñar, planificar y ejecutar el proyecto de un país, y de juzgar a quienes violen las reglas de convivencia, son impopulares – con razón y sin ella – y han perdido parte de su autoridad ante la opinión pública.


Sin embargo, las leyes están ahí aunque la lucha por el poder – el cargo es el cargo, lo demás son promesas, dijo el clásico – las ignore y las violente. Son producto de una guerra y una revolución, y de años y años de pequeñas victorias ante el sistema que nació después de la revolución.


Pero todas las leyes – en México y en cualquier otra parte – se pueden reformar o abolir, aunque siempre es más rápido y más fácil ignorar y desobedecer que acatar.


Y vienen las campañas, o lo que sea que sea lo que viene, porque un nombre no significa nada. Lo que llamamos rosa tendría un aroma tan dulce aunque tuviera otro nombre, según El Bardo. Pero lo que viene no huele bien. Durante un mes vamos a ver y a oir rollos de aspirantes a lo que sea que quieren decir más de lo

que dicen porque no pueden decir lo que quieren. Y así. La ley es la ley pero ya no es dura. Mollis lex, ni más ni menos.


Hemos perdido

El lunes me trajo la noticia de dos fallecimientos. Mi tía Elba Prior, que tuvo una familia ejemplar, y buscó la música que tienen las palabras, y ahora descansa en un mundo azul de soles nuevos. Mi amigo José Zaydén, Pepe, que fue tantas cosas para Xalapa, hizo a su manera que el mundo fuera un poco más solidario. Al perderlos, todos hemos perdido...


Desde el balcón

Hay un muro de luz, la brisa tiene dedos helados. La malta – otra malta, una malta cara – entibia el pecho y asusta la tos de septiembre. Uno recuerda entonces.


Es verdad que a quienes tienen el poder se les juzga dos veces. La primera vez es más fácil porque se descubren los errores inmediatos, los abusos, las corrupciones pequeñas o grandes, propias o ajenas, el trecho que hay entre las palabras y los actos.


La segunda vez se ve a los ex limpios ya de detalle, a grandes rasgos, y se les mide por las consecuencias de lo que hicieron, porque quienes tienen el poder no sólo mandan para ahora sino para después. Lo que hay ahora no busca un futuro bueno para todos sino argumentos que le permitan justificar el presente. La historia los absorberá.

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