Xochitl Patricia Campos López
Aunque la interpretación marxista tiene una larga data en el análisis de la estructura socioeconómica de México, el uso de sus enfoques en la perspectiva comparada permite configurar los escenarios de la política nacional y, acaso, alguna justificación de los comportamientos inmediatos del Movimiento de Regeneración Nacional en lo que corresponde con sus propuestas electorales rumbo al 2024.
Manuel Aguilar Mora vincula el metaconstitucional presidencialismo mexicano al imperialismo estadounidense para interpretar el surrealismo de la política nacional. El colonialismo y modo de producción que anexa a México con Estados Unidos impide el desarrollo de una democracia liberal y de un estado soberano en nuestra república. Las drogas, mano de obra barata, petróleo, manufactura y demás recursos naturales; obligan a que la sucesión política mexicana beneficie el capitalismo norteamericano y el patrimonialismo oligárquico en el país. Por estricta necesidad económica, el candidato que ponga en riesgo el statu quo del modo de explotación económica resulta eliminado.
Los tratados de Guadalupe-Hidalgo y Bucareli, gobiernan las relaciones de poder en México. Desde la macro hasta la micro política. Por eso el PRI pervive por medios como el transfuguismo y coloniza a todos los partidos políticos; ahora corresponde a Morena. Todos los priistas napoleoncitos caben en Morena: empresarios, caciques, narcos, ultraderechistas, panistas, perredistas, juanitas y hasta comunistas; todo candidato morenista es un esperpento en potencia. Como el PAN, Morena perdió su incipiente institucionalidad partidista al llegar a la presidencia -la silla embrujada-; ahora, es otra opereta priista que repite el guión de presidente a su alteza serenísima.
El sentido común ha orientado a los napoleoncitos priistas para intentar gobernar en concordancia con el colonialismo, nunca para consolidar el Estado; así mismo, ha implantado un liberalismo salvaje de la informalidad contra la república mexicana, que predomina en la delincuencia organizada y la emigración.
¿Cuál bonapartismo malinchista es más humillante? ¿El manifiesto de Xóchitl Gálvez que pide abiertamente el intervencionismo de las potencias que mandatan México? ¿El soterrado de Sheinbaum que, como Fox, sólo sonríe ante la impotencia absoluta?
Frente a Estados Unidos, la independencia de México nunca será posible.
El bonapartismo mexicano cada vez se hace más caótico y costoso, incluso para Norteamérica. Porfiriato y PRI resultaron tigres de papel frente a las demandas imperialistas, de poco o nada sirven los luisitos regados por todos los municipios y entidades de la nación. Sin ciudadanos no hay Estado. Sin Estado no hay país. El caos de la ingobernabilidad mexicana se aproxima peligrosamente a la vecindad norteamericana y el virus del estado fallido ya se vislumbra en el sur estadounidense.
La geopolítica obliga a que los Estados Unidos se hagan responsables de su patio trasero. Los subcontratistas han sido pésimos administradores y ladrones abusivos. El bonapartismo no puede seguir siendo el curso de la política mexicana, el caos que se produzca esta ocasión ya no será tan barato como en la revolución de 1910.
Plutarco Elías Calles intentó la consolidación del Estado Mexicano a un costo que implicó la confrontación total contra el imperialismo, fue derrotado en un corto
tiempo. Empero, Norteamérica columbró que los sacrificios de un conflicto mexicoamericano ya no serían semejantes a 1846. Desde entonces han nutrido el bonapartismo mexicano a un valor semejante al dominio geopolítico mundial de la Guerra Fría ¿Hasta cuándo resistirá el contribuyente norteamericano? México precisa un embajador estadounidense como Dwight Morrow y no como Henry Lane Wilson, no se puede seguir disfrazando la hegemonía en una pugna irracional que deja el control de México a políticos delincuentes, corruptos y salvajes, ¡Hasta Texas y California tienen una clase política más digna que la mexicana!
El bonapartismo mexicano no engaña a nadie más; empero, en lugar de revoluciones, la sociedad está involucrándose en un liberalismo salvaje que cada vez es más antipolítico y pone en la frontera del caos a la mayor parte de las instituciones norteamericanas y mexicanas. La crisis del neoliberalismo y la democracia pone en jaque la hegemonía estadounidense, Donald Trump –el bonapartista gringo- está dispuesto a emputinizar el mundo mientras el Tío Sam sigue persiguiendo comunistas. Los republicanos rusófilos, bajo la batuta del bonapartista Trumpinsky, terminarán por conceder la grandeza a la Rusia Ortodoxa por encima de los valores occidentales.
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